domingo, 17 de noviembre de 2024
Entrevista a Juan Manuel de Prada 15/10/2015junio 7th, 2017

En el año en el que se conmemora el quinto centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, el escritor vizcaíno Juan Manuel de Prada -autor de otros títulos como «La tempestad» o «La vida invisible»- ha sacado a la luz «El castillo de diamante», una obra en la que relata la «admiración envidiosa» que envuelve la relación entre la santa y la princesa de Éboli en una España imperial que no se entiende sin el devenir de lo que ocurre en Toledo.


¿Qué le llevó a fijarse en las figuras de Ana de Mendoza, princesa de Éboli, y Santa Teresa de Jesús, protagonistas de su nueva novela «El castillo de diamante»?

Cuando uno se acerca a la etapa de Felipe II, inmediatamente surgen estas dos mujeres, una en el plano religioso y otra en el político. Son dos mujeres muy destacadas y me atrevería a decir que son dos mujeres que han dejado una huella muy profunda en la historia. Ambas son muy atractivas en sí mismas por su carácter, por sus logros, por su compleja psicología pero son todavía más atractivas cuando uno las contempla juntas. Tuvieron una relación muy especial, considerada como un episodio menor en sus vidas, pero que -desde el punto de vista novelesco- es una relación muy rica. Sabemos lo justo de esa relación, no conocemos todo lo que pasó entre ellas y eso hace que para un novelista sea más interesante jugar a fabularlo.

Dos personajes históricos a través de los cuales traslada a la literatura temas de actualidad como las estructuras de poder o la relación entre el poder político y el religioso.

La literatura se limita a contemplar el problema humano y el problema humano es siempre el mismo a lo largo de la historia, si bien va adquiriendo plasmaciones distintas. El problema que se entabla entre mis personajes es el que suele entablarse entre personas muy semejantes. A la princesa de Éboli y a Santa Teresa las veo como dos mujeres muy similares, con una voluntad muy fuerte, con un temperamento duro -no en el sentido de áspero, si no en el de resistente- y mujeres con una determinación muy clara en la vida; saben perfectamente lo que desean y quieren hacerlo realidad a costa de lo que sea. Son personajes que resultan muy poderosos en cualquier época. Había que crear una relación entre ellas; para mí esto era lo fundamental, no podía ser la mera relación de que la princesa le encarga a Santa Teresa un convento y que acaban mal porque la segunda no acepta las condiciones de la primera. Eso, literariamente, habría sido muy pobre a la hora de construir un relato. Tenía que generar entre ellas un sentimiento especial, una unión especial. Las imagino como dos mujeres muy semejantes, dos almas gemelas en el fondo, pero con fines muy contrarios: un fin de naturaleza espiritual en Santa Teresa y un fin de naturaleza mundano en la princesa, lo cual no quiere decir que Santa Teresa no tuviese un componente mundano ni que la princesa no tuviese un componente espiritual. Esto hace más atractivo el conflicto que se produce en su psicología y el conflicto que se establece entre las dos. Pero luego había que dotar eso de un sentimiento especial. Al final la literatura se teje con pasiones y sentimientos.

¿Y cómo se tejen en la novela esos sentimientos?

Me imagino a dos mujeres que se admiran y que en un determinado momento surge entre ellas la semilla de la discordia y esa semilla de la discordia –según me dictó mi imaginación, esto no es histórico- propongo que sea la envidia, que es un pecado que tiene un origen teológico en el sentido de que Dios no repartió los dones de forma igualitaria y esto es un motivo de dolor para los seres humanos, salvo que tengan la paciencia, la abnegación o la resignación suficiente como para aceptar que hay personas que están más dotadas que nosotros. Hay un momento en el que la princesa descubre en Santa Teresa una capacidad especial para sobreponerse a las dificultades y reveses del mundo, a las injusticias de los poderosos, una capacidad que ella no tiene. Ana de Mendoza es una mujer mucho más impulsiva a la que le hierve la sangre cuando la pisotean. Empieza a envidiar a Santa Teresa por esa coraza que tiene, por ese castillo de diamantes que la protege de las injusticias y de los desdenes. Eso es lo que hace que en mi novela surja esa admiración envidiosa en la princesa de Éboli.

«PARA MOVERTE EN EL PODER DEBES ACEPTAR CONVENCIONES QUE TE MATAN INTERIORMENTE»

Ambas comparten también una cierta rebeldía hacia el papel que les tocó desempeñar en la sociedad de aquella época.

