El libro «Para hacerte saber mil cosas nuevas. Ciudad Real 1939″ será «uno de los momentos más importantes en Castilla-La Mancha en la lucha por los Derechos Humanos» ya que «por primera vez se pone nombre a todas las víctimas mortales de la violencia del franquismo, que en Ciudad Real fueron unas 4.000″, según ha adelantado el antropólogo de la UNED Jorge Moreno.
La obra forma parte del proyecto «Mapas de Memoria», que se presentará el 3 de noviembre -a las 18 horas en el Paraninfo de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM)- tras un intenso trabajo, y que recoge historias como la de Mercedes Velasco, hija de Maximiliano Velasco Sánchez de la Nieta, asesinado en 1942 por el delito de adhesión a la rebelión y cuya historia ya no se perderá gracias al libro.
[ze_summary text=»Mercedes pasó con su padre Maximiliano tres años bajo la cama sin poder llamarle papá»]Mercedes pasó con su padre Maximiliano tres años bajo la cama sin poder llamarle papá[/ze_summary]
El único recuerdo de su padre son los tres años que pasó con él bajo la cama de su hogar, escondidos siendo inocentes, y sin poder llamarlo «papá», solo «chache Maxi» para que nadie sospechara. Hasta que alguien lo delató, se lo llevaron a la cárcel de Ciudad Real y ya jamás lo volvió a ver porque la represión franquista lo silenció mortalmente. «Cuando por fin pude llamarle papá fue en la cárcel pues ya no había miedo de que lo delatara», recuerda Mercedes Velasco.
Una investigación de más de 10 años
Este es un proyecto pionero en el que un equipo multidisciplinar de la UNED ha investigado durante más de 10 años -la mayor parte del tiempo sin financiación y ahora con la de la Diputación de Ciudad Real a través de «Mapas de Memoria»- en archivos, registros civiles y archivos penitenciarios pero también, y sobre todo, en casas.
«Buscamos a familiares y hemos llamado a sus puertas para que nos explicaran cómo les arrebataron a sus seres queridos sin causa y con ausencia de defensa», solo por reprimir a quienes habían cometido el ‘delito’ de luchar en el bando que peleaba en defensa de la república instaurada legítimamente, pero que se convirtió en el perdedor.
El libro recoge esas historias, la documentación de archivos y materiales que los represaliados enviaban desde la cárcel -fotografías, cartas y poemas-, «pequeñas cosas que dan cuenta de la dignidad con la que muchas familias han conservado la memoria de gente que luchó por la libertad en este país».
[ze_summary text=»La publicación convierte esos documentos en patrimonio del pueblo»]La publicación convierte esos documentos en patrimonio del pueblo[/ze_summary]La publicación convierte esas pequeñas cosas «en patrimonio del pueblo», como explica Paloma Rivero Velasco -nieta de Maximiliano Velasco-. «Perdieron la guerra pero no podemos dar por perdidas sus historias. Es nuestra historia» dice Rivero, y destaca que no hay olvidar lo que ocurrió: «Porque estamos condenados a que se repita. Como psicóloga, así lo trato con las personas que acuden a mí: algo que se olvida o de lo que no se habla, no desaparece. Hay que reconciliarse con el pasado y quienes queremos recuperar la memoria de nuestros familiares no buscamos venganza, solo la justicia que se les negó».
Los recuerdos de Rivero son los de una vida escuchando a una madre que no podía olvidar que con tres años le arrebataron a su padre. La historia de Maximiliano comienza con un matrimonio normal, acomodado gracias a la tienda de comestibles que tenían en Ciudad Real y que visitaban desde jornaleros hasta clero y clases más pudientes. Pero, cuando estalló la guerra todo cambio: los jornaleros no tenían trabajo y él les daba para comer mientras blasfemaba cuando veía pasar a buenas personas que conocía hacia la cárcel -el camino pasaba ante su casa.
[ze_summary text=»Las clases pudientes y el clero dejaron de ir a la tienda del ‘rojo»]Las clases pudientes y el clero dejaron de ir a la tienda del ‘rojo[/ze_summary]La injusticia que vio le llevó a adquirir un posicionamiento que no gustaba a las clases pudientes y clero, que dejaron de ir a la tienda del «rojo» mientras él seguía ayudando a los que lo necesitaban hasta arruinarse. Cuando ya no pudo más, se fue voluntario a la guerra sin despedirse siquiera de su familia porque no sabía como hacerlo.
