El próximo 2 de diciembre se cumplen 500 años de la muerte del Gran Capitán, una figura internacional, admirada en buena parte de Europa, que lejos de ser un mito polémico aglutina unanimidad sobre sus dotes como estratega y militar, y, al mismo tiempo, su trabajo a favor de la tolerancia y el diálogo.
Hasta el 31 de enero de 2016 el Museo del Ejército muestra en una exposición la apasionante vida de aquel primer caballero del Renacimiento, Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, que ya ha sido visitada por más de 640.000 personas desde que abrió en septiembre, según ha precisado el Museo.
Una veintena de instituciones y numerosos particulares han colaborado en esta exposición que después de Toledo viajará a Granada, desde febrero hasta abril, y Córdoba, de mayo a julio, debido a su relación con el personaje.
El historiador José Enrique Ruiz-Domènec, catedrático en la Autónoma de Barcelona, reconocido medievalista y experto en cultura europea, ha profundizado en una entrevista con la Agencia Efe en la figura de este personaje que vivió en un periodo convulso de la historia del Mediterráneo y que sigue brindando una imagen de «enorme capacidad» para la política, el diálogo y la guerra.
«Lo interesante del mito literario del Gran Capitán es que no es polémico, hay una gran unanimidad en destacar que es una figura extraordinaria, no solo como excelente militar y estratega, que lo fue, sino también, y esto es muy importante, como gran político, gran diplomático y hombre de cultura», explica Ruiz-Domènec.
A SU MUERTE EL MITO YA HABÍA COMENZADO
De hecho, cuando el Gran Capitán murió en Loja (Granada), a los 62 años, el mito ya había comenzado porque en Nápoles algunos escritores habían vinculado el renacimiento de aquella ciudad con el éxito de las campañas militares de Gonzalo Fernández de Córdoba y su capacidad política en un momento «totalmente enrevesado».
Esa leyenda se incrementó por dos hechos: el cese fulminante ordenado por el rey Fernando el Católico, alegando cuestiones «que nunca quedaron claras», y el recrudecimiento de la guerra en Italia cuando el Gran Capitán ya se había retirado a Loja.
La «amarguísima» derrota de las tropas españolas en Rávena (Italia) en 1512 hizo que numerosos diplomáticos e historiadores redescubrieran el «talento especial» que el Gran Capitán había tenido con las tropas en las contiendas anteriores y así lo transmitieron a las cancillerías.
NO LE GUSTABA LA GUERRA, PERO «SI HABÍA QUE HACERLA, HACERLA BIEN»
Su aureola militar no debe esconder, no obstante, la realidad de un hombre al que no le gustaba la guerra, pero que tenía claro que «si hay que hacerla, hay que hacerla bien» porque es la única forma de garantizar una victoria con el menor número de bajas posible.
«Esto le preocupaba mucho», sostiene este experto, porque él sabía que una guerra es muy costosa, pero a veces también necesaria, y de ahí su empeño en limitar las bajas de sus tropas.
«Ese equilibrio entre prudencia y arrojo es lo que sus soldados descubrieron, y de ahí que le llamaran el Gran Capitán», matiza Ruiz-Domènec, que señala que la figura de este personaje «excepcional» se ha mantenido en la «gran» literatura de los siglos XVI al XIX en países como España, Italia y Francia.
Fernando González de Córdoba se formó en un ambiente de «gran desarrollo cultural», la España de los Reyes Católicos, y también anticipó la política que, después, harían Carlos V y Felipe II en el Mediterráneo.
DOCUMENTOS MUY INTERESANTES
La exposición del Alcázar de Toledo, sede del Museo del Ejército desde 2010, recoge interesantes documentos históricos, entre ellos manuscritos de Fernando el Católico, y numerosas piezas relacionadas con el Gran Capitán, como la marlota, las botas, los zapatos y la espada de su amigo el rey Boabdil.
El Archivo de Simancas ha cedido las cuentas auténticas del Gran Capitán, las que rendía al rey al final de cada campaña y que llaman la atención por su minuciosidad.
José Enrique Ruiz-Domènec afirma que «la mejor auditoría actual» certificaría aquellas cuentas realizadas con «una gran responsabilidad» por un hombre que en contra de lo que pudiera parecer, repasando su apasionante vida, no era altivo ni «pretencioso» sino humilde, como bien supieron agradecer los soldados.