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28/07/2016junio 7th, 2017
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Siempre he sido muy de alcaldes. Les comprendo mejor y les disculpo más los errores, porque en ellos veo reflejadas todas las virtudes que le pedimos a un político en mayor medida que en ningún otro cargo o representante público y, además, ejercidas sin descanso.

Cuando quiero saber cómo le van las cosas a un Gobierno o cómo han caído determinadas medidas, pregunto primero a los alcaldes. En general, su diagnóstico no falla, porque tienen el pulso diario, sobre todos los temas y de todos los espectros ideológicos, de edad o profesión, parados incluidos.


Un alcalde lo es para todo, tenga competencias o no en la materia y, además, lo es todo el día todos los días del año. Cualquier problema que haya en el pueblo le llega al alcalde, aunque sea obligación del Estado o de la comunidad autónoma.

He conocido a alcaldes que acompañaban a sus vecinos al médico a ver si ayudaban a solventar los efectos que los recortes hacían sobre la sanidad, que llamaban al consejero o al director general de turno tratando de arreglar problemas en colegios de su municipio, pidiendo trabajo para sus vecinos, promocionando como un empresario más lo que se hace en su pueblo, en primera línea de un incendio, acompañando como uno más de la familia cuando se abre paso una tragedia… Sumen cuantas situaciones quieran que les caben todas.

Normalmente, cobran menos y trabajan más. Y en muchos casos no cobran nada y el puesto les cuesta dinero, algo muy común en los pequeños municipios de menos de unos cientos de habitantes.

Las puertas de sus despachos están abiertas y muchos entran sin llamar. No cabe el coche oficial como medio de transporte habitual. Es más, a veces suelen traerse en el suyo a algún vecino que va a hacer alguna gestión a la capital o al municipio de al lado.

En su pueblo el alcalde es Pedro, Juan, Carmen, María… Sin el cargo delante, como ocurre con consejeros, presidentes, ministros y demás… Así pasa, que se les acaba olvidando quiénes son y de dónde vienen y a sus votantes también, por eso les acaban botando. A un alcalde nunca se le olvida quién es, porque el factor humano es determinante para que salga elegido. Ser Pedro, Juan, Carmen o María influye en el resultado de su partido. Y cuando pierden eso… Se acabó.

Claro que hay deshonrosas excepciones, pero creo que la media positiva es más alta que en cualquier otro escalón de la política.

Desde hace semanas les estamos contando en encastillalamancha.es cómo son los alcaldes más veteranos de Castilla-La Mancha, aquellos que llevan 20 años o más. Da igual el partido, la edad, el sexo, la profesión o la geografía. Todos comparten el mismo libro de estilo:

Josefa Moreno, alcaldesa de Liétor: “Soy ‘la madre’ del pueblo, pero me implico tanto que a veces me siento sola, y necesito mi espacio…».

Juan Gil, El Bonillo:  «Me conocen. Hay que explicar cómo son las cosas, hablarlas, trabajar, no hay que perder el pulso, llevar a cabo políticas sostenibles y erradicar la hipocresía, que hay mucha».

Manuel Fernández, alcalde de Gálvez: «Se sufre mucho porque haces tuyos los problemas de los vecinos, por eso me he pasado muchas noches sin dormir, pero reconforta mucho cuando solucionas los problemas».

Sinforiano, 81 años y alcalde de Montealegre del Castillo durante 51: «Yo me llevo bien con todos. No he tenido problemas con nadie. Siempre digo que lo peor de ser alcalde son los 30 primeros años”.

Un auténtico manual de supervivencia política. Pero, sobre todo, de sabiduría y de servicio público.

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