«Imagínese que ingresan a su madre en Urgencias y el pronóstico que le dan los médicos es de unas horas de vida. Imagínese que como le quedan unas horas de vida le dicen que lo mejor es darle el alta y que vuelva a la residencia de la que viene porque ya no pueden hacer nada por ella. Imagínese que como buen ciudadano que es usted, y como confía en los profesionales de nuestro sistema sanitario, sigue sus instrucciones y accede a que su madre sea devuelta a su residencia para fallecer según lo pronosticado. Fin de la historia.
Pero volvamos a empezar. Imagínese ahora que usted, un tanto desconfiado del funcionamiento del sistema sanitario, se niega a llevarse a su madre a morir a la residencia, a pesar del gesto contrariado del personal médico de urgencias y de que el pronóstico es de unas horas de vida. Imagínese que a su madre, quien ya había sufrido un grave infarto cerebral hace diez años, le han diagnosticado una situación terminal, descartadas posibles infecciones, de posiblemente otro infarto.
En cambio, usted descubre que no le han realizado ningún escáner para comprobarlo sino que sólo deciden hacérselo cuando usted les reclama que lo hagan. Imagínese poco después que usted, y su familia, son invitados a pasar las últimas horas con su madre en un box reservado ante su muerte inminente. Imagínese, sorpresa. Al cabo de unas horas su madre se despierta y los médicos deciden, ahora sí, hospitalizarla pero, curiosamente, en el área de traumatología porque es donde queda una cama libre. Imagínese que durante ese tiempo, a pesar de estar en el periodo de riesgo de repetición de un nuevo ictus, no le aplican ninguna monitorización.
Imagínese que hay una fiesta, San José, y luego el fin de semana, lo que se traduce en que no hay médicos que sigan la evolución de su madre. En resumen, en cinco días sólo dos visitas médicas, con un posible ictus en evolución. Claro que podía haber sido peor, la semana que viene es Semana Santa, con puente de cuatro días. Imagínese que durante la noche del sábado su madre sufre unos fuertes dolores y al llamar a una enfermera y pedir un doctor la respuesta es que no hay médicos aparte de los de urgencia y que estos están muy ocupados.
Ahora imagínese que descubre que los médicos de urgencias que atendieron a su madre, hacen turnos de 24 horas en unas urgencias colapsadas con pacientes por los pasillos. Imagínese que una de las razones por las que era mejor que su madre volviera a la residencia era porque no había camas disponibles para ingresar en el hospital. Imagínese que además descubre que no le han realizado un nuevo TAC porque los dos escáneres del hospital están averiados. ¿Suena a país de pandereta?
Ustedes dirán que es mucha casualidad, que esto no puede estar pasando aquí, que esto suena a república bananera. Pues bien, este es el caso de mi madre, ciudadana española, manchega, de 75 años, y esto está pasando estos días en el Hospital Virgen de la Salud de Toledo. Donde el personal sanitario, cuando te ve triste, preocupado e indignado por la ausencia de médicos, se atreve a contarte que hay pocos recursos, que el personal está doblando turnos, que los médicos están llevándose trabajo a casa, que en las curas utilizan materiales de peores calidades. Esto pasa en una comunidad autónoma donde las listas de espera pasan habitualmente de hoy al año que viene.
En la comunidad autónoma donde la misma presidenta inauguraba con cuatro años de retraso la nueva residencia pública de Illescas y que presume en estos días de un dudoso acuerdo de sanidad con la Comunidad de Madrid. La presidenta sobre la que si rebusco en internet descubro que su marido y otros compañeros suyos de batallas políticas tiene intereses económicos en diversos sectores de actividad de primer nivel económico ligados a la gestión pública, incluida la sanidad privada. Yo, inocente de mí, creo que los políticos no deben tener conflictos de intereses personales y lo que leo no me suena bien.
Por todo esto estoy profundamente indignado. Toda mi vida he sido un ciudadano calmado, y no tengan dudas de que lo seguiré siendo, pero desde la palabra, el ejemplo, la dignidad humana y sobre todo el respeto a las personas que amamos y que se han dejado la piel por dejar una sociedad mejor, me pronuncio y digo BASTA YA a la gestión de la señora Cospedal en materia sanitaria. Y no lo digo por lo que me cuentan otros sino porque ahora lo estoy viviendo en primera persona. Demos, de una vez por todas, un golpe en la mesa a la desvergüenza de todos aquellos políticos que, o bien deliberadamente o por incapacidad profesional, no están a la altura del respeto al bien común.
Ahora me centrare en estar al lado de mi madre mientras ella pueda seguir con fuerzas dándome ejemplo de su empeño por la vida. Con ello, ella como otros que estén en una situación similar, está dando una lección a los que aún no saben que la dignidad humana no entiende de ideologías ni de colores políticos, ni puede someterse a recortes injustos provocados por la corrupción y la orgía financiera que este país ha vivido en los últimos años. Hagamos una lectura de esta lección por la vida y animémonos a poner nuestro empeño en que los ciudadanos de bien, los honestos y los preparados, sean los que den un paso adelante para reconducir lo que queda de este país. Un país también tan enfermo que necesita mucha dignidad para que se recupere algún día. Un país que, como por la educación, debe luchar por una sanidad pública de calidad y universal».