Condensar 463 años de historia en 245 páginas es una tarea titánica, pero Gregorio Marañón creía que era momento de abrir las puertas de su cigarral, una «atmósfera cultural» más que una casa que «mira» a Toledo, y compartir un viaje por la historia que su abuelo sublimó y que continúa de su mano.
«Memorias del Cigarral, 1552-2015» (Taurus) es un relato detenido en las vidas de quienes habitaron un lugar privilegiado, una casa de recreo que permite tener perspectiva no solo sobre Toledo, de la que constituye un paisaje cultural único, sino sobre la historia, explica en una entrevista con Efe el propietario de esta «mariposa gigante» desde 1977.
Su mejor ejemplo, es decir, su abuelo, el humanista Gregorio Marañón (1887-1969), quiso recuperar la memoria de un lugar del que ya hay vestigios en el siglo XI, según demuestran los recientes hallazgos arqueológicos en sus cercanías, pero que se perfiló con su actual configuración en el siglo XVI, gracias al religioso Jerónimo de Miranda, canónigo de la catedral de Toledo.
«Siguiera» o lugar de manantiales, «cib glarea» o lugar de regocijo del señor, «figueral» o arboleda… son algunas de las fuentes etimológicas que se barajan para una heredad cercana a la ciudad, con árboles frutales y agua, a la que acuden los dueños «en busca de solaz».
Sin embargo, admite Marañón Bertrán de Lis (1942), la más probable es «lugar donde cantan las cigarras» -«ahora como siempre»-, aunque también esté «muy bien traída» la de «cigarreal» porque son, se ríe, «carísimas de mantener».
«Requiere un sacrificio económico pero aún más de tiempo. En la actualidad está muy bien cuidado y quizá en el futuro pueda seguir siendo ser así, pero con menos coste. Yo he tenido la fortuna de poder hacerlo sin ayudas, solo con mi patrimonio y esfuerzo», presume.
Sin embargo, y no solo como forma de conjurar avatares pasados sino como declaración de coherencia y «ejemplaridad», decidió que lo sensato era solicitar su declaración como monumento: «Es una forma de consolidar un bien sobre el que hay un interés público, aunque no he solicitado ninguna de sus ventajas».
El Cigarral de Menores, dos plantas y una logia de tres arcos sobre columnas toscanas, se monumentalizó en el XVII con jardines aterrazados y la ampliación de la vivienda y fue convento de Clérigos Menores hasta la desamortización de 1821.
Es uno de los seis que se mantienen en Toledo, aunque dos «se destruyeron», señala Marañón, para convertirlos en hotel, y es el único que tiene la declaración de monumento (2007).
Marañón ha logrado reunir, desde que se propusiera en 1996 escribir la historia de la propiedad, una ingente cantidad de documentación sobre los primeros años del cigarral, de su propietario, Jerónimo de Miranda, y de lo que allí se contenía.
Menos suerte tuvo con el periodo en el que los Clérigos Menores ocuparon -casi doscientos años- la propiedad y sigue con la esperanza de resolver algunos de los misterios que la inopinada actividad del Frente Sur del Tajo, en la Guerra Civil, provocó en Toledo y, especialmente, en el cigarral, un «objetivo militar», que quedó no solo destruido sino cosido por decenas de trincheras.
En aquellos meses de contienda, sucumbió cualquier vestigio de civilización en la finca y desaparecieron todos los bienes que contenía, incluida la biblioteca, que fue «troceada» y repartida entre distintas instituciones.
Uno de sus sueños sería recuperar un libro que Gerardo Diego dedicó a su abuelo, editado en 1923. «Lo descubrí hace dos o tres años en una exposición. La cartela explicaba que había sido incautado en 1937».
Solicitó la devolución y ofreció a cambio a la institución que lo detenta -«es todo ilegal», afirma- varios libros a cambio, pero no ha recibido respuesta.
«Sigo y seguiré empeñado, pero no por una razón económica sino romántica y de puro civismo, porque ¿cómo es posible que se exhiba un libro incautado de forma ilegal y se haga en una biblioteca pública?. Ese libro simboliza un atropello», determina.
Un siglo más tarde de la desamortización, en 1921, el doctor Marañón compró el lugar, completamente ruinoso, y se empeñó en su restauración con tanta fortuna que puso el lugar en el mundo: los intelectuales de la generación del 98, de la suya propia -el 14- y del 27 fueron asiduos visitantes, como atestiguan los numerosos documentos gráficos que su nieto aporta ahora.
Se convirtió en un importantísimo centro de la vida política y cultural del país, y en su «tranvía», una galería con vistas a la ciudad, se sentaron de Benito Pérez Galdós a Federico García Lorca, pasando por Gustavo Adolfo Bécquer, Manuel Azaña, José Ortega y Gasset, Ramón Pérez de Ayala, Unamuno o Valle Inclán.
Y allí siguen acudiendo, porque así lo quiere él y su familia, artistas e intelectuales amigos, que hacen crecer un espacio que «trasciende y transmite una paz rayana en la espiritualidad», asegura.