«Hoy, 4 de agosto, hace 82 años que milicianos y milicianas socialistas asesinaron en Toledo a la doctora Carmen Miedes y a su padre. Su delito fue haber testificado lealmente lo que vio la noche del 23 de agosto de 1934: cómo tres dirigentes sindicales anarquistas asesinaron al dueño de un café en la cuesta de El Miradero, señor Moraleda, por no plegarse a sus exigencias de que no contratase a trabajadores no sindicados.
Fue un juicio sometido a presión social, al juicio paralelo ‘del pueblo’, es decir, de la masa sindical de la izquierda, que exigía poder aplicar la fuerza contra el empresariado.
Tanto los testigos como los letrados de las acusaciones particulares, como el fiscal, como el propio tribunal, tuvieron que ser protegidos por las Fuerzas del Orden ante las amenazas sindicales. Su entrada a la Audiencia Provincial, literalmente escoltada. Las amenazas de muerte, igualmente explícitas.
«Su cadáver fue arrastrado y ultrajado»
Tras las elecciones de 1936 los condenados (que lo fueron, pese al escándalo de la izquierda) fueron amnistiados por ser considerados presos políticos.
A primeros de agosto de 1936, mientras se asediaba el Alcázar, una masa de milicianos fue en busca de la valiente doctora Miedes (la única testigo que se atrevió a ratificar en el estrado lo que vio, pero no la única que presenció el crimen) para ajustar cuentas por decir la verdad, que para los sindicalistas debía doblegarse ante la lucha obrera. Fue vilmente asesinada junto a su padre y su cadáver fue arrastrado y ultrajado por las milicianas.
Durante esos mismos días del verano de 1936 también sufrieron la misma suerte el presidente de la Audiencia Provincial y el fiscal jefe por haberse atrevido a condenar y por mantener su petición de condena, quienes inocentemente creyeron que quedarían salvados, uno porque simplemente cumplía con su deber y el fiscal porque ni siquiera solicitó condena por asesinato, sino por homicidio.
Los dos abogados de la acusación fueron sañudamente buscados. Uno de ellos tuvo la suerte de estar lejos de Toledo, de vacaciones. El otro, advertido por vecinos leales, logró escapar disfrazado, aunque no pudo evitar que, en represalia, su mujer, que llevaba en brazos a su cuarto hijo, todavía de pecho, fuera detenida y amenazada de muerte, logrando salvar la vida por encontrar el amparo de la compañera del jefe de la milicia que la detuvo.
«Por fin un ángel entre la hez humana»
Él había sido ascendido por ser uno de los participantes en el asesinato de Calvo Sotelo. Ella, mujer de gran corazón y principios humanos, supo ejercer el poder femenino que rodea a toda relación sentimental y exigió la salvaguarda de la señora y su retoño, enfrentándose a toda la milicia e imponiendo su voluntad a su cónyuge. Por fin un ángel entre la hez humana.
Vayan estas letras en recuerdo de la valiente doctora Miedes, del resto de víctimas de la barbarie miliciana/sindical derivada del conocido como «Juicio de los Camareros» y en agradecimiento a ese ángel anónimo.
Hoy, gracias a Dios, vivimos en un clima de democracia que permite y exige recordar los hechos de nuestra Historia desde una perspectiva lejana y objetiva, que consiga una serena reconciliación que nadie tiene el derecho a alterar de forma partidista».
Antonio Conde Bajén es autor de la novela «Sierra de sangre».