Los españoles parecen haber perdido cualquier esperanza de que se forme gobierno en España sin pasar de nuevo por las urnas. Diferentes sondeos con distintas proyecciones de voto y publicados en diversos medios de comunicación coinciden todos ellos en la misma conclusión: los ciudadanos han perdido la fe en un acuerdo que acabe con el Gobierno en funciones.
Hay otra conclusión que también reflejan machaconamente las encuestas y es que los ciudadanos no quieren volver a votar y que están muy enfadados y cansados de sus políticos, incapaces de ponerse de acuerdo para salir de un atolladero que en otros países, como Dinamarca, llevan resolviendo 100 años, los mismos que han transcurrido en ese estado europeo sin las que urnas paran mayorías absolutas.
«Nos han preguntado qué queremos, les hemos dicho que se junten varios para gobernar y de diferente procedencia ideológica… ¿Por qué no nos hacen caso?». Es lo que imagino yo que dice el españolito medio cuando sale el tema. «¡Que no nos convence ninguno solo, hombre, que se pongan de acuerdo ya!», debe ir subiendo de volumen la reflexión.
Me pregunto, por lo tanto, ¿qué puede pasar en unas elecciones que los españoles no quieren? y la respuesta solo se me aparece en forma de estremecimiento y sin titulares claros. Se me ocurre que los que se las prometan felices si volvemos a coger la papeleta se equivocan y lo pagarán. El problema es que no lo pagarán ellos solos, sino todo el país.
Las encuestas varían entre las que dan más a unos o a otros, pero a estas alturas eso me parece poco relevante, por lo mucho que cambia en poco tiempo, pero sí creo que es un dato a tener en cuenta que todas reflejan que los bloques derecha a izquierda saldrán parecidos y que ninguno sumará lo suficiente para formar gobierno sin el concurso de una tercera fuerza del otro lado.
Si volvemos a votar y descartada la gran coalición PP-PSOE, parece que seguirá siendo necesario un acuerdo a tres, en cualquiera de sus formulaciones posibles: tripartito de gobierno, abstención de uno de los cuatro grandes ante el acuerdo de otros dos, pacto de investidura y luego geometría de acuerdos variables según los temas y circunstancias…
Los sondeos también apuntan que los españoles agradecen y valoran a los partidos y políticos que han cerrado acuerdos, PSOE y Ciudadanos, encabezados por Pedro Sánchez y Albert Rivera. Pero no parece que sus posibles subidas cambien el mapa, entre otras razones porque la actual ley electoral española no facilitará grandes vuelcos con cambios de porcentajes de voto tan pequeños.
Cada mes los sondeos dicen cosas diferentes, aunque apuntan varias cosas repetidamente: la primera que los españoles no quieren elecciones. La segunda cuestión que queda clara es que los votantes están aún más enfadados que antes del 20-D porque sus líderes políticos no son capaces de ponerse de acuerdo cuando el país lo necesita tanto y con tanta urgencia y, además, así se lo han encargado expresamente ellos escogiendo las papeletas que metieron en la urna. La tercera conclusión es que las consecuencias pueden ser graves e imprevisibles para los que se más se aparten de ese dictado, es decir, para quiénes se perciban como obstaculizadores de pactos y esos, hoy por hoy, son el PP de Mariano Rajoy y el Podemos de Pablo Iglesias.
Seguramente unas nuevas elecciones dejarían fuera de juego a uno o varios de los actuales líderes políticos del país y durante todo este tiempo he pensado que ese peligro acabaría provocando el acuerdo justo antes de que suene el tiempo. Así lo sigo creyendo, aunque reconozco que los hechos me desmienten y mi fe se deteriora. Pero es que no me cabe en la cabeza que los partidos y sus líderes obliguen a los españoles a hacer lo que no quieren hacer para decirles otra vez lo que dejaron claro hace tres meses, que se pongan de acuerdo entre casi todos porque ningún líder, ni ningún bloque ideológico por sí mismo les convencen lo suficiente.
¿En serio van a llevar a los españoles a unas elecciones a las que no quieren ir? Pues que luego nadie se lamente de las consecuencias.