El político ciudadrealeño Manuel Marín ha fallecido hoy, a los 68 años de edad. Fue presidente del Congreso de los Diputados, además de vicepresidente de la Comisión Europea (CE). Actualmente presidía la Fundación Iberdrola España desde 2008.
Manuel Marín tuvo un papel relevante en la firma del Tratado de Adhesión de España a las Comunidades Europeas en 1985 como secretario de Estado.
Manuel Marín, presidente del Congreso del 2004 al 2008
La trayectoria política del socialista Manuel Marín no se puede desgajar de Europa, la Europa a la que España pudo incorporarse gracias a un proceso modernizador que él luego pretendió llevar al Congreso de los Diputados, del que fue presidente durante la VIII Legislatura, entre 2004 y 2008.
Lo consiguió en parte, porque aunque sí resolvió exitosamente la renovación tecnológica del hemiciclo y la ampliación de las instalaciones parlamentarias, no pudo culminar una reforma del Reglamento de la Cámara con la que se había juramentado desde el momento en que asumió la presidencia de las Cortes.
El 2 de abril de 2004, nada más ser elegido presidente con 202 votos procedentes de diputados de todos los grupos, salvo el PP, Marín anunció que su mayor tarea sería reformar «definitivamente» el reglamento de la Cámara e invocó para ello la «capacidad negociadora» de los grupos.
Habían pasado casi 27 años desde que por vez primera ocupó un escaño en el Congreso, en la solemne sesión de apertura de la Legislatura Constituyente, el 22 de julio de 1977.
Diputado del PSOE por Ciudad Real, en cuya capital nació en 1949, era uno de los parlamentarios más jóvenes y comenzaba una carrera que habría de llevarle a Europa y a una fecha histórica, el 12 de junio de 1985.
Aquel día, en el Palacio Real de Madrid, se firmó el Tratado de Adhesión de España a las Comunidades Europeas, la verdadera puerta de España a Europa que él contribuyó a abrir desde su puesto como secretario de Estado para las Relaciones con la Comunidad Europea para el que había sido nombrado tras la victoria socialista de 1982.
Mucho antes de llegar al Salón de Columnas del Palacio de Oriente, Manuel Marín se había forjado como joven diputado de la oposición socialista en los complicados años de la Transición.
Con una impecable formación como doctor en Derecho, especialista en Derecho Europeo por la Universidad de Nancy y diplomado en Altos Estudios Europeos en el Colegio Europeo de Brujas, militaba desde 1974 en el PSOE, donde ocupó varios puestos de responsabilidad hasta llegar a secretario de Relaciones Internacionales.
Vehemente en los debates parlamentarios, fue él quien ideó, fijándose en las señas que en el baloncesto hace el base para marcar las jugadas, un sistema para indicar con los dedos el sentido del voto a los diputados de su grupo, método copiado por los demás y aún hoy en vigor.
Tras cinco años en el Parlamento, el triunfo del PSOE en las elecciones de 1982 le aupó al puesto de secretario de Estado desde el cual trabajó con ahínco en favor de la incorporación de España a la Comunidad Económica Europea.
Tras la firma del tratado de adhesión fue nombrado comisario europeo, y así se abrió su larga etapa europea, en la que fue vicepresidente de la Comisión, comisario de Pesca, de Cooperación y Desarrollo e incluso presidente en funciones, entre julio y septiembre de 1999; al año siguiente regresó a España.
De nuevo elegido diputado socialista, trabajó como portavoz de la Comisión de Asuntos Exteriores, y en abril de 2004 fue elegido séptimo presidente de la Cámara Baja, cargo que desempeñó durante una única pero extremadamente intensa legislatura, la primera bajo el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.
A Marín le tocó dirigir complicados debates, especialmente los relacionados con el terrorismo, como el pleno de mayo de 2005 en el que se autorizó, sin apoyo del PP, negociar con ETA si abandonaba las armas.
Sus esfuerzos innovadores no pudieron culminar con la soñada reforma del Reglamento de la Cámara, pero sí se notaron en la modernización del Congreso, con ordenadores en los escaños de un reformado hemiciclo, teléfonos móviles para todos los diputados, una nueva página web y una ampliación de dependencias de más de 25.000 metros cuadrados nuevos salpicados de pantallas de televisión.
Fue inflexible en la aplicación del Reglamento, y no le dolieron prendas para retirar la palabra a quien fuera menester, aunque su encontronazo más sonado los tuvo con el diputado del PP Vicente Martínez Pujalte, al que concedió el dudoso honor de ser el primer expulsado del hemiciclo en la democracia tras una bronca monumental.
Inventó la llamada «fórmula Marín» para atender en parte las demandas de los nacionalistas que pretendían hablar desde la tribuna en las lenguas cooficiales, de manera que les permitía breves alocuciones seguidas de traducción al castellano, pero tuvo acaloradas discusiones con quienes insistían en rebasar esta fórmula.
Pero lo que peor llevó en aquella etapa fueron las muchas broncas y alborotos que se producían en los debates, que le obligaban a hace ímprobos esfuerzos en busca de un silencio que nunca llegaba pidiendo respeto para todos una y otra vez.
En 2008 dejó el Congreso y también la política, volvió a la vida docente en la Universidad de Alcalá de Henares y se incorporó a la Fundación Iberdrola como su presidente, a fin de poner desde allí su grano de arena en la lucha contra el cambio climático.
En la Cámara Baja dejó muchos recuerdos y algo más: Su retrato en la galería de presidentes, en el cual también se aprecia su impronta innovadora.
Es el único no pintado, porque se trata de una fotografía de Cristina García Rodero, para quien posó con traje de raya diplomática oscuro, corbata estampada azul y la mano derecha en el bolsillo.