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28/01/2016junio 7th, 2017
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Pocos diagnósticos he leído en los últimos tiempos tan lúcidos y con los que esté más de acuerdo que con el del arzobispo de Toledo, Braulio Rodríguez, en su homilía de San Ildefonso. Desde la divergencia en la fe, que a mí no me acompaña, reconozco haber pronunciado “voilá” a leer su rotundo veredicto: “Pensar en el futuro produce en ocasiones pesadillas”.

Desde el punto de visto político, económico y social mirar hacia delante genera tal desazón en el español común -y no solo en España- que da miedo. Sostengo que la inestabilidad e incertidumbre política es absolutamente lógica y consecuencia directa de lo vivido en los tiempos inmediatamente anteriores. 


Comparto con el jefe de la iglesia toledana que ahora el miedo procede de la oscuridad del hombre y no de las tinieblas. Asimismo, añado que el origen del pánico tiene que ver con cómo se han comportado los hombres más poderosos haciendo que poder y dinero fueran una aleación inseparable de la corrupción e injusticia.

En un mundo donde 60 tienen más riqueza que 3.000 millones de personas, en un país en el que el 99 por 100 gana cada vez menos y el 1 por 100 cada vez más, es comprensible el cansancio, la desgana el voto fragmentado y como consecuencia de todo ello la inestabilidad política, que puede ser precursora de la económica, pero que, en mi opinión, procede de la desigualdad social.

La brecha cada vez mayor entre los que tienen más y los que menos poseen en un mundo interconectado, informado y exigente es terreno abonado para el descontento y seguirá produciendo escenarios de inestabilidad política cada vez que se abran las urnas, ya sea cada cuatro años o cada cuatro meses.

 “Ahora, es verdad, ya no tenemos miedo, como los antiguos, de que el sol pueda ser vencido por las tinieblas y no salga nunca más. Sin embargo, tememos a la oscuridad que procede del hombre. Con ella, en efecto, hemos descubierto por vez primera la verdadera oscuridad, más temible en estos momentos de crueldades de lo que las generaciones anteriores a nosotros pudieran imaginar. Tenemos miedo de que el bien se torne impotente en el mundo, de que poco a poco deje de tener sentido perseguirlo, al bien, con verdad, limpieza, justicia y amor”. Repito, porque las comparto íntegramente, las palabras del arzobispo.

Y concluyo con él en que lo que más “nos inquieta que en el mundo se abra nuevamente paso la ley del más fuerte”. Mientras ese miedo no desaparezca no habrá estabilidad política y ésta no se irá hasta que España en particular y el mundo en general no sean un lugar un poco más justo.

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