Hacer predicciones en estos momentos es un reto difícil. La última gran pandemia que se produjo en el mundo fue la generada por la gripe denominada “española” (aunque su origen vino de los movimientos de soldados participantes en la Gran Guerra) de la segunda década del pasado siglo.
Produjo 50 millones de muertos, pero su coincidencia con la I Guerra Mundial difuminó sus efectos. Ahora nos encontramos con una “guerra” que no destruye infraestructuras ni fábricas, todo va a estar en pie cuando esto pase, además, su mortalidad puede no llegar ni al 5% de aquella gripe.
¿Cómo se salió de aquella situación? Aumento de la deuda, inflación, problemas de oferta, caída del patrón oro, hundimiento del tejido productivo europeo y surgimiento del de los EE. UU. Y entonces se consolidó la revolución industrial.
¿Qué pasará ahora? Antes de esta pandemia todos estábamos convencidos de que la revolución digital se iba a imponer, la robótica, la tecnología block chain, la inteligencia artificial, la informática cuántica, y que al fin parecía que íbamos a actuar para abordar el cambio climático y valorar a las empresas además de por sus resultados financieros, por su gestión socio ambiental y de buen gobierno.
El 90 por 100 de los oficios no tendrá nada que ver con los actuales
Cualquier predicción previa a la pandemia, vaticinaba un mundo distinto en el que los cambios nos abocaban a un mundo diferente. La comparación era simple, piensen que oficios eran los de sus abuelos, piensen los que ustedes tienen ahora e imagínense un futuro en el que el 90% de los oficios no tendrán nada que ver con los actuales.
De golpe nos encontramos que el sector primario es fundamental ya que la recolección del campo y la ganadería de proximidad es imprescindible para que podamos comer; que lo positivo de la globalización tiene su parte negativa al haber desplazado gran parte de los suministros esenciales a países ajenos con distancias y modelos diferentes que condicionan el suministro de bienes imprescindibles para mantener las cadenas de producción o el consumo finalista; que el desprecio por la ciencia y la cultura hace que dependamos de terceros para poder luchar contra este virus, que por muy desconocido que nos sea, no dejaba de estar anunciado desde tiempo atrás como un escenario posible; que echamos de menos ese comercio de proximidad que nos hubiera abastecido en estos días y que se han cargado los grandes centros comerciales.
¿Qué va a pasar con la economía?
Y a los llamados “países desarrollados” nos ha sorprendido la situación sin tener un Plan de Contingencias y miedo me da lo que puede pasar en países en vía de desarrollo. La mortandad será horrible y, mientras no se encuentre la vacuna, la guadaña de la muerte se ceñirá sobre toda la humanidad durante meses limitando su capacidad de reacción.
¿Y qué va a pasar con la economía? Cierto es que todos los esfuerzos se deben dirigir a luchar contra la pandemia, pero la situación ha puesto de manifiesto nuestros puntos débiles, una estructura sanitaria insuficientemente dotada de medios materiales y humanos, y no vale decir quién tiene la culpa, la solución la tiene que dar el que gobierna. Una estructura científica mal dotada y considerada a la que, como si fuera la panacea universal, se la dota, ahora, con 30 millones para la investigación contra el coronavirus. Un sistema educativo sin preparación para poder atender a los alumnos en un modelo no presencial. Una red de conexión a internet insuficiente, por mucho que se nos llene la boca diciendo que tenemos más kilómetros de fibra óptica tendidos que cualquier país europeo, por lo que el teletrabajo y la educación a distancia se hace inviable para cientos de miles de españoles. Y lo que es peor, un volumen de deuda pública que limita mucho nuestro acceso a los mercados para obtener financiación y que nos obliga a mendigar en Europa el aval suficiente para poder disponer de liquidez para resolver lo que se nos viene encima.
Sin entrar a juzgar si podíamos haber previsto esta situación, o si se han tomado las medidas adecuadas para limitar sus efectos, voy a intentar dar mi opinión sobre la que se nos viene encima y como limitar el daño irreparable que esta pandemia va a suponer para la economía de todos los españoles y, en mayor o menor medida, para todos los habitantes del planeta.
Se daba por sentado el incremento del PIB año tras año
Hasta ahora se daba por sentado que el incremento del PIB generaba, año tras año, una mejor situación de toda la población. Podía haber problemas de redistribución de renta, pero se establecía una relación entre aumento de riqueza y mejores condiciones de vida de la población.
