El Museo Sefardí es, para muchos, un gran referente mundial de la cultura judía. Su Gran Sala de Oración preside un edificio con gran significado religioso y espiritual para una comunidad, la sefardí, repartida por numerosos países desde donde sienten a Toledo como su hogar. La belleza y esplendor de este lugar -así como que sea la sinagoga mejor conservada de la Península- le convierten también en uno de los principales reclamos turísticos de la ciudad y es que, detrás de la Catedral y del Museo del Ejército, es el que más visitas recibe al año.
El origen de la sinagoga se remonta al siglo XIV. Por aquel entonces Samuel ha Leví, tesorero de la corte del rey Pedro I, mandó construir un edificio que, si bien no acabó siendo la sinagoga más grande de Toledo -este título lo tuvo Santa María la Blanca- sí que fue una de las más importantes de las 10 que existían.
Su historia ha estado muy marcada por el devenir de los judíos en España. En 1492 los Reyes Católicos decretan su expulsión, tras lo cual se apropian de la judería toledana, a la que -con sus modificaciones- terminan de desdibujar. Uno de esos cambios supuso la cesión de la sinagoga a los caballeros de la Orden de Calatrava, quienes la convirtieron en iglesia y archivo privado, incluso varios de estos caballeros fueron enterrados aquí. Un cuadro titulado «El tránsito de la Virgen», del pintor toledano Juan Correa de Vivar, fue el que le dio el nombre de «iglesia del Tránsito», llegando hasta nuestros días también como «sinagoga del Tránsito».
La decadencia de las órdenes militares supuso una etapa de abandono del edificio, al menos hasta que en el año 1877 fue declarado Monumento Nacional, acometiéndose las primeras restauraciones. El principal artífice de esta declaración fue el marqués de la Vega-Inclán, promotor en España de las primeras casas-museos, entre ellas también la del Greco en Toledo.
En 1964 adquirió el rango de museo, siendo bautizado como Museo Nacional de Arte Hispano-Judío. Fue sometido a una nueva reforma para adecuarlo a la visita expositiva y quedó abierto al público de manera definitiva en el año 1971. Los trabajos de mejora y adecuación han sido siempre una constante. La última fase fue la comprendida entre 2011 y 2015, dedicada a la adaptación de la visita para personas con discapacidad visual y auditiva y al proceso de saneamiento de las paredes de la Gran Sala de Oración, de las que el pasado verano se quitaron las telas que las cubrían.
El Museo Sefardí está dedicado a narrar la historia de los judíos en España. La escasez de piezas materiales -muchos sufrieron persecuciones y se llevaron todo lo que poseían- ha hecho que se nutra de elementos cedidos por otros museos, por el propio estado israelí, por comunidades judías de otros países… No obstante, la Gran Sala de Oración es, sin duda, la pieza más importante.
LA GRAN SALA DE ORACIÓN, UN LUGAR ÚNICO
Del siglo XIV, su estilo mudéjar es único. Destaca en la parte superior la rica yesería con inscripciones en hebreo y árabe, una yesería que alcanza su máxima expresión en el muro del Hejal, orientado a Jerusalén, donde se guardan los rollos de la ley. Esas inscripciones hablan de quién construyó el edificio, de cuándo, también cuentan pasajes de la Biblia y hacen alusión a valores como la paz, el respeto, lo sagrado… Tal belleza arquitectónica y decorativa está coronada por un techo artesonado de madera de conífera que resalta por su altura y tamaño y por guardar aún restos de policromía. Una galería superior estaba dedicada a que las mujeres y los niños, por separado, también pudiesen acudir a la oración. El cuerpo superior de ventanas le otorga a todos estos elementos una iluminación muy especial.
La gran simbología que encierra este espacio y la calidad artística, símbolo también de diferentes culturas, ha hecho que su estilo haya salido fuera de nuestras fronteras y se haya expandido internacionalmente.
Una puerta original construida por la Orden de Calatrava -en la que aún se conserva el símbolo de su cruz- da paso a lo que antiguamente era el espacio que estos caballeros dedicaron a su archivo. Hoy en día, convertido en salas del museo, da fe del origen del pueblo judío, de su iconografía y de las diferentes etapas históricas de su paso por España, desde los primeros indicios que atestiguan su presencia ya en el siglo I hasta la España cristiana del siglo XV, momento en el que tuvieron que marcharse del país.
En este recorrido el visitante encuentra restos de utensilios prehistóricos empleadas por los judíos -cedidos muchos de ellos por Israel-; una menorah, el conocido como candelabro de siete brazos, uno de los símbolos más antiguos de esta cultura; una mezuzá, un elemento decorativo que se coloca en las puertas de las casas para indicar que es un hogar judío; los estuches o cajas donde se guardan los rollos de la ley hebrea; la reproducción de una lápida del primer judío enterrado en una necrópolis, el primer testimonio de la presencia judía en España, en el siglo I; un mapa y una maqueta de cómo era la judería de Toledo; una pieza arquitectónica hallada en 2002 y perteneciente a una antigua sinagoga de Lorca (Murcia) del siglo X…
De gran valor es una pileta en la que se hacía el lavado ritual de las manos, una pieza del siglo V que apareció en Tarragona, perteneciente a una antigua sinagoga, con inscripciones en hebreo, griego y latín y con la misma iconografía que presenta el logo del Museo Sefardí de Toledo.
Una tercera parte de este centro cultural está dedicada al aspecto antropológico de la cultura judía y, más en concreto, sefardí. En sus vitrinas hay trajes típicos de boda, un «sillón de Elías» (donde se lleva a cabo la circuncisión); elementos que muestran cómo se celebraba la llegada de la mayoría de edad, a los 13 años; ejemplares de sus elaborados y ricos contratos matrimoniales; y un calendario de las diferentes fiestas: Purim, que coincide casi con el Carnaval y en la que los más pequeños también se disfrazan; Yom Kipur (Día de la Expiación, perdón y del arrepentimiento); Sucot o Fiesta de las Cabañas; Hanuka o Fiesta de las Luces; y Pesah o Pascua.
En los exteriores del museo, un jardín permite al visitante pasear entre lápidas con inscripciones hebreas halladas en el cementerio de Toledo, en el Museo de Santa Cruz y traídas de otras ciudades, un lugar en el que rezan los versos de un poeta cordobés. Este lugar también se conoce como «jardín sonoro» y es que todos los días se recrean en él los sonidos de cómo era la vida en las callejuelas de la antigua judería de Toledo.
Tanto este jardín como otro patio exterior -con esculturas de dos autores judíos norteamericanos- son escenario habitual de las numerosas actividades que organiza el museo. Conferencias, conciertos, talleres para los más pequeños o recitales de poesía le hacen un museo vivo y un dinamizador cultural de la ciudad.
El Museo Sefardí tuvo el año pasado 282.341 visitas (frente a las 375.170 de 2014) y sigue siendo el segundo de los museos estatales con más afluencia de público, después del Arqueológico Nacional (556.044 visitas en 2015). El perfil del visitante es muy variado y de todas las nacionalidades, si bien despierta un gran interés entre la comunidad judía procedente de países como Israel, Venezuela y Argentina.
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