domingo, 24 de noviembre de 2024
Festival de Teatro Clásico 06/07/2014junio 9th, 2017

El joven director italiano Andrea Baracco regresa al Festival de Teatro Clásico de Almagro con un revisión transgresora de Hamlet, en la que el príncipe danés aparece despojado de toda realeza para acercarse a la cotidianeidad posmoderna, convertido en un joven de mirada perdida y continuos espasmos.

Esta brutal transmutación del clásico de Shakespeare se puede ver durante el fin de semana en la Antigua Universidad Renacentista de la localidad manchega.


Una obra con la que regresa a Almagro el joven director italiano que cautivó hace dos años con la versión de ‘Julio César’, pero que en esta ocasión deja a un lado el intimismo que caracterizaba a su anterior montaje, para adentrarse en una poética mucho más descarnada y eléctrica.

La puesta en escena concede un enorme peso dramático a los elementos audiovisuales con los que los actores mantienen una continua interacción y que en ocasiones provocan una sobreestimulación del patio de butacas.

Con ese conjunto de pantallas gigantescas, sonidos saturados y luces parpadeantes, el montaje genera una sugestión sensitiva que, más allá del propio texto, hace partícipe al público de los conflictos que padecen los personajes.

La trabajada escenografía, con predominio de los tonos grises y atemporales, es uno de los elementos más reseñables del montaje.

En continuo movimiento, los enormes paneles y pantallas repartidos por el escenario van generando espacios más mentales que espaciales y en su diálogo con la luz, tan pronto traslucen como se convierten en espejos en el que los rostros del patio de butacas se incorporan a la representación y al abismo propuesto.

Los jóvenes actores italianos también se suman a la furia general de la propuesta escénica con una interpretación que roza la exageración y el histrionismo para que su voces armonicen con la ruidosa atmósfera.

A la cabeza, el personaje de Hamlet, interpretado por Lino Musella, que le confiere una timidez desquiciada, despojándolo de toda realeza y acercándolo a las formas y actitudes de un joven actual.

Especial relevancia tiene en el montaje el personaje de Horacio, una especie de vigía entre dos mundos que, armado con una potente linterna, lleva la luz al escenario en el arranque de la obra y capitaliza el lado más lúcido de Hamlet, que solo cuando dialoga con él es capaz de abandonar la locura, con tintes esquizofrénicos, que muestra durante toda la obra.

Hasta tal punto recae en el fiel soldado la lucidez que es él el encargado de formular el mítico monólogo del «ser o no ser» que es extraído de su lugar original en la obra para presentarlo a modo de conclusión en la última escena.

Una propuesta innovadora y arriesgada con la que Baracco da el salto al gran formato escénico donde, a pesar de los rastros de originalidad y saber hacer, provoca que la poesía aparezca difuminada entre el vértigo y el ruido, como la vida misma en estos tiempos posmodernos. 

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