La voz de María José Arroyo escupe a la cámara: «Es muy difícil revivir el pasado. Tú, aunque creas que el pasado está pasado y lo borras y perdonas a todos lo que te han hecho daño, el dolor siempre queda ahí».
Esta frase es el leitmotiv de Trazos del alma, el cortometraje creado por Rafa Arroyo, un exingeniero de telecomunicaciones de Ciudad Real que dejó su trabajo para volcarse en la dirección de fotografía. El relato cuenta la historia de su propia madre. Un retrato íntimo de abusos sexuales, de violaciones, pero también de arte, de no dejar atrás el pasado y de amor profundo que ha sido preseleccionado en la categoría de cortometraje documental en los Goya 2023.
«Que una historia de La Mancha esté en los Goya sería una alegría enorme», dice el director. El cortometraje está grabado en Puertollano, el lugar donde su madre comenzó a sufrir violaciones, y en Poblete, donde comenzó «a ver la luz» gracias a la pintura y a una conexión con la propia naturaleza.
«Tengo que hacer algo y ayudar a mi madre»
El cine como herramienta sanadora. Esa es la idea de la que ha partido Arroyo para retratar el interior de su propia madre. «En pandemia muere María Luisa Mora, la mejor amiga de mi madre», narra el director. «En ese momento tenía que hacer algo. Tenía que hacer algo y ayudar a mi madre». Ahí nace la idea que había estado siempre escondida entre sus propias raíces. «La verdad es que andaba buscando una historia y la tenía al lado, en mi propia casa, y no me había dado ni cuenta», reconoce.
A partir de ahí, Arroyo intenta armar el relato de su madre, pero el dolor sigue presente. Lo primero, extirpar el síndrome del impostor. «Al principio, cuando me ponía a grabar, mi madre no era mi madre. Era otra persona», añade el director. El trabajo de rodaje les ha llevado un año. «Fue un proceso muy difícil porque documentar a mi madre me hizo cocinar las escenas a fuego lento. Aprendí que no tenía que buscar el momento, sino que el momento viniese a mí».
«Visibilizar lo invisible»
En Trazos del alma, la cámara intenta evocar los paisajes más oscuros del relato de María José. Para ello, el director ha buscado el color gris. Esa pena y ese dolor lo ha transmitido a través de los planos de la refinería de Puertollano. «Quería transmitir la pena y la tristeza en las tierras manchegas con las nieblas, con los colores grises. Pero también quería mostrar unos paisajes más alegres en primavera, porque la historia va así, de los sentimientos más negativos hacia los más positivos».
En los últimos tiempos, el cine español está virando hacia historias propias, de la tierra, más cercanas a lo documental y a lo íntimo que a lo global. Y está teniendo éxito. Un drama familiar sobre una plantación de melocotoneros en Lleida está en los Óscar (Alcarrás, Carla Simón) o la historia de una madre primeriza (Cinco Lobitos, Alauda Ruiz de Azúa) se ha llevado cinco premios en el Festival de Málaga. Son solo dos ejemplos de una tendencia cinematográfica que está conquistando a público y a crítica. Trazos del alma sigue esa senda del retrato íntimo, pausado. «Tengo la inquietud documental de visibilizar lo invisible. Hay muchas historias que pueden inspirar a mucha gente y que pueden hacer conectar».
«Castilla-La Mancha es tierra de paso, está desaprovechada»
Todas esas historias de éxito en el actual panorama español tienen un denominador común: la tierra, lo local, lo nuestro. «Castilla-La Mancha es una tierra de paso y para poder avanzar te tienes que ir. Es una pena», confiesa Arroyo. El talento regional se encuentra en Madrid porque los espacios para contar las historias de la tierra no existen en la región. «Está todo muy mal desaprovechado y Castilla-La Mancha debería incentivar mucho más la cultura».
Trazos del alma ha echado a andar y el director reconoce que lo más importante ya está hecho. Ahora, será la Academia de Cine quién decida si poner la guinda a un cortometraje que ya ha alcanzado su objetivo. «Lo más importante es que se generen emociones».