Si tomamos el año 2000 como base, y comparamos con el año 2018, España ha aumentado su PIB per cápita en un 206%, Francia en un 185% e Italia en un 171%. Cierto que partíamos de peor situación, pero, en líneas generales, no hemos hecho mal la tarea.
La crisis de 2008 se consiguió sortear mejor de lo esperado a pesar del crack financiero, protagonizado fundamentalmente por las Cajas de Ahorro, debido a su excesiva orientación al sector inmobiliario, mala gestión y alguna práctica más que dudosa.
El sector privado logró salir adelante orientando su actividad a la exportación y mejorando su eficiencia. Esto permitió un incremento de la recaudación de tributos del Estado, año tras año, demostrando que, a mayor actividad económica, más ingresos y mayor capacidad del Estado para proceder a redistribuir la renta disponible entre la población mediante el gasto público necesario para ello.
Crisis de oferta y de demanda
Pero ahora ¿cómo estamos? La necesidad de mantener el confinamiento en nuestras casas, el cierre de fronteras, y la no actividad de múltiples sectores, está generando una crisis de oferta brutal al no generarse bienes y servicios, crisis de oferta a la que se une otra de demanda al no poder acceder gran parte de la población a la adquisición de bienes y servicios nada más que los indispensables o a aquellos que les puedan servir a domicilio.
Y en esta situación, son decenas de miles de autónomos y PYMES que tiene que atender gastos fijos sin obtener ingreso alguno, y también cientos de miles de ciudadanos que carecen de ingresos y que ven su puesto de trabajo, no ya peligrar, sino claramente perdido.
Aumentarán las familias en situación de pobreza
Sin ser catastrofista, tenemos un escenario que ya vaticina una caída importante del PIB, que algunos analistas estiman aumenta en un 1% por cada semana adicional que pase sin recuperar la actividad económica en su totalidad. A estas alturas estaríamos asumiendo una caída mínima del 8%, lo que implica que todos vamos a disponer de un 8% menos de renta, pero esto no se va a distribuir de forma regular, habrá un aumento de familias en situación de pobreza y gran parte de la sociedad tendrá que replantearse su situación.
Ante esto hay varios escenarios, el primero parte de atender, como es obvio, a todos los afectados por el contagio del coronavirus, así como tomar todas las medidas sanitarias que limiten su extensión. También hay que establecer medios para que todas las familias puedan tener atendidas sus necesidades básicas.
¿Quién paga esto?
Pero ahora viene la pregunta del millón, ¿quién paga esto? Es evidente que ha de ser el Estado como garante final del bienestar de todos lo ciudadanos, pero el Estado no es un ente abstracto que dispone de dinero de forma ilimitada. Todo gasto público se puede atender gracias a los tributos que pagamos todos los contribuyentes.
España no tiene materias primas ilimitadas ni recursos energéticos que le otorguen una balanza de pagos con un superávit tal que pueda atender todas las necesidades de sus ciudadanos sin que estos trabajen, generen riqueza y paguen impuestos.
Luego, si se hace necesario atender con recursos públicos las necesidades de la población y habrá menos ingresos tributarios al caer la actividad, ¿qué escenario vamos a tener? Un incremento del déficit público muy importante, que habrá que cubrir emitiendo deuda pública y colocándola en el mercado a unos tipos de interés asumibles.
Y lo tenemos que hacer en un momento en que ya el endeudamiento público de España es significativo y que se hace necesario que los inversores confíen en España y aquí hay que decir que confíen en nuestro Gobierno (recordemos el ejemplo griego de hace unos diez años para ver el peligro de jugar con otras cartas).
Por eso es tan importante que prioricemos y centremos el uso de recursos allí donde decidamos es prioritario; que tengamos en cuenta las necesidades y cargas que generamos para generaciones actuales y futuras; y que nuestros socios europeos nos apoyen, por eso es bueno que ya se hayan liberado los millones del Fondo que Europa tiene para casos de este tipo, a pesar de la oposición, que, en un principio, manifestaron Holanda y Alemania.
Pero, ojo, este dinero hay que devolverlo, no es una subvención, esto implica que, a futuro, en los Presupuestos públicos habrá una partida significativa para el pago de intereses de la deuda y para la amortización de esta, partida que habrá que ver como se dota, ¿qué otras partidas se recortarán?
