La última imagen que tengo de Francisco Javier Redondo es de espaldas. Raro en un hombre como él, quien con su olfato policial prefería sentarse, cuando estaba en lugares públicos, de cara a la realidad. Por lo que pudiera ocurrir. De hecho no le reconocí y, por lo tanto, no le pude saludar. Fue hace poco más de un mes, en Toledo, en el restaurante La Alacena del hotel Beatriz. Compartía mesa y mantel con el actual jefe superior de Policía de Castilla-La Mancha, Juan Carlos Ortiz, uno de sus máximos colaboradores durante tantos años en Madrid; con Pilar Gallego, subsecretaria del Ministerio del Interior; y con una persona con quien hizo unas estupendas migas personales y profesionales, Máximo Díaz-Cano, delegado del Gobierno en Castilla-La Mancha y, por qué no decirlo, más amigo que jefe político.
Cuando, por separado, le preguntaba a Redondo por Díaz-Cano y viceversa las palabras se convertían, según salían de sus bocas, en piropos. Se apreciaban. Se entendían. Y, por qué no decirlo, se querían. Amor humano. El que se forja cuando a diario has de tratar con situaciones conflictivas que proceden de gente que mata, que roba o, simplemente, que desprecia la vida de los demás. Todo eso les superaba a ambos. Pero quizás le «tocaba» más a Redondo, no en vano era parte de su profesión. Lo quisiera o no.
De Redondo jamás escuché una mala palabra de terceros en la Jefatura Superior de Policía de Castilla-La Mancha. Y recuerdo ahora el aprecio que le tenían, y que no se disipará una vez muerto, gente tan diversa como Carmen, la que fue su secretaria y poco menos que confidente; como Javier, su hombre de confianza en Comunicación y con quien despachaba a diario cómo «despachar» a los periodistas sin que éstos sintieran recelo alguno (el pobre Javi, en conversación telefónica con este periodista y con rabia contenida desde el tanatorio a las pocas horas de la muerte del finado, hablaba del estrés que le había tocado vivir a Redondo durante los últimos meses); como Montse, otra policía que lleva a gala que la comunicación está por encima del esparadrapo; como Benegas, quien le «enseñó» cómo dar sus primeros pasos por una Jefatura que era nueva para él; como Silván, quien le hizo ver lo que era la «calle» en una ciudad como Toledo; o incluso como Manchón, uno de los sindicalistas por excelencia y quien desde el primer momento se dio cuenta de que este jefe era diferente a los demás. De otra pasta. Que con él no habría problemas más allá de los que da la pura convivencia. Y así fue.
Como… ¡Tantos y tantos que podrían contar maravillas de él!
Cada uno de su padre y de su madre, pero todos coincidentes: Redondo sabía lo que hacía y sabía cómo hacerlo.
De hecho, revolucionó la Jefatura y su funcionamiento. Desde el trato con los medios de comunicación, a quienes no se decía que no por principio, sino que había que buscar en ellos que fueran aliados; a la forma de vestir de los policías, quienes tenían que llevar el traje reglamentario salvo cuando la ocasión dispusiera lo contrario. Sin olvidarnos de lo más importante: reestructuró el trabajo y sacó más patrullas a las calles, quizás lo que más reclamaban los ciudadanos en silencio.
En apenas unos meses no había nadie en Castilla-La Mancha que dijera una mala palabra del jefe. E incluso llevó a gala, también en silencio, la organización tras las bambalinas de la cumbre europea que trajo a Toledo a los ministros de Justicia e Interior de la Unión Europea en 2010. Incluida la secretaria de Estado de Seguridad de Estados Unidos. Se lo imaginan, ¿verdad? Objetivos números uno de cualquier terrorista internacional.
«Cerró» Toledo a cal y canto y las felicitaciones le llovieron. A él y a todo el equipo que dirigió. Días más tarde, en una entrevista publicada en la revista ECOS me contaba que, efectivamente, durante varias noches no pudo dormir bien porque «desde una semana antes de que empiece la cumbre y hasta que se acaba y se han ido las personalidades son unos días absolutamente estresantes. Se duerme mal…».
En el recuerdo tenía el fatídico 11-M de Atocha. También a él le tocó vivir horas amargas. Por eso…
Decir de él; una vez que ya no está en cuerpo aunque quede su alma; que era humano, afable o educado es lo normal. Lo era y ya está. También me dijo que nunca escribiría un libro sobre las experiencias vividas. Y se reía cuando se lo planteé. Porque tenía para contar, ¿eh?
Con él, sin que ellos lo supieran, se sintieron más que seguros durante su estancia en Madrid el Papa Juan Pablo II; el secretario general de la ONU, Kofi Annan; los Príncipes Letizia y Felipe durante su boda; los jugadores del Real Madrid durante la celebración de sus tres últimas Copas de Europa… Y tantos y tantos más.
Podría decir muchas cosas más de Redondo, pero… Me quedo con su forma de ser.
Era humano. Descanse en paz.