La casa en Toledo de Heliodoro Martín Muñiz, presidente de la Federación regional de esgrima y del Club Esgrima Toledo, es un pasaje al pasado… de armas de España y tantos otros países.
Y es que Heliodoro, un apasionado de la esgrima, conserva varios cientos de armas blancas que ha reuniendo a lo largo de su vida: se las han llevado, las ha buscado y encontrado, las ha comprado, reparado y confeccionado a partir de sus piezas…
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Heliodoro Martín tiene de todo. Revela que el arma más antigua que tiene es una hoja que data del año 1.700. Alterna armas originales con reproducciones.
Guarda muchas empuñaduras, ya que él mismo fabrica a veces el arma. Nada más entrar en el cuarto del pasado de armas, uno se topa con una hoz de segar (usada como arma por los iberos). La que él muestra es una reproducción que compró a su ídolo, el fabricante Óscar Kolombatovich (maestro de esgrima en la Academia de West Point que enseñó a batirse en escena a los Pavarotti, Plácido, Carreras y demás figuras del bel canto, seguramente el mejor especialista en armas blancas, cuyas reproducciones fundía y templaba en una fundición de Olías del Rey, Toledo).
El paseo con Heliodoro Martín es una caja de valiosas sorpresas: así, muestra un sable de suboficial japonés de la II Guerra Mundial, una espada conmemorativa del V Centenario del Descubrimiento, otra que hizo Kolombatovich hizo para un tenor italiano…
DE RUTA, COMO ALATRISTE POR TOLEDO
El presidente de la Regional de esgrima hace rutas teatralizadas por Toledo, en las que usa espadas como la de Alatriste. Exhibe una ellas, así como otra similar a la que empleó Gerard Depardieu en la versión cinematográfica de Cyrano de Bergerac.
Conserva asimismo muchas espadas roperas (se llevaban como complemento de la ropa). Este museo tan particular como desconocido guarda también una espada de Lansquenete (la de la Guardia Imperial de Carlos V, de los Tercios de Flandes) y otra de su «colega», el rey francés Francisco I (la hoja fue realizada en la Fábrica de Armas de Toledo, la empuñadura la hizo Heliodoro).
Más, mucho más: una jineta (o espada nazarí), hecha en Toledo; complementos de batalla como armaduras de caballería, cotas de malla, chapas, escudos, un casco de policía del cuerpo de coraceros (siglo XVIII), yelmos de combate, bacinetes (cascos de hierro usados hasta el siglo XV) y puntillas (las usadas por los toreros para apuntillar a los toros).
Las espadas son el alma de este singular museo privado: aparece una romana o gladius (su punta, de gran filo, era lo que más cortaba) y una gumia (espada árabe), lo que aprovecha Heliodoro para explicar que las hojas curvas llegaron a España vía Imperio Otomano).
LOS MARISCALES DE NAPOLEÓN ADOPTARON UN SABLE TURCO
El muestrario, como se lee, es impresionante: un martillo de guerra de la Edad Media (por un extremo una bola, en el otro, un filo), una «shashka»o sable cosaco de la II Guerra Mundial, un sable turco («asumido por los mariscales de Napoleón», explica este erudito en armas blancas)…
Los útiles de guerra se amontonan: broqueles (pequeños escudos), guantes metálicos para la batalla, almófares (o mallas sobre la cabeza) con sus boqueros (protectores de la boca) y mazas (con las que se golpeaba al enemigo sobre el caballo).
Heliodoro Martín sigue mostrando orgullosamente un ejemplar de espada italiana de cesta (llamada así por la forma de la empuñadura), otra espada escocesa, un sable de duelo de estudiantes alemanes, un sable de Puerto Seguro (de la época de la II República, razón por la que la autoridad quitó la corona que iba sobre el escudo) y una espada francesa «colichemarde, mortal de necesidad», aclara, por lo afilado de su punta (del siglo XVIII, usada en la película «Los duelistas», sobre un relato de Joseph Conrad).
Como se advierte, este singular coleccionista de armas blancas las tiene de todo tipo, condición, origen y tiempo. Ahí si no un espadín de luto, una enorme espada china, un sable de abordaje empleado por los piratas, un sable de duelo que compró en Budapest («iba acojonao en el avión, por si me la requisaban», confiesa) y una espada alemana ropera del siglo XVIII).
LA INVASIÓN DE NAPOLEÓN DISPERSÓ POR ESPAÑA INNUMERABLES ESPADAS DE CEÑIR
Ilustra Heliodoro que los franceses, tras la invasión naopoleónica, dejaron en España muchas espadas de ceñir, que obviamente llevaban el escudo del emperador, con el águila. Él conserva algún ejemplar.
Bayonetas tiene un montón (como las de cubo, de la guerra de Napoleón) y enseña caretas de esgrimidores, un morrión (los cascos de los conquistadores, como el que llevaba Hernán Cortés), un puñal de montería (de su padre, para rematar jabalíes), otro rústico árabe (que mataba no por la herida sino por la infección), machetes, gumías (armas blancas corvadas usadas por los moros), un puñal finlandés, una daga de tijera (que se abre en tres partes, para inmovilizar al enemigo, de la época de Alatriste), balas de cañones («de lo último que se hizo en la Fábrica de Armas», asegura), boleadoras argentinas (bolas unidas con tiras y con las que atacaban los gauchos a lomos de sus caballos)…
Qué sinfín de armas blancas, qué desenfadado museo tan ignorado, qué pasión por un mundo remoto que ya no volverá.
Heliodoro no quiere ni sospechar lo que se puede haber gastado a lo largo de su vida en alimentar su pasión. Ni ganas. Su colección tan privada solo es una extensión de una vida cuyo ocio ha sido ocupado, en una parte importante, por el mundo de las armas, aquel en que la guerra y los duelos se libraban cuerpo a cuerpo, de forma tan distinta a como se hace ahora, cuando ya, muchas veces, la muerte masiva llega a distancia y a cargo de un dron.