Luis Miguel Maza, politólogo, luchador solidario, entregado al servicio público en Castilla-La Mancha desde diversos cargos y encomiendas, y, sobre todo, buena persona, ha muerto. Ha luchado contra lo imposible y lo ha hecho con valentía, con voluntad, con conciencia y con la envidiable actitud y la sencillez de una persona que mira de frente la realidad y no pierde la visión de la vida. Así fue siempre y así se ha ido.
Como las cosas humanas no sean eternas, especialmente las vidas de los hombres, y como la de Luis Miguel no tuviese privilegio del cielo para detener su curso, llegó su fin y acabamiento cuando aún había mucho horizonte. Aún le recuerdo cuando el pasado verano, los dos cesantes, nos despedimos con sonrisas frente al ciprés de Doncellas Nobles.
Madrileño de nacimiento y castellano-manchego de alma, inquieto, trotamundos y correcaminos en su última etapa laboral, supo llevar la bandera de la patria castellano-manchega por las comunidades de paisanos desparramadas por España. En Luismi había un aliado y un repartidor de afectos y emociones. Se le quería de verdad.
Amable y discreto, recto y jovial, siempre más interesado por la paz que por el conflicto, su viaje vital, como el de Ulises, ha sido largo y pleno de experiencias. De juicio libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia, siempre estuvo en su sitio, es decir, con la gente y frente a la hipocresía, y apreció más la amistad que los honores.
No derramo lágrimas en esta hora del dolor cercano, porque me alimenta su imborrable recuerdo. Y para Luis Miguel, no se me ocurren mejores palabras que las que dedica Cervantes al gran personaje de su novela, que bien se las podemos aplicar a él quienes le conocimos y tratamos: «…en tanto que don Quijote fue Alonso Quijano el Bueno, a secas, y en tanto que fue don Quijote de la Mancha, fue siempre de apacible condición y de agradable trato, y por esto no sólo era bien querido de los de su casa, sino de todos cuantos le conocían».
Su familia, sus amigos, sus colegas, quienes de igual a igual -no hacía distingos- trabajamos con él, todos, guardamos la memoria de su afecto, el buen talante de su trato y el legado de su vitalidad admirable.
Allá donde estés, Luis Miguel, quiero que sepas que vivimos con tu recuerdo.