César del Río
Porque tenemos la obligación moral, que no legal, de votar, ya que de lo contrario estas elecciones no le interesarían a casi nadie. Y perdón por el casi, pero es que hay políticos a quienes sí les interesa. Y es que el tostonazo al que nos han sometido durante los últimos meses ha sido tal que al final lo aborreces.
Dense cuenta de que llevamos en elecciones desde Navidad. Y estamos en verano. ¡Jódó! Sí, con tildes en las dos oes. Las cogimos con el chambergo contra el frío puesto y las mantenemos cuando ya estamos en bañador. Que tiene lo suyo. Ya son como la ropa, de invierno y de verano, políticos de quita y pon.
Y si al final hacemos caso de la última encuesta del CIS, porque de encuestas es de lo que vivimos, pues los resultados, como no podía ser de otra forma, serán prácticamente los mismos, con la única diferencia de que Unidos Podemos podría superar al PSOE.
En éstas estamos. Por lo que ahora lo que habrá que ver es qué hace Pedro Sánchez en el caso de que se quede tercero, que ni es chicha ni es limoná.
¿Apoyará al PP para que no gobierne quien no le apoyó a él? ¿O le dará su voto a Iglesias a cambio de «algo»?
Porque, a priori, en sus manos está el nombre del nuevo presidente del Gobierno de España. O de la nueva presidenta. Porque también podría exigir que su abstención se pagara con la «cabeza» de Rajoy. Algo ronda por su cabeza e incluso lo tendrá ya claro, a la espera de los resultados, pero fue él mismo quien dijo que no habría terceras elecciones consecutivas.
Visto lo visto, el 26 de junio, domingo para más señas, los ciudadanos también tenemos que elegir: o ir a votar a primera hora de la mañana para luego marcharnos a la piscina a la playa y olvidarnos de los políticos; o dormir hasta que nos plazca, pasar directamente de ellos y cuando nos despertemos nos damos un chapuzón. La tercera vía, como en política, también existe: no levantarnos en todo el día.
Vote: o urna o playa. O las dos. Queda poco para que se acabe esta pesadilla.