sábado, 23 de noviembre de 2024
El sábado 12 de noviembre 10/11/2016junio 7th, 2017

Este próximo sábado, a partir de las 18:00 horas (entrada libre), la iniciativa «Vive la Opera en Sigüenza» va a proyectar, en el Auditorio de El Pósito de la localidad guadalajareña, la ópera en dos actos de W.A. Mozart, «Don Giovanni». La iniciativa cuenta con la colaboración y patrocinio del Ayuntamiento de Sigüenza, así como de la Asociación de Empresarios de Sigüenza, y estará -una vez más- prologada y epilogada por Zoila Paradela.

La obra tiene libreto de Lorenzo Da Ponte, inspirado en el de Giovanni Bertati para Giuseppe Gazzaniga y basado en el Don Juan de Molière, y más lejanamente en El burlador de Sevilla o El convidado de piedra, de Tirso de Molina. Se estrenó en el Teatro Nostic de Praga, el 29 de octubre de 1787. En España lo hizo en el Teatro Príncipe de Madrid, el 15 de diciembre de 1834.


La versión que verán los seguntinos corresponde a una grabación realizada en el Teatro de la Opera de Viena, en junio de 1999. «Don Giovanni» nació de la admiración que suscitó en Praga la ópera anterior de Mozart, «Le nozze di Figaro». Mozart y Da Ponte fueron invitados a componer otra ópera. Se ha especulado sobre si habría intervenido de algún modo el otro gran libertino del siglo XVIII, Giacomo Casanova, que estaba envejeciendo en un castillo alemán cercano a Praga.

Fue ésta la primera ópera de Mozart que llegó a América de la mano de la compañía del tenor Manuel del P. Vicente García y sus cantantes (entre ellos, María Malibrán, su hija). La ópera se representó en Nueva York, donde todavía vivía el entonces anciano Da Ponte, que pudo ver emocionado su obra, en 1824, en la ciudad americana donde moriría unos años más tarde. Fue «Don Giovanni» la única ópera de Mozart que se representó con cierta regularidad en el siglo XIX, por su mayor cercanía al espíritu romántico.

En el primer acto, en el marco de la Sevilla del siglo XVI, se asiste al asesinato del comendador, que había acudido a defender el honor de su hija doña Ana, a manos de don Juan. Don Octavio, prometido de doña Ana, jura descubrir al malhechor y vengar al padre de la joven, mientras el asesino, seguido por su criado Leporello, se da a la fuga y se encuentra a doña Elvira, la esposa que abandonó hace algún tiempo y que anda buscándole.

Don Juan abandona de nuevo el escenario mientras su criado se enfrenta al desconsuelo y furor de la dama al revelarle el famoso «catálogo» de las conquistas amorosas de su amo. Entre tanto, don Juan llega a los dominios de su castillo, donde tiene lugar los festejos por la boda de dos campesinos, Zerlina y Masetto, y donde, con astucias y amenazas, consigue incluso seducir a la joven esposa. Llegan al castillo doña Elvira, doña Ana y don Octavio en busca de venganza. Durante el baile de los campesinos, el grito de Zerlina pone al descubierto los infames propósitos de Don Juan, a quien no le queda más remedio que huir del furor de todos los presentes.

En el segundo acto, tras algunos engaños y tretas más (entre ellos, el cambio de ropa con Leporello, como estratagema para nuevas conquistas femeninas), el seductor, obligado de nuevo a huir, se refugia en un cementerio; su criado Leporello trata de convencerlo por enésima vez para que cambie de vida. Ante las risotadas y burlas de don Juan, cobra vida la estatua del comendador, que también lo amonesta; a lo que el asesino contesta desafiándolo a presentarse a cenar en su palacio. Delante de la mesa preparada en el salón del castillo, doña Elvira insta por última vez a don Juan para que se arrepienta, sin éxito. El castigo llama a la puerta: ahora es la estatua del comendador la que insta a su asesino a arrepentirse. Don Juan no se arredra; estrecha su mano con la del comendador y el apretón resulta fatal: la tierra se cuartea y don Juan es tragado por las llamas del infierno. El mundo queda de este modo apaciguado: Masetto y Zerlina celebran las bodas; doña Ana y don Octavio conciertan su unión; doña Elvira anuncia que ingresará en un convento y Leporello sale en busca de un amo mejor. El final fugado advierte: «Dei perfidi la norte alla vita è sempre ugual» («La muerte de los pérfidos es siempre igual a su vida»).

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