lunes, 25 de noviembre de 2024
artículo de opinión 19/01/2015junio 8th, 2017

«Quizá estas líneas puedan herir en algún momento la sensibilidad de quien tenga a bien leerlas. Se trata de un artículo «difícil» y políticamente incorrecto si bien es cierto que no tiene la intención de acusar sino exponer y denunciar la cruel realidad de aquellos que viven y mueren en…tierra de nadie, con aquellos que nos cruzamos a diario y nos resultan cuando menos tan distintos.

Hace un par de años uno de los abajo firmantes publicaba un artículo bajo el título «Vivir en la calle» en el que entre otras cosas decía: «Quiero referirme al delicado problema de las personas que piden y duermen en la calle, a esos seres humanos que ausentes de sueños, de trabajo, de familia, de un techo, de cariño y quién sabe si ya de voluntad y de esperanza, tienen como únicas compañeras a la soledad y a la desesperación y toman el, en un principio difícil pero luego más obligado, fácil y único camino el recurrir en la calle o en los accesos de iglesias y locales a la generosidad ajena».


Pues bien, esas situaciones de soledad y desesperación son las que queremos mencionar ahora de una manera concreta, esos «lentos suicidios» a que están abocados cientos de personas que vemos a diario en esquinas y cajeros, o a intentos de suicidios no tan lentos, como es el caso del ciudadano de cincuenta y cuatro años que hace unas fechas fue salvado in extremis, cogido al vuelo por la policía cuando ya se precipitaba al vacío en un paso elevado de la M 40. (La fotografía, una vez rescatado…muestra a un hombre con la mirada perdida…ajeno a quienes le han salvado la vida…y quién sabe si en su pensamiento, condenado a seguir «muriendo lentamente» en esa misma vida).

Cuando decimos que estas letras son políticamente incorrectas nos referirnos al hecho de que tanto las conciencias jurídicas, como sociales e individuales se escudan en el derecho fundamental de ser ciudadanos libres y por tanto, nada ni nadie puede obligarnos a alterar nuestra opción en la forma de vivir. La cuestión quedaría zanjada desde esta perspectiva, pero la pregunta machacona que nos preocupa es: ¿Son libres estas personas? ¿Tienen capacidad para salir por ellas mismas de este infierno en el que han acabado cayendo? ¿Es decente moralmente dejarlas abandonadas a su suerte, o por mejor decir a su muerte, lenta muerte? ¿No tiene obligación la sociedad de frenar estas situaciones que se antojan inhumanas, antes de verse obligada a detener las caídas al vacío? ¿No es obligación propia de un estado desarrollado frenar esta dinámica suicida más o menos lenta?

Porque esta situación de desarraigo, soledad, esta situación de desamparo, de vivir al raso… casi siempre acaba minando el siquismo de quienes la padecen. No es infrecuente encontrar a personas que han perdido el norte y la verticalidad mental. Hablamos de esos casos en los que la persona requiere de una protección, necesita que sus semejantes lo cuiden y ayuden a mantener una vida en dignidad. Para eso vivimos en sociedad siendo un fin esencial de toda comunidad humana. Sin embargo esto no siempre resulta fácil porque a veces, son las propias personas, víctimas de esa situación, en su divagar en la enfermedad, las que dificultan el buen fin del proceso de su «reconstrucción»; es entonces cuando quizá fuera conveniente recurrir a la incapacidad, aunque solo temporal, algo que hoy por hoy algunos ven como una decisión políticamente incorrecta. Entendemos que podemos estar hablando de una cuestión tremendamente delicada porque cuando hablamos de libertades hemos de tener el mayor de los cuidados, pero ¿existe mayor libertad para la persona que la de sentirse mentalmente lúcido para decidir sobre su vida? ¿No constituye mayor ejemplo de una sociedad sana que todos sus miembros no dependan de una enfermedad determinante que se encuentra sin ser tratada?

La solución tiene que ver con involucrar a la sociedad civil para que ante los poderes públicos, o estos mismos, cumplan con su deber, se preocupen por los ciudadanos más desprotegidos y ejecuten las leyes que ya existen destinadas a la protección de estas personas. No debemos quedar indiferentes cuando pasamos al lado de estas personas que se hallan en situación de vulnerabilidad y desprotección. En la calle malviven personas mayores abandonadas a su suerte, enfermos mentales que no encuentran su sitio en ningún recurso social y que sólo la calle tolera su presencia y sus actitudes… La calle no es lugar donde debiera vivir nadie…y menos aún este tipo de personas.

No podemos seguir pegándonos tiros en el pie… que se antojan cómodos pretextos para no atajar de una manera efectiva estos graves casos y situaciones. Como dijo Teresa de Calcuta «Mientras ustedes continúan discutiendo sobre las causas y los motivos de la pobreza, yo me arrodillaré ante los más pobres de los pobres y me preocuparé de sus necesidades». A los mendigos no les hacen falta grandes debates y teorías, lo que necesitan es amor. Quienes tienen hambre no pueden esperar que el resto del mundo encuentre la solución perfecta, necesitan solidaridad concreta.

Aquello que la madre Teresa y otros muchos realizan por pura vocación o altruismo…es lo que la sociedad civil debería promover por razones éticas de comportamiento social. En otros campos hemos evolucionado de manera admirable; ¿por qué no en el de la solidaridad permanente, en el de la fraternidad? No podemos seguir de brazos cruzados. No podemos permitir que algunos de nuestros hermanos sigan viviendo y muriendo en…tierra de nadie».

Fermín Gassol Peco y Carmen Nieto León, Cáritas Diocesana de Ciudad Real.

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