Porque no va a haber aumento de ingresos si no se mantiene el tejido productivo, si las decenas de miles de autónomos y PYMES que van a desaparecer con esta crisis no encuentran alternativas para volver a la actividad o si los hipotéticos dos millones de trabajadores que se estiman van a aumentar las cifras del paro, no encuentran empleo.
La actividad económica, tanto por la vía de la oferta, al tener menos empresas, como por la vía de la demanda, al tener menos renta disponible los ciudadanos, se verá afectada y habrá menos recaudación de tributos y, por lo tanto, menos opciones para poder seguir atendiendo el gasto público. Y miedo da pensar qué tipo de políticas se puedan plantear ante esta situación.
Se adelantará en lustros el cambio de modelo de Estado del Bienestar
Vemos que el modelo de Estado del Bienestar que surgió en Europa después de la II Guerra Mundial y que ha sido un ejemplo durante estás décadas, puede estar en crisis si no se buscan soluciones conjuntas. Esta crisis va a adelantar en lustros lo que ya se vaticinaba como cambio de modelo.
Estas semanas de confinamiento nos han demostrado que se puede producir un cambio de valores por estricta necesidad. Hasta qué extremo hemos eliminado lo superfluo de nuestras vidas y hasta cuánto echamos de menos cosas tan elementales como poder dar un abrazo a nuestros familiares o estar con nuestros amigos.
Valores y bienes inmateriales que valen mucho más que cualquier otra cosa. ¿Perderemos como objetivo el mejorar nuestro nivel de vida? ¿Se dejará de lado el aumento del PIB? ¿Exigiremos a nuestros gobernantes que dejen de ser cortoplacistas y que inviertan en Educación, Ciencia, Cultura y Medio Ambiente?
¿Se imaginan ustedes lo que habría sido esta pandemia si se hubieran tenido científicos, laboratorios y medios para enfrentarse con ella desde el origen? Sé que todos queremos y aspiramos a vivir mejor, pero también esta crisis nos ha demostrado que quién más ha ganado con ella (aparte algunos aprovechados, que espero salgan a la luz) ha sido la propia naturaleza, con menos contaminación, volviendo especies naturales a un entorno que el hombre les había arrebatado.
Una llamada de atención a la humanidad
Quizás debamos pensar seriamente que esta pandemia ha sido una llamada de atención para que la humanidad se tome en serio que la superpoblación y el esquilmar los recursos naturales es más peligroso que lo que un puñetero virus nos ha enseñado.
Y mientras tanto ¿qué hacemos? Una cuestión que aprendí en la Facultad y luego en Milicias y que he experimentado a lo largo de mi vida, es que hay que tener una estrategia y táctica para alcanzarla. Saber cuándo, por dónde y cómo alcanzar un objetivo, se hace fundamental en estas situaciones.
Y el mejor consejo es que cada uno nos hagamos esta pregunta en nuestro entorno. En qué podemos utilizar nuestro tiempo en estos momentos de confinamiento: ¿puedo colaborar en algo para mejorar la situación de mis vecinos?, ¿en qué escenario voy a estar cuando termine el confinamiento?, ¿estará abierta mi empresa?, ¿tendré trabajo?, ¿puedo unirme con algunos compañeros para poner en marcha aquel proyecto que, por loco que fuera, hoy a lo mejor es posible…?
Y, ¿qué quiero hacer cuando esto termine? Todo, menos esperar a ver qué hacen los demás por mí. A todos nos pilló esta situación por sorpresa, que al menos esto nos sirva para estar atentos ante lo que el nuevo horizonte nos plantea.
Por años y experiencia, sé que debo procurar hacer todo lo que esté en mi mano para luchar contra cualquier adversidad, todo, menos quedarme quieto esperando a ver que pasa.
El peor error es no hacer nada
Así que ya saben, el peor error que pueden cometer es no hacer nada. Actuemos y hagamos lo posible para que la reconstrucción de nuestra economía que tenemos por delante aborde retos que sabíamos teníamos que abordar y que al menos los esfuerzos que nos esperan nos permitan afrontar el futuro mejor preparados para nuevas situaciones complicadas.
Un abrazo virtual hasta que nos lo podamos dar después de este confinamiento.
Juan Ignacio de Mesa Ruiz, economista.
Abril de 2020. Confinamiento en casa por el coronavirus.