«Vivimos en condiciones muy pobres y precarias, apenas una colchoneta en el suelo y una mosquitera, la escasa agua de la ducha se asemejaba bastante a una taza de Colacao español y la comida, si bien abundante, no dejaba de ser frugal…».
Es el último testimonio del padre Christopher, misionero de la diócesis de Toledo, «desde las trincheras de la misión», como él mismo la califica, en Kalafo (Etiopía), «allí instalamos nuestro campamento y durante 10 días convertimos la escuela del pueblito de Ma’aruf en una clínica rural en toda regla. Fueron más de 400 pacientes los que recibieron atención médica: hombres, mujeres y niños aquejados de toda suerte de enfermedades…».
Fue en Navidad, «y aunque han pasado ya unos cuantos meses desde que la celebramos, no puedo dejar de compartir con vosotros las maravilllas que hizo el Buen Dios en nuestra pequeña misión». Estaban la hermana Joachim Estefanía y Belén, «vinieron a pasar la Navidad con nosotros esos días Claudia y Xiomara desde Nueva York; también nos acompañó Tesfae, un magnífico enfermero etíope».
Christopher relata que «aún conservo en la retina del corazón las miradas, los rostros, las siluetas… De ese interminable dolor variopinto y multicolor. Asombraba su capacidad de aguante, su estoicismo ante el sufriente, al resignación serena…».
Con un contratiempo severo, puesto que se les olvidó las medicinas en el centro base de la misión, en Gode, a donde Christopher tuvo que volver, por esas tierras inhóspitas, para regresar al día siguiente con el «alimento» básico para los enfermos.
«VIMOS UNA CARRETA TIRADA POR UN BORRICO CON UNA MUJER ESQUELÉTICA, ENVUELTA EN HARAPOS…»
Días después…
«Una mañana, mientras salíamos como todos los días hacia el poblado y nuestra pequeña clínica, cuando vimos de repente una carreta tirada por un borrico, que salía de una casucha de barro con una mujer escuálida, esquelética, envuelta en harapos… Nos acercamos, nos bajamos del vehículo y preguntamos qué es lo que pasaba. Nos dijeron las gentes que allí miraban que era una mujer cristiana que estaba muriendo de SIDA y tuberculosis, a quien el dueño del cuartucho echaba a la calle porque no había pagado la última mensualidad de su cuchitril».
Por lo que buscaron al dueño «y pagamos la pequeña mensualidad adeudada y a la vuelta de una jornada más de trabajo nos dedicamos en cuerpo y alma a atender a esta pobre mujer que estaba al cuidado de su hija adolescente. La bañamos, le cambiamos la ropa, le administramos los medicamentos necesarios y tatamos de darle todo el cariño del mundo y el amor que durante toda su vida se le había negado. Cuando ya anochecía, conseguí conectar una lámpara a la batería del coche y bajo la luz de las linternas, el enfermero y yo tratamos de ponerle una vía en sus fragilísimas arterias…».
Pero «pasaban los minutos y bajo la luz de las linternas tratábamos en vano de administrarle los medicamentos por vía intravenosa. No había manera de encontrar la vena y se nos acababan las pocas jeringuillas que teníamos a nuestra disposición. Finalmente opté por llamar a la hermana que estaba en la adoración para que viniera a ayudarnos y le pedí que además de dos jeringuillas me trajese el estuche con los Santos Óleos… Jamás olvidaré la escena. Era de noche, la mujer postrada, jadeando sus últimas bocanadas de aire entre la vida y la muerte, sobre un mínimo jergón arropada con viejas telas por sábanas…».
«¿A QUIÉN ENVIARÉ? LOS MISIONEROS… QUE NO LLEGAN»
Tras hacer alusión a la sequía que asola la zona desde hace años y que ya fue motivo de una carta anterior (lea su «grito» pidiendo ayuda), el padre Christopher cuenta que hace ya 10 años que llegó a Gode por primera vez. «En estos años el Buen Dios nos ha enviado a mucha gente, sobre todo jóvenes, que durante un tiempo más o menos breve nos ha venido a ayudar…».
Sin embargo, «con enorme pena comparto con todos vosotros nuestra mayor carencia y lo que de verdad necesitamos. Lo que de verdad llevamos esperando, lo que le hemos pedido tercamente al Buen Dios todos los días en nuestras pobres plegarias y que nunca reciben respuesta. Lo que más necesita esta misión, lo que de verdad necesita esta misión: una comunidad de religiosas».
O, lo que es lo mismo, «una comunidad de mujeres consagradas a Dios que, para toda la vida (y no para unas semanas o meses de su vida, como las decenas de jóvenes que han venido a lo largo de estos años) vengan sin billete de vuelta a entregar la vida en la evangelización de este pueblo».
Porque, como recalca, «la verdad llana y sencilla es que aquí no quiere venir nadie…».
La realidad de la vida en países como Etiopía…