Si todos tuviéramos un poco, solo un poquito, de Manuela Cabero, el mundo seguiría teniendo muchas grietas, efectivamente, pero serían unas pocas menos.
Ahora que los refugiados aparecen por tierra, mar y aire, refugiados obligados y no por capricho, no lo olviden, todavía queda gente anónima que sin presumir de ello se dejan parte de su vida para que la disfruten los demás. Elegida «Rostro castellanomanchego del Año Europeo del Desarrollo», a Cabero no hay que explicarle cuál es el rostro del desesperado, del sin tierra, del desplazado, del pobre que no tiene ni dónde caerse muerto.
Vale aquello de que todos seamos Cabero, aunque sea solo por un minuto. Seguro que salvamos alguna vida.
Ayudar, en muchas ocasiones, depende del efecto dominó. Si una capital, ciudad o pueblo de Castilla-La Mancha se pone a disposición de quienes gestionen la cadena humana para socorrer a personas (insisto, a personas), las demás lo harán aunque solo sea por el efecto empatía.
Mañana le puede tocar a usted…
Por cierto, veremos a partir de ahora la capacidad de respuesta de los políticos españoles en general y del Gobierno de Rajoy en particular. Porque eso que llamamos Europa, que casi nunca está cuando se la espera, le ha pedido que en los próximos dos años acoja a 15.000 refugiados, tercer país al que se le pide un esfuerzo mayor.
Hagamos de ello una cuestión de Estado, no solo del partido que gobierna y ejecuta.
Y el que no quiera hacerlo que se aparte, pero que deje trabajar a los demás.
@CesardelRioPolo
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