«No puedo asimilarlo, hay veces que lo recuerdo y me cuesta las lágrimas«. Han pasado 20 años pero las heridas siguen abiertas. 228 meses de aquel fatídico 11 de marzo de 2004, en el que una célula yihadista perpetró en Madrid el mayor atentado de la historia de España.
Cuatro explosiones en diferentes trenes dejaron a Madrid en silencio. Un doloroso silencio solamente roto por los gritos de las personas y el sonido de las ambulancias. Miles de personas afectadas. Vidas rotas. Víctimas mortales y miles de víctimas psicológicas que viven con unas imágenes imposibles de olvidar. Entre ellas está la voz y, sobre todo, las manos de un castellanomanchego que salvo muchas vidas.
Imágenes imposibles de olvidar «Es lo peor que he vivido en mi vida»
Él es Julián Budia, conquense (Villalba del Rey) de 77 años y de las primeras personas en subir a aquellos vagones tras una de las explosiones en la estación de El Pozo. Su casa se encuentra a menos de 100 metros de esa estación y aquella mañana se encontraba en la misma calle, como cada día que salía temprano para practicar deporte en su bicicleta, cuando el tren salió por los aires.
«Nada más salir por la puerta escuché un golpazo, pensé que habían chocado dos trenes, salí corriendo para ver que había pasado, pero la sorpresa fue que a 20 metros de mi casa, me encontré un brazo», nos cuenta a encastillalamancha.es.
Julián no dudó ni un segundo. Salió disparado para subirse a aquel tren y poder ayudar en lo que pudiera. «Llegué el primero», recuerda.
Dentro de ese vagón, las peores imágenes que este conquense tiene grabadas en su memoria. «Me encontré gente sin brazos y sin piernas», pero lo más impactante fue la sobrecogedora estampa de una madre a la que «solo le quedaba medio cuerpo» mientras chillaba «mis hijas, mis hijas». Imágenes que aún le cuesta recordar: «Es lo peor que he visto y vivido en mi vida».
Su mejor versión, en el peor momento: «Algo me hizo sacar fuerzas para ayudar»
Julián recuerda tener que «andar entre cadáveres» para sacar fuera a la gente con vida, algo que, según nos cuenta, ni agentes de la policía ni trabajadores sanitarios del Samur, eran capaces de soportar: «No puedo, no puedo», decían. Han pasado veinte años y él mismo aún se pregunta de dónde saco el valor y la fuerza para montarse en aquel tren y salvar la vida de tantas personas.
«Yo me lo he preguntado muchas veces y lo sigo haciendo. Me ha costado llorar muchas veces el recordarlo. Yo voy a sacarme sangre y me doy la vuelta, no soy capaz de verlo, y en ese momento, algo me hizo sacar esa fuerza para ayudar».
Sin embargo, pese a todo el daño psicológico causado, no duda de que volvería actuar de la misma forma, emocionado reconoce que actuó así por la educación recibida desde pequeño y cree que ayudar a una persona que lo necesita es un deber. Julián fue una mano salvadora para muchos de los heridos, un ejemplo de solidaridad y sobre todo de que la mejor versión de uno mismo sale en los peores momentos.
El miedo como secuela: «Por cualquier cosa extraña quería avisar a la Policía»
Julián nos ha permitido rememorar el que es uno de los capítulos más oscuros de la historia de España. Uno de los días donde se paralizó un país. Ahora han pasado veinte años y reconoce todavía no poder asimilarlo: «Hay veces que lo recuerdo y me cuestan las lagrimas«.
Cuenta que le ofrecieron ayuda psicológica para asimilar todo lo vivido pero no quiso recurrir a ella. Pensó que era una cosa suya y no quiso compartir su dolor: «Lo he vivido yo, no es de nadie y tenía que afrontarlo como sea», expresa este conquense, quien confiesa haber estado mucho tiempo con miedo cada vez que se montaba en un tren. «Miraba hacia todos lados, cualquier bolsa que veía me hacía desconfiar y me cambiaba de vagón, cualquier cosa extraña me hacía pensar en avisar a la policía. Tenía obsesión con ello».
11 de marzo de 2024. La tristeza y el dolor siguen invadiendo al conquense en esta fecha marcada en el calendario de todos de los españoles, especialmente en el de las personas que, por desgracia, tuvieron que vivirlo y sentirlo muy cerca. «Esto no se olvida jamás».