Los catalanes han hablado y han dejado el puzzle como a estas alturas ya saben la mayoría del resto de españoles. Ahora empieza la hora de la verdad y el reloj marca un tic tac angustioso que exigirá de todos los actores clarividencia, prudencia y sentido común.
Como es imposible que estas virtudes se den en todos los líderes implicados, porque si las tuvieran no hubiéramos llegado hasta aquí, espero que al menos se den en dosis suficientes y en el número de lideres necesarios para que la encrucijada se reconduzca.
Hay pocas cosas claras tras el 27-S, pero ha quedado esclarecida la más importante: la mayoría de los catalanes quieren seguir en España.
Y una segunda cuestión también resulta evidente y es que los que quieren seguir en España apuestan por cambios en esa relación, dado que la única opción que no los proponía, el PP, fue la mayor derrotada de la jornada.
Sobre esos dos pilares habrá que afrontar el futuro. Con paciencia, con clarividencia, con los ojos y los oídos abiertos y teniendo en cuenta lo que dicen las urnas. Y sumando, siempre sumando.
Casi el 48 por 100 de los votos no es un resultado desdeñable para los independentistas, sobre todo porque se ha llegado a ese porcentaje triplicando el que había hace apenas cinco años. Es verdad que la alianza que han de formar los independentistas, sumando Convergencia, ERC y CUP solo estará de acuerdo con la declaración de independencia, porque las diferencias son tales que no podrían gobernar ni un solo día. Sería imposible aprobar un presupuesto y creo que ni siquiera la ley más sencilla. Se me antoja improbable que pongan todos sus votos en fila salvo para declarar la independencia. Y eso es ilegal.
Me alegra como española que Cataluña quiera seguir siendo española mayoritariamente, pero me entristece el tamaño de la inflamación independentista y me preocupa que la solución tenga que venir a las puertas de unas elecciones generales, con una campaña a cara de perro.
Seguramente nada será definitivo hasta después de esas elecciones. Solo cabe esperar que los meses que restan y la campaña no sirvan para empeorar la situación, sino para empezar a enmendarla.
NOTA:
Esta nota no tiene nada que ver con el artículo de hoy, ni con las elecciones catalanas, pero me comprometí a enmendar un error cometido por mí en esta columna. En diversas ocasiones he contado que José García Molina, el líder de Podemos en CLM, recomendó al portavoz del PP en las Cortes, Francisco Cañizares, lecturas de filósofos positivistas. Así lo entendí cuando lo dijo en un Pleno de las Cortes. Fue error e ignorancia por mi parte. Afortunadamente, José García Molina me lo aclaró recientemente y yo me comprometí a rectificar. Las lecturas que García Molina ha recomendado a Cañizares no son las de los filósofos positivistas, «sino vitalistas, que son filósofos alegres, de una cierta reconciliación con el mundo. Los positivistas serían los filósofos materialistas», me matizó el vicepresidente primero de las Cortes y secretario general de Podemos en CLM. Aclarado queda en la primera oportunidad que he tenido para ello.