Hacia 1270 Alfonso X comenzó a trabajar en dos grandes proyectos historiográficos, la ‘Estoria de España’ y la ‘General estoria’. El propósito era instruir a su heredero y a los miembros del reino en el modelo monárquico por él defendido a través de las enseñanzas que proporcionaba la historia, con buenos ejemplos para imitar y malos que evitar. Para ello el rey hizo reunir todas las fuentes disponibles -latinas, romances y árabes- para traducirlas y combinarlas en un colosal esfuerzo enciclopédico. Gran novedad es que las dos obras se escribieron en castellano y no en latín, como había sido usual hasta el momento en la historiografía emanada de la corte regia.
Rey legislador y juez
Hasta mediados del siglo XIII convivían diversos ordenamientos jurídicos: el Fuero Juzgo, de raíces visigodas, otro basado en el derecho de los jueces y en el albedrío, y una heterogénea variedad de fueros municipales. Alfonso X reivindicó la unificación jurídica en todos sus reinos, sobre la base de los mejores fueros de León y Castilla, implantando el Fuero Real en aquellos territorios que no poseían un derecho definido. Durante los primeros años de su reinado, coincidiendo con sus aspiraciones de ser, además de rey, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, se llevó a cabo una renovación jurídica de trascendencia y proyección universal, difundida y aplicada en los siglos venideros, incluso en el Nuevo Mundo. Se trataba de las Siete Partidas, que, empleando como base los derechos romano y canónico, se nos presentan como un código capaz de englobar todas las ramas del derecho.
Un rey protector de la naturaleza
Alfonso X fue uno de los primeros reyes medievales que legisló en defensa de la conservación de la naturaleza. En sus obras legislativas y en las actas de cortes se recogen medidas en este sentido, algunas de las cuales ya se reflejaban en muchos fueros locales. Especial preocupación mostró por la conservación y el aprovechamiento de los montes, estableciendo castigos para aquellos que talasen árboles o provocasen incendios. También mostró especial preocupación por controlar la actividad cinegética y la pesca en los ríos. No se trataba tanto de una conciencia ecológica -según hoy lo entenderíamos- como de garantizar los recursos que la naturaleza proporcionaba y que eran fundamentales para aquella sociedad.
Relaciones con la Iglesia
El rey tenía claros los principios teóricos que debían regir las relaciones fundamentales para sus intereses, plasmados en las normativas legales. La monarquía, que tenía un origen divino, se consideraba obligada a proteger a la Iglesia del reino por ser esta la representación de la divinidad en la tierra, por lo que debía contar con su apoyo. Como parte del cuerpo político del reino, la Iglesia no podía escapar a su control, por lo que el rey tenía derecho a intervenir en ella mediante imposiciones tributarias en ocasiones abusivas e intervenciones en las elecciones episcopales. Pero las buenas relaciones se hicieron imposibles.
El fecho del Imperio
Animado por la ciudad de Pisa, en 1256 se le presentó a Alfonso X la posibilidad de ocupar el trono imperial alemán, que había quedado vacante. El rey basó su legítima pretensión alegando la relación familiar -a través de su madre, Beatriz de Suabia- que le vinculaba con el rango imperial. De esta manera, el rey se embarcó en una empresa que habría de ser conocida como el fecho del Imperio, que duró dos décadas y que le costó muchos recursos. Tras una reunión en el mes de mayo de 1275 con el papa Gregorio X en Beaucaire (Francia), Alfonso X renunció a sus pretensiones al no contar con su apoyo.