martes, 26 de noviembre de 2024
Durante su Homilía con motivo de San Ildefonso 23/01/2016junio 7th, 2017

El arzobispo de Toledo, Braulio Rodríguez, ha afirmado hoy durante la homilía de la misa celebrada en la Catedral con motivo de la festividad de San Ildefonso, patrono de la ciudad, que «el mero hecho de pensar en el futuro nos produce en muchas ocasiones pesadillas».

Braulio Rodríguez, arzobispo de Toledo, durante la misa con motivo de San Ildefonso.


Rodríguez ha señalado, delante de, entre otros, la alcaldesa de Toledo, Milagros Tolón; el delegado del Gobierno en Castilla-La Mancha, José Julián Gregorio; o el presidente de las Cortes de CLM, Jesús Fernández Vaquero, lo siguiente:

«¿No pensáis que el momento de la historia que estamos viviendo participa de un cierto miedo por nuestro futuro? Tal vez por ello nos aferramos tan firmemente al presente, acaso porque no soportamos contemplar el futuro ni mirarle a los ojos. ¿Para qué? Carpe diem, se nos advierte: aprovechemos el tiempo y los escasos momentos de felicidad que nos proporciona la vida. El mero hecho de pensar, pues, en el futuro nos produce en muchas ocasiones pesadillas».

LEA EL TEXTO ÍNTEGRO DE LA HOMILÍA DEL ARZOBISPO DE TOLEDO

Por su interés, reproducimos a continuación el texto completo de la homilía del arzobispo de Toledo:

«Queridos hermanos: la celebración litúrgica de san Ildefonso nos reúne en la Catedral cada 23 de enero. Es momento no sólo de evocar la figura del Patrón de la Ciudad y de la Archidiócesis; también nos proporciona reflexión y ocasión de disfrutar de la gracia del Señor que nos permite mirar al futuro desde nuestro presente de palpitante actualidad.

¿No pensáis que el periodo de la historia que estamos viviendo participa de un cierto miedo por nuestro futuro? Tal vez por ello nos aferramos tan firmemente al presente, acaso porque no soportamos contemplar el futuro ni mirarle a los ojos. ¿Para qué? “Carpe diem”, se nos advierte: aprovechemos el tiempo y los escasos momentos de felicidad que nos proporciona la vida. El mero hecho de pensar, pues, en el futuro nos produce en muchas ocasiones pesadillas.

Ahora, es verdad, ya no tenemos miedo, como los antiguos, de que el sol pueda ser vencido por las tinieblas y no salga nunca más. Sin embargo, tememos a la oscuridad que procede del hombre. Con ella, en efecto, hemos descubierto por vez primera la verdadera oscuridad, más temible en estos momentos de crueldades de lo que las generaciones anteriores a nosotros pudieran imaginar. Tenemos miedo de que el bien se torne impotente en el mundo, de que poco a poco deje de tener sentido perseguirlo, al bien, con verdad, limpieza, justicia y amor.

Nos inquieta que en el mundo se abra nuevamente paso la ley del más fuerte, que la marcha del mundo dé la razón a los desenfrenados y a los brutales, no a los santos. Vemos que a nuestro alrededor domina el dinero, las armas destructoras en manos de irresponsables, alguna que otra bomba atómica o de nitrógeno; o el cinismo de aquellos para quienes no hay nada sagrado. Con cuánta frecuencia nos asalta el temor de que, finalmente carezca por completo de sentido la marcha del mundo, y para qué la honradez, el bien común, la ayuda mutua, el perdón y el empezar de nuevo.

Domina a veces la impresión de que crecen los poderes ocultos, de que el bien es impotente. Sería algo parecido a un sentimiento negativo, que nos haría a cada uno más individualista, como en las tardes de invierno frío. No podemos ni tenemos razón de pensar y sentir de este modo, pues no hace tanto tiempo que en el establo de Belén se nos dio una señal que nos manda que respondamos “Sí” llenos de alegría: el Niño que hay en ese pesebre, el Hijo Unigénito de Dios es presentado juntamente como signo y garantía de que, al fin y al cabo, Dios tiene la última palabra en la historia universal: Él, que existe y que es la Verdad y Vida.

Por ello, necesitamos hombres y mujeres creyentes, que confían en el Señor y en su Palabra, que tiene experiencia del amor de Dios. Son necesarios los santos, porque ellos y ellas no han abordado los problemas humanos sólo con soluciones técnicas o de horizontes cortos, sino confiando en el Señor. Saben que nosotros, tantas veces, no nos queremos bien, tenemos mal concepto de nosotros: Jesucristo no es así, el Padre de los cielos no es así: nos quiere por encima de nuestras limitaciones, fallos y pecados.

Volvamos nuestra mirada a san Ildefonso de Toledo. En la oración llamada “Illatio”” de la liturgia de esta fiesta se dice que Jesucristo nombró a nuestro patrón “confesor”. Confesar la fe es vivir de cara a Cristo, vivir con esperanza y amor y con los demás, porque san Ildefonso “no defraudó la esperanza que manifestaba en sus ruegos de ver gozoso en cielo al que confesaba en la tierra con el corazón y los labios”. “Claro, dirá alguno, el cielo. Sí el cielo, pero en el vocabulario cristiano “el cielo” no una dimensión que nada tenga que ver con la vida diaria de los cristianos, en la vida pública, familiar o profesional.

Por ello san Ildefonso nos fortalece con su fe en Jesucristo, nos consuela en las tribulaciones de la vida que no faltan. Habla este texto, que luego rezaremos, de no desanimarnos en las adversidades ni nos entre vanidad en la prosperidad. Es san Ildefonso valedor ante Jesucristo de todos estos dones que el Señor nos proporciona, pues es la presencia de Dios en nuestra vida la que os da la fe, la que no nos encoge ante dificultades y tormentos, en nuestros apuros en las estrecheces.

Hermanos, en otras ocasiones he dicho que la vida sólo se puede vivir como si Dios no existiera o sabiendo que Dios existe. Son orientaciones diferentes, aunque pueda haber ayuda y acercamiento entre los que aceptamos una u otra forma de ser hermanos. Los que confiamos en la presencia de Dios en su Hijo Jesucristo, porque conocemos por experiencia su persona y su existencia, estamos abiertos a tantas cosas buenas que nos da la vida, a cuanto mejore la existencia de la gente que vive en nuestra sociedad. Por piedad hacia los que no creen que la hipótesis Dios sea real, debemos mostrar su existencia y amor sobre todo con nuestras obras, pero también con nuestro anuncio explícito de Dios en Jesucristo.

Que por los méritos de san Ildefonso, amigo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, Madre Virgen del Señor, sea la esperanza y firmes de los que en Él creemos».

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