«Cuando me dijeron que habían robado un trozo de la portada de San Clemente, salí corriendo a comprobarlo. Mi corazón, acelerado por la rapidez de mis pasos y por la incertidumbre de cuál sería el pedazo del que habían despojado a la riquísima portada plateresca, latía golpeándome el pecho. ¿Habrían robado una de las cabezas de guerreros que adornan las enjutas entre arco y cornisa?
De haber sido así, a la gran pérdida de la magnífica obra de Covarrubias se añadiría el luto de la artesanía toledana del cincelado y del damasquinado por perder uno de sus más tradicionales modelos llamados «clementinos». ¿O se habrían llevado el decoradísimo cornisamento que sobre el arco se presenta ricamente exornado de esfinges, puttis, dragones y toda clase de grutescos entre cintas y hojas de acanto? No quería ni pensarlo, mi corazón excitado por la carrera, no habría podido soportarlo. ¿O tal vez se habrían llevado alguna de las tres esculturas de San Bernardo, San Clemente o San Benito? ¿O habrían robado algunas de las águilas imperiales que custodian a los mencionados santos?
No quería pensar, mientras corría, que hubieran robado el medallón circular en el que, sobre un sol radiante, destaca la efigie de la Virgen con el Niño… Mi pensamiento se movía al ritmo del corazón mientras corría, al tiempo de recordar la preciosa obra de Alonso de Covarrubias ante la que tantas veces me había parado para extasiarme contemplando aquella joya que, más que tallada en piedra, asemejaba una delicada obra de orfebrería en la que se enmarca el más puro estilo plateresco toledano.
Cuando llegué, me serené en parte; pues no habían robado ninguno de los valiosos elementes mencionados aunque sí una parte de columna. Incluso en mi inspección ocular no estaba seguro de si aquello había sido un robo o era una prevención municipal para reparaciones. Ya no me interesaba preguntar; el trozo de columna que faltaba, aunque sin ser de la parte más decorada me partía el alma al descompletar la obra del toledano nacido en Torrijos.
Pero se podría restaurar o restituir, según el caso, con facilidad señalándolo convenientemente. Lo importante era ya sacar una lección de la consecuencia del susto. La portada de San Clemente, es una joya del Renacimiento a la intemperie, que lleva más de cuatro siglos formando parte de tantos elementos artísticos que exornan las calles de este museo que es Toledo, que hasta ahora como tantas otras joyas en nuestras calles no ha necesitado protección. Pero las cosas han cambiado.
La calle de San Román, poco transitada de día, queda solitaria de noche, no hay vecinos en ella que puedan advertir movimientos o ruidos extraños. Y podríamos hacer una lista de otras joyas no menos importantes al alcance de la mano o de la piqueta de desaprensivos. No voy a pedir que se ponga un guardia nocturno en esta portada de Covarrubias, o en la de Villalpando del Colegio de Infantes, o en el precioso copete del palacio que ha sido recientemente Colegio del Sadell, o, por qué no, en la sin par Puerta de los Leones de la catedral, protegida sólo con una reja fácil de atravesar.
Uno ve en las películas, cómo en los mejores museos del mundo hay unas cámaras que llevan las imágenes de las joyas custodiadas al televisor de una sala donde un guardián las vigila. No soy técnico en el asunto, pero creo sería menos costosa esta solución que las restauraciones de los posibles asaltos a las joyas mencionadas, o el desconsuelo por la irreparable pérdida total de alguna de ellas».
Félix del Valle y Díaz es miembro de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo.