Solo Ciudadanos, el último en llegar y el primero en avance, parece mantener la calma que le facilita el estado de gracia en el que se encuentra, muy especialmente desde las elecciones catalanas. Los otros tres «grandes» reflejan nervios y prisas, aunque con diversa intensidad.
El PP, que es el que más tiene que perder, se lleva la peor parte. La llamada semana negra del partido de Mariano Rajoy ha dejado al descubierto la ansiedad interna en el partido del Gobierno, que lidera el hombre con nervios de acero. A Cristóbal Montoro le molesta la economía con alma, quizás porque su reino no es de este siglo, y reconoce abiertamente que muchos se avergüenzan hoy de ser del PP. Y es que el PP no se reconoce a sí mismo. En solo cuatro años ha pasado de ser un apisonadora electoral a ser prácticamente uno más en posibilidades de gobernar. Solo y acorralado, es el único partido al que ganar las elecciones podría no servirle de nada o al que un pacto de gobierno salvaría las siglas, pero podría enterrar a su líder.
El caso es que el PP, el partido del dedazo, el orden y la ley se abre en canal a la vista de todos y parece rezar para que llegue cuanto antes del 20-D sin perder más terreno, ni más sangre.
Al segundo en discordia, el PSOE, se le notan las prisas. Ya se sabe que no son buenas consejeras. De nuevo la ansiedad traiciona a un partido con tanto poso, tanto líder y tanta historia y convierte un fichaje que podría haber sido el estelar de esta campaña en una improvisada ocurrencia. Al menos creo que así lo ve la mayoría, eso si no hablan de transfuguismo. Una improvisación que ha dado nuevos argumentos a los detractores del secretario general. Pedro Sánchez lo pasará muy mal si pasado el 20-D es secretario general pero no presidente.
Los morados de Podemos y Pablo Iglesias buscan parecer más centrados y huyen del cartel de radicales de izquierdas. Pero siguen perdiendo votos, por el centro y por la izquierda. Y es que la indefinición se paga cuando es sostenida en el tiempo. Los del centro, con los que se gana las elecciones en España, no asaltan los cielos. Y los que sí los asaltan o al menos les gustaría intentarlo no tienen nada de moderados y el centro es para ellos un despreciable sinónimo de mojigatería y aburguesamiento. La altanería con la que tratan a la Izquierda Unida de Alberto Garzón no suma precisamente votantes.
La incertidumbre avanza al tiempo que se acerca el 20-D. Nadie se atreve a pronosticar un gobierno sin temor a quedar desactualizado en la siguiente encuesta. Crecen los nervios. Y los errores. Y los puñales salen de su escondite en cada lista.
Solo los naranjitos de Albert Rivera mantienen la calma y disfrutan de su estado de gracia. Es lógico, son los que más tienen que ganar y menos que perder. Y se nota. Aunque si de dejan contagiar por la ansiedad también lo pagarán.
Mientras, los ciudadanos esperan propuestas, gestos y cambios sin avisar claramente qué papeleta cogerán y confesando cada vez que les preguntas que los políticos son uno de los graves problemas del país.
Así las cosas, lo cierto es que los nervios pueden traicionar a cualquiera, aunque lo que deberían hacer los partidos y sus jefes de filas es ir atesorando calma, porque habrá mucho que hablar y pactar a partir del 20-D.