“Incluso la más larga caminata comienza con un simple paso”, dice un proverbio hindú.
Las postrimerías del 20-D han dejado claro que formar gobierno en España será una larga y compleja caminata en la que van a ser necesarios muchos pasos para llegar al final, ya sea éste un nuevo Ejecutivo en el Estado o unas elecciones.
Pedro Sánchez y Albert Rivera van por delante en pasos dados. Su acuerdo no es el paso definitivo que necesitan para desbloquear la situación ni para convertir al líder socialista en presidente del país, pero ha situado a ambos varios pasos por delante del lugar en el que quedaron el 20 de diciembre de 2015, sea el final de la caminata un Gobierno o nuevas urnas.
Sánchez, con casi el 80 por 100 el respaldo a su pacto entre los militantes socialistas que votaron el pasado fin de semana, se afianza, aunque sea centímetro a centímetro. Y Rivera agranda su figura como líder y político necesario por su pragmatismo y sentido común en tiempo de tribulaciones.
Mientras, Mariano Rajoy, aferrado al yo gané las elecciones y paralizado por los casos de corrupción que afloran en el PP y la relevancia de sus protagonistas, parece haber interpretado al revés el proverbio hindú y dar pasos, pero hacia atrás. Es evidente que hoy Rajoy está varios pasos por detrás del lugar al que llegó el 20-D y, aún asumiendo que la volatilidad de la política española puede provocar grandes vaivenes en poco tiempo, no parece que el calendario corra a favor del líder del PP.
Está bien el “hasta los cojones” y “hasta las narices” que sueltan en titulares de prensa diversos rostros públicos del PP, pero ¿por qué no se levantan en el Comité Ejecutivo y le dicen al presidente del partido “Mariano, levántate y anda que mira cómo nos vemos por tu pasividad”. Es Rajoy quien ha salvado al soldado Sánchez dejándole todo el escenario y los minutos de televisión al negarse a hacer lo que le tocaba: presentarse a la investidura y poner el reloj en marcha para acabar, mediante pacto o elecciones, con el bloqueo político actual. ¿Qué sentido tiene que Rajoy diga ahora que si falla Sánchez va él, aunque no tenga los votos? ¿No tendría que haber sido al revés?
Podemos y Pablo Iglesias, considerados los grandes vencedores morales de las generales, no parecen haber dado muchos pasos para avanzar posiciones, aunque tampoco han retrocedido peldaños, al menos de manera significativa. Eso sí, su líder pierde valoración al tiempo que España le descubre enamorado de sí mismo y autor de frases tan “sobradas” como aquella de “es una sonrisa del destino que Pedro Sánchez me deberá a mí si llega a ser presidente”.
Hoy ya sabemos que Podemos no es un partido unido sino una suma de cuatro, un matrimonio de conveniencia que puede saltar por los aires territorial o ideológicamente. No solo Valencia y Cataluña reivindican cosas distintas, es que no todos piensan que hay que gobernar con Pedro y Pablo de vicepresidente. Algunos opinan que lo mejor sería dejar al PSOE gobernar y esperar a que su debilidad y las difíciles circunstancias les permitan el asalto final en las próximas.
Lo cierto es que en una España en la que las mayorías absolutas han pasado a ser difuntas, es casi más importante sumar que ganar. Y el que no lo entienda tendrá una corta caminata. Estoy convencida de que el acuerdo da votos, aunque sea con cuentagotas y la cerrazón los quita.