Las monjas dominicas del convento de Nuestra Señora de Altagracia, que llegaron a Ciudad Real en 1435, concluirán en los próximos días su etapa de estancia en la capital manchega, clausurando el convento en el que han permanecido durante los últimos seis siglos.
Sor Concepción, una de las cuatro monjas que aún permanecen en este convento, ha explicado que las razones que ha llevado a la orden a tomar esta decisión es la necesidad que tienen tres de las cuatro hermanas de recibir cuidados debido a su avanzada edad.
Ha explicado que tres de las cuatro hermanas que aún quedaban en el monasterio de Nuestra Señora de Alta Gracia, que se encuentra en la conocida barriada ciudadrealeña de San Martín de Porres, son octogenarias.
«Una de ellas tiene ya 89 años y las otras dos tienen 88 y 83 años, la más joven soy yo que tengo 46 años,» ha explicado Sor Concepción, quien asegura que todas se marchan con «una gran pena de esta ciudad en la que se han sentido muy queridas y acogidas desde siempre».
En los últimos días, ha explicado, no han parado de recibir visitas y muestras de cariño de la gente de Ciudad Real que ante su marcha, han querido venir a acompañarlas.
Sor Concepción ha comentado que las monjas de esta congregación, que están dedicas a la clausura, durante todos estos siglos han empleado todo su tiempo a la oración y al trabajo que habitualmente han desarrollado en todo este tiempo.
En este sentido, ha reconocido que a lo largo de la historia de la presencia de las monjas en Ciudad Real también han podido realizar una importante labor social y humanitaria, por lo que se siente muy agraciadas.
Su destino, ha comentado, será ahora el convento federal que la orden tiene en Córdoba, ciudad a la que partirán tras recoger los pocos enseres que cada una se llevará consigo.
El obispo de Ciudad Real, Antonio Algora, oficia hoy sábado por la tarde una misa de despedida a las monjas, una misa, que ha reconocido Sor Concepción, «será muy especial» para ellas.
Como también ha reconocido, lo será para esta monja ciudadrealeña que abandona su ciudad natal y el convento en el que ingresó hace 27 años, dejando atrás a su familia y a sus cuatro hermanos.