«Me va a costar votar en estas elecciones», proclamó Cayo Lara en su despedida al frente de Izquierda Unida o más bien lo que queda de ella. Y la frase dio la vuelta a España, no solo por su significado interno, que revela que no todo el mundo en IU está conforme con su (des)integración en Podemos, sino porque muchos repetimos cada día, por diversas razones y desde hace tiempo, lo mismo que Cayo Lara: «Me va a costar mucho votar en estas elecciones».
Más del 42 por 100 de los votantes declaran estar menos interesados en el 26 de junio de lo que ya lo estaban el 20 de diciembre. Mientras, no paran de aumentar el descrédito de los políticos, la desconfianza en las instituciones y el malestar con las élites en general y las políticas en particular por los casos de corrupción, escándalos como los papeles de Panamá y el empobrecimiento que la crisis ha traído a las clases medias y bajas del país.
Sí, a todos, o a casi todos, nos va a costar mucho votar en estas elecciones. Pero no votar es siempre la peor opción. Escoger y opinar es un derecho de los españoles desde que vivimos en democracia, pero también un deber. Dejar que hablen por nosotros es una mala práctica en la vida, que siempre acaba mal. Dejar que voten por nosotros es también la peor de las opciones en nuestra dimensión política y ciudadana.
Ya sé que nos va a costar mucho votar en estas elecciones en las que los viejos partidos no han sabido dar la respuesta que el país necesitaba tras el 20-D y los nuevos se van apuntando a los vicios adquiridos por sus predecesores.
Sí, porque los nuevos copian sin pudor al y tú más que tanto denostaron, seguramente porque cuando el atacado es uno mismo, todo cambia. También han demostrado que a la condición humana nada les es ajeno y eso incluye la dimensión política. Líos de listas, guerras de poder, imposición de la voluntad del líder y asuntillos turbios van asomando tímidamente y empiezan a poblar el paisaje de los nuevos.
¡Claro que a todos o a casi todos nos va a costar mucho votar en estas elecciones! Pero la peor opción siempre es no votar.
En cualquier caso, el multipartidismo tiene varias ventajas y una de ellas es que al obligar al acuerdo entre varios y no tener ninguno claro si va a gobernar o cuánto tiempo se va a mantener en el sillón, se extreman las precauciones y se afina el programa tratando de convencer al electorado y recuperar a los votantes perdidos o desencantados con la situación.
Los nuevos han forzado que los viejos reaccionaran, cada uno a su manera, y que palabras como regeneración, indignación, desahucios o pobreza pasaran de las conversaciones desesperadas de los ciudadanos a la agenda política.
No es negativo que haya más, pero conocidos ya los actores y vistas sus miserias es lógico que a Cayo Lara y a casi todos nos vaya a costar mucho votar en estas elecciones. Pero, ya saben, ante la política como ante la vida la obligación va por delante de la devoción.