Faltan todavía varias semanas, pero en la Iglesia de San José Obrero de Toledo los parroquianos trabajan con entusiasmo en La Pasión. Niños y mayores repasan sus líneas, la escenografía, la caracterización… Este año tienen por delante siete actuaciones. Para la del día 14 en el Teatro de Rojas ya no quedan entradas.
Víctor Trejo es su director y también quien caracteriza a Jesús en su recorrido vital. Aunque lo lleva sin esfuerzo. Y eso a pesar de que la sala de ensayos cede con facilidad al jolgorio de los actores. Alrededor de 70 actores salen en escena en una representación en la que, entre maquillaje, peluquería, vestuario y escenografía intervienen más de 100 personas. Los ensayos comenzaron el pasado noviembre y todavía les queda el resto de febrero y parte de marzo.
Aunque cueste de creer, Trejo no se siente cansado: “Yo no tengo que dirigir, los ensayos van fluyendo solos con el propio ambiente del grupo”. Muchos de sus actores tienen ya varios años de experiencia y conocen bien sus papeles. Daniel Morcillo repite por tercer año como San José. La suya es una de las primeras escenas de La Pasión. Aunque impropia de este tipo de representaciones, el equipo quiso incluir la figura de San José como un guiño a su iglesia.
[ze_gallery_info id=»227430″ ]Con él aparece en escena una jovencísima Virgen María interpretada por Sara Pina, de 17 años: «es como una catequesis muy especial». Sergio Segovia forma parte del pueblo. A pesar de su juventud (tiene 14 años) lleva actuando seis años. Su primera actuación coincidió con el debut de La Pasión en el Teatro de Rojas, en 2012. Para Segovia el trabajo de la parroquia destaca por el «buen ambiente» y el «respeto»: «A mí no se me hace pesada, siempre me quedo todo lo que puedo».
Una Pasión “cruda” y marcada por los detalles
La Pasión de Toledo es un representación «cruda» y «oscura», tal como la define su director, en concordancia con la Semana Santa de la ciudad. “Soy muy gore», admite Trejo, «Intento hacer las escenas muy crudas”. Casi como en la película de Mel Gibson, los latigazos no se hacen disimulados, sino con la máxima realidad posible para arrancar al público la emoción.
“En el Teatro de Rojas la representación es un poco más distante, pero cuando la hacemos aquí en la parroquia, el escenario está muy cerca del público: tenemos que pasar entre ellos, hay un espacio limitado y eso hace que la gente quede muy integrada en la escena”, cuenta Trejo, que añade que es precisamente en la parroquia donde se consigue esa magia que hace que el público se olvide de que está viendo una representación: “Incluso ha habido a alguien que nos ha gritado ¡parad ya animales! en medio de una escena porque no podía aguantar esa intesidad».
La presencia de los niños en la obra sirve para equilibrar la dureza de algunos pasajes: «Las escenas con ellos son siempre muy tiernas. Los niños son muy naturales a la hora de actúar porque no tienen tabúes ni prejuicios». Además muchos de sus actores son madres e hijos, hermanas, amigos o compañeros, por lo que la interpretación fluye por sí sola.
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