La Semana Santa de Toledo tiene consideración universal por su marco, su espiritualidad, su esencia y su presencia. Celebración religiosa en la que se concilia la devoción con las manifestaciones artísticas, dada la calidad estética de sus pasos e imágenes, y la tradición popular. Estamos ante uno de los eventos más singulares y merecedores de ser apreciados que sobresale especialmente la participación ciudadana. Cofrades, penitentes y personas agolpadas en las calles plenas de sentimiento. Creyentes y no creyentes, pero siempre personas sensibles ante el más allá o el presente.
La Semana Santa es una fiesta de convivencia, de hermandad, donde se celebra aquello que nos une, lo que nos identifica de manera colectiva: unos principios, unas creencias, una manera de concebir la vida, que se ha mantenido con el transcurso del tiempo y que permanecerá indeleble en la memoria colectiva porque se transmitirá a las generaciones futuras. El Jueves Santo es símbolo y seña de esa hermandad, pues se define como «el día del amor fraterno».
Es tiempo, también, de purificación espiritual y de observancia renovada de los principios éticos que nos mejoran como seres humanos. Creer o no creer, casi da igual. Castilla-La Mancha se distingue en el conjunto de España por la importancia que la mayor parte de nuestros pueblos y ciudades confieren a estas fechas. Toledo es un lugar singular e impresionante. Ese hecho habla de nuestro respeto por la tradición y nuestra predisposición a convivir de manera armónica y a ahondar en todas aquellas manifestaciones que solidifiquen nuestra cohesión emocional. El pueblo, siempre el pueblo llano que siente como pueblo.
Todos los días del año existen muchas razones y motivaciones para visitar Toledo. Ahora bien, esos reclamos se acrecientan en Semana Santa, un tiempo en que cualquier persona que acuda a esta hermosa localidad, a esta ciudad del mundo, experimentará la impresión de haber tomado contacto con lo esencial castellano-manchego. Sí, soy toledano a fuer de ser castellano-manchego.
Por tanto, quien decida adentrarse en la Semana Santa de Toledo participará de un festejo en que se funden la emotividad de lo popular, de lo tradicional y de lo religioso para dejar una honda huella que acompañará permanentemente al visitante de la misma manera que acompaña al toledano de toda la vida. Ciertamente, Toledo es, durante todo el año, un espacio abierto, integrador, donde todas las personas forman parte de una comunidad solidaria, acogedora. Ciudad de tolerancia y de convivencia. En Semana Santa, estos rasgos se acrecientan y convierten estas fechas en un acontecimiento con gran hondura y belleza.
Es el momento de percibir el ejemplo de la entrega y la solidaridad, pero es también el tiempo de la celebración, pues la Semana Santa es, en definitiva, el triunfo de la vida sobre la muerte. El misterio de la Pasión y Muerte de Cristo y su posterior Resurrección coincide con el advenimiento de la primavera, que representa la renovación del ciclo vital, la vivificación de todas las personas, que, renovadas en su ánimo, en su vigor, se disponen a afrontar una nueva etapa de la vida que será más edificante, más plena y más tendente al bien. Se renuevan los propósitos y también la esperanza.
La Semana Santa de Toledo, nuestra Semana Santa es un acontecimiento ciudadano, en el que celebramos algo para nosotros entrañable, algo que forma parte de la esencia misma de lo que somos, de lo que pensamos, de lo que sentimos y también de lo que creemos. Pero la vivencia de lo aparente no nos hace olvidar que lo importante de nuestra Semana Santa reside en la profunda creencia, que merece la pena que cada uno de nosotros sepamos mantener en la memoria, que nos ayude a recordar lo que somos y por qué somos como somos, por qué pensamos como pensamos, por qué tenemos lo que tenemos, y por qué, año tras año, acudimos a esta cita. Incluso sin ser creyente.
Pero hay que tener presente lo cercano, las persona que sienten sobre sus hombros la labor de que este universo perviva y se mejore, los hombres y mujeres y las numerosas hermandades, que, desde hace mucho tiempo, asumen la responsabilidad de hacer de la Semana Santa una fiesta cada vez mayor en representatividad y en participación.
La Semana Santa es también una fiesta sensorial: el sonido de las trompetas y los tambores, las marchas de las bandas de música, incluso los profundos silencios; el tacto de las túnicas, cada una con su textura diferente; el olor a naftalina y a incienso y el olor a flores y a primavera; los sabores propios de las comidas típicas de estos días; y, sobre todo, el color que llena las calles de matices en el marco incomparable de las calles estrechas de una ciudad antigua como lo es Toledo.
Todo ello lo vivimos los toledanos y toledanas y quienes se sienten toledanos y toledanas en nuestra compañía, de nacimiento o de corazón, en el marco de un espacio lleno de evocaciones, con un brillante presente y con enormes posibilidades de futuro.
En fin, vivir nuestra Semana Santa es también una virtud humana y no solo religiosa, es la manera de abonar la esperanza colectiva para construir un mundo mejor, en el que quepamos todos como personas iguales, solidarias y tolerantes, con una fe viva que excluye todos los fanatismos, los odios viscerales y la tendencia a destruir frente a la posibilidad de crear. Quiero vivir la «pasión de la esperanza».