Una herida por disparo hizo que regresara y no pudo reincorporarse al frente porque la metralla lo dejó cojo, por lo que se puso a disposición del gobierno como defensor de los trabajadores y eso hizo que siguiera ganando enemigos.
No se exilió al acabar la guerra
Cuando acaba la guerra, Maximiliano «tenía la conciencia tranquila» y no se exilió como otros compañeros hasta que se entera de que lo buscan y huye a Alicante, pero regresa porque todos los barcos hacia Francia iban llenos.
Una vez en la capital, intenta quedarse en casa de una hermana, pero por miedo no le deja y acaba en casa con su familia para pasar tres años bajo la cama con una niña de tres años que le tiene que llamar «chache Maxi» para que no se le escape delante de nadie que está escondido.
Son tiempos duros, recuerda Paloma de las cosas que le contaba su madre, en los que la mujer de Maximiliano vende lo que tiene, incluso las muelas de oro, para alimentar a sus hijos. Pero los que más tienen se aprovechan de la necesidad y le pagan menos de lo que valen las cosas, por lo que la familia llega a comer lo que tiraban las vecinas.
[ze_summary text=»Fue sentenciado a muerte por garrote vil después de que lo denunciara el casero, que sospechaba»]Fue sentenciado a muerte por garrote vil después de que lo denunciara el casero, que sospechaba[/ze_summary]El casero de su piso, que sospechaba, aprovecha que un día solo están los niños en casa, lo busca y lo encuentra bajo la cama. En media hora lo detienen para «unos meses después sentenciarlo a muerte por garrote vil, ya que ni siquiera consideraron que merecía morir rápidamente fusilado».
Sus restos yacen en una fosa común en el cementerio de Ciudad Real, donde los investigadores creen que podría haber hasta 1.000 fusilados. Ahora, el nombre de la inmensa mayoría de ellos ocupará el lugar que le corresponde, al menos en la memoria colectiva de la sociedad, gracias a este libro.
«Se cree que hablar de estos temas hará que las heridas se abran, pero no es cierto. Están abiertas y hay que sacar toda esta violencia a la luz. Se ha trabajado mucho en el olvido, pero no en el perdón y la reconciliación» afirma Rivero, quien reivindica presupuesto para la Ley de Memoria Histórica.
[ze_summary text=»Nunca con la cabeza agachada»]Nunca con la cabeza agachada[/ze_summary]Otra de las historias que aparece en el libro es la de Vicenta Verdejo, quien narra que ella no se acuerda de su padre, Vicente Verdejo Sánchez, fusilado el 29 de octubre de 1940 en Valdepeñas cuando tenía dos años y medio, aunque «nunca» ha dejado de pensar en él».
Con 12 años salió para trabajar en Barcelona y luego en Toulouse -donde reside- y en uno de sus viajes a España fue cuando se enteró de que su padre no estaba en el osario del cementerio de Valdepeñas, como creían, sino en el lugar en el que lo fusilaron. Tras cuatro años desde que se entera, el 29 de diciembre de 1985 vivió uno de los momentos «más emocionantes» de su vida porque tuvo la calavera de si padre en sus manos, aunque le queda «la cosa» de que no le dio un beso «porque estaba muy nerviosa», tras lo que recibió sepultura en una fosa común para represaliados en el cementerio de Valdepeñas.
También inició su búsqueda para conseguir el sumario del «juicio sumarísimo» de Vicente y que ha tardado más de 20 años en encontrar. Ahora, slo le quedan las fotografías de su padre y dos cartas que mandó desde la cárcel.
«Todo esto es sagrado» dice y recuerda que su padre les contaba en esas cartas cómo se puso al lado de un gobierno legítimo y que moriría por un ideal. «Luchamos por quitar la esclavitud que el capital nos imponía a la clase obrera y no queríamos que vosotros vivierais bajo ese yugo de terror y miseria que estáis viviendo» decía a su hijo Gregorio, quien con seis años se encontró que, un día que llevaba la comida a la cárcel, le dijeron que su padre no comería. El no lo entendió, pero los adultos lloraron porque el asesinato se había consumado.