ENCLM reproduce un artículo de opinión de Carlos Martín-Fuertes a propósito de los 50 años que han pasado desde que las autoridades prohibieron el baño en el Tajo por su insalubridad debido a la contaminación:
«Resulta penoso, asqueroso, lamentable y cuantos adjetivos queramos añadir ver la agonía que trasporta nuestro querido y maltratado río Tajo, el río que cuando íbamos al colegio nos enseñaban que era el más largo de España y del que todos, sobre todo los toledanos que vivíamos en la capital o en algunos pueblos de la región y provincia, nos sentíamos orgullosos y en el que nos bañábamos en verano.
El que suscribe, por suerte, creo, puede decir que nació en el barrio de las Covachuelas, muy cerca de Safont, a menos de un kilómetro; tuve la suerte de poder disfrutar de lo mucho que entonces nos ofrecía a los vecinos de Toledo el río. Este y otro punto como la Incurnia, en las Carreras de San Sebastián, eran los puntos principales donde en verano nos desplazábamos por la mañana, volvíamos a comer y doblábamos por la tarde.
‘Ojo a bañarse y cuidado con el río, que es muy traicionero’
‘Ojo a bañarse y cuidado con el río, que es muy traicionero’, nos decían nuestros padres. Y era verdad. Tenía remolinos en algunos puntos, con gran volumen de agua y no raquítico como ahora; era un gozo inenarrable para ustedes, los que no han conocido eso. Cogías tu bañador, utilizabas el vestuario casero que era ocultarse entre el taray y desde allí al agua introduciéndote en el chinarral junto a la presa y cruzando el río, en esa especie de playa que frecuentemente nos muestra Eduardo Sánchez Butragueño en sus libros del Toledo Olvidado.
Después de broncearte, por supuesto sin darte cremas ni nada, pues apenas se conocían y el presupuesto de los padres no daba para más, te venías a tu orilla de procedencia y habías cubierto la mañana. Imagínense, todo gratis, no necesitabas ni abono ni nada. La mayoría de nuestras generaciones aprendimos a nadar en el Tajo. Ni cursos de natación ni leche. Al nadar ‘a crol’ te podía doler el cuello de las imperfecciones que teníamos, pero bueno, nos desplazábamos, nadábamos y era cierto. El que tenía algunas “pelas” iba a Paulino, el dueño de las barcas, y alquilaba una por una hora o media. Y el que podía coger una piragua de las pocas que había, era capitán general.
Nuestros padres nos prohibían ir al río
Nuestros padres- la mayoría sin saber nadar- nos prohibían ir al río o, como poco y si te daban permiso, solo podías ir, pero sin pasar por el agua. Ya supondrán cuánta desobediencia originaba esa prohibición. Nuestros padres iban por la tarde-noche a los “gangos”, así se llamaba antes de nacer el chiringuito. Lo típico era comer ensalada, tortilla o peces fritos o escabechados, que estaba riquísimo. El precio era barato, pues en aquella época la cosa no daba para más. Y este era el veraneo que teníamos los chavales y mayores. El que iba a la playa era la leche y tenía mucha suerte, pues era su familia rica o por el estilo. No había nacido aún la fiebre de poseer apartamento; los que éramos de secano estábamos condenados a eso. Una circunstancia que desgraciadamente se cumplía era que todos los años, para la virgen del Carmen- a mediados de julio-, se hubieran ahogado dos o tres personas.
Cruzarse el río
Una de las realidades más hermosas que teníamos era la de nuestro bautismo. No el de la Iglesia, que ya lo habíamos recibido, sino en el Tajo. Es decir, cruzarnos de una orilla a otro nadando. Recuerdo que cuando me “bauticé” en el Tajo, me acompañaron mi hermano y varios amigos mayores, que tenían más envergadura que yo. Y en más de una ocasión, al hacerlo a más de uno le entraba el nerviosismo y el canguelo y tenían que llamar a Paulino el barquero para que nos ayudase. ¡Y ojo, que entonces no había socorrista ni nada! Los que vivíamos tan cerca como el que escribe, salíamos de casa y, en sandías de aquellas de goma y una tira y en bañador, nos tirábamos al agua con las zapatillas anudadas a un junco, las tirábamos lejos, las cogíamos y a broncearse un rato. Y por la noche, a coger granadas o alguna fruta de las huertas cercanas de Domingo, Gabriel, Mariano o Ezequiel.
Como comprenderán ustedes no tiene nada que ver aquello con lo de ahora. Por eso les decía al comienzo, que me resulta penosa y lamentable la situación. No entraré en más detalles por no hablar de la espuma que lleva actualmente el río, por no hablar del trasvase, por no hablar del Plan Hidrológico Nacional, por no tocar hoy la mala política que hay y ha habido al respecto. Unos a otros se culpan y lo cierto es que todos son culpables. Usted y yo no, seguramente, pues nunca henos gobernado. Más hechos y menos chorradas y acusaciones mutuas es lo que se necesita para resolver buena parte del problema.
Un “secreto” a voces: me he bañado en estos 52 años desde su prohibición media docena de veces en el Tajo. Sí, pero en Peralejo de las Truchas, en la provincia de Guadalajara, y cerca de Molina de Aragón. Allí viene el Tajo limpísimo, recién nacido y con el agua muy fría. Allí es donde te das cuenta del incruento sacrifico que suponen el trasvase y el expolio. Anímense.»
Carlos Martín Fuertes