Eran dos mujeres que, ante todo, no aceptaban las limitaciones. Santa Teresa dice en algún momento de la novela –algo que está tomado de su obra- que «los hombres, como hijos de Adán, tienden a vernos a nosotras como incapaces de hacer cosas». Santa Teresa protesta y dice que, aunque a veces puede ser bueno, coarta sus capacidades. Ella no quería que sus capacidades fuesen atrofiadas, pretendía desarrollar su vocación de forma plena. Al final consiguió lo que deseaba. La princesa de Éboli, en cambio, lo vivió de forma más conflictiva porque para ser plenamente -y aquí estoy hablando del personaje literario y no del histórico- ella tendría que haber renunciado a ciertas realidades mundanas. Sin embargo, le pesaba mucho el apellido y su posición en el mundo y esto coartó su realización plena. Tendemos a pensar que las vocaciones se realizan plenamente cuando eres poderoso y eso es falso; muchas veces el poder lo que te crea es servidumbre, tienes que acatar determinadas reglas para moverte en los puestos más poderosos y debes aceptar una serie de convenciones que en ocasiones te matan interiormente. Santa Teresa, por el contrario, se dio cuenta de que le convenía renunciar a ser poderosa para, a cambio de eso, conseguir otro poder: ser ella misma. Esto se ve a lo largo de toda la novela.

Resulta curiosa la visión que ofrece en su novela de Santa Teresa, una mujer aventurera y con gran sentido del humor.

Sí, es una visión diferente porque generalmente estos personajes históricos, más si son personajes con estos rasgos de santidad, tendemos a verlos como en una vitrina; al final son más personajes que personas. Pero el novelista no tiene que trabajar con personajes sino con personas, tiene que reconstruir criaturas de carne y hueso y para eso tiene que darles vida. A la hora de darle vida a Santa Teresa yo utilicé dos rasgos que me parecen fundamentales en su carácter. Uno es evidente cuando se lee su obra: el sentido del humor. Santa Teresa está todo el tiempo haciendo bromas, de todo tipo, bromas a veces picajosas, a veces benévolas. Llegó a componer un poema de cómo las monjas podían expulsar los piojos de sus hábitos. Luego hay otro rasgo de su carácter que es menos explícito porque ella no lo formula abiertamente pero que también es evidente. Ella tenía un temperamento caballeresco. En el Libro de la Vida dice que en su juventud había sido una lectora empedernida de libros de caballería. Hay que pensar que es una mujer que a los 47 años se pone a recorrer los caminos de España a lomos de una mula o en un carromato y se tira los últimos 20 años de su vida de un sitio a otro fundando conventos. Da la impresión de que ha quedado en ella el espíritu de los caballeros andantes. Lo hacía por sus convicciones religiosas y porque tenía ese ideal caballeresco. Son dos rasgos muy importantes en el personaje que creo que responden a la Santa Teresa real.

«TOLEDO Y PASTRANA SON LOS DOS GRANDES ESCENARIOS DE LA NOVELA»

Toledo es escenario importante en esta novela.

Toledo y Pastrana son los dos grandes escenarios. En Toledo transcurre la primera y la segunda parte de la novela. La primera parte se corresponde a 1562, que es el momento en que Santa Teresa está dispuesta a hacer su reforma; ella tiene entonces 47 años. Cuando quiere fundar su primer convento, sus superiores –que no quieren que lo haga- la mandan a Toledo a consolar a Luisa de la Cerda, una noble casada con el mariscal de Castilla. Pasa seis meses en Toledo, un tiempo que, creo, son los más importantes de su vida porque son los meses en que ella se aclara sobre el tipo de reforma que busca y recibe una serie de visitas importantes que van a influir en su concepto de la reforma religiosa; entre ellas recibe la visita de San Pedro de Alcántara, un franciscano que había promovido también una reforma purificadora de la orden de San Francisco. Imagino que fue aquí donde conoció a la princesa de Éboli. Ésta era prima de doña Luisa de la Cerda y hermanastra de una hija de doña Luisa, porque el padre de la princesa Éboli tuvo un hijo con doña Luisa. Es muy probable que en este tiempo la princesa de Éboli viniese a Toledo a consolar a su prima. En ese momento es cuando Toledo deja de ser la capital imperial. La capital se había trasladado a Madrid pero todavía seguía siendo la ciudad imperial por excelencia. La segunda parte, que transcurre en el año 69, ya es la época en la que Santa Teresa está metida en plena vorágine de fundaciones y viene a fundar a Toledo, donde se tropieza con muchos problemas. La ciudad es, por tanto, uno de los dos escenarios fundamentales de la novela.

¿Para escribir «El castillo de diamante» ha necesitado venir a Toledo?

He venido a lo largo de mi vida muchas veces y para esta novela especialmente porque en este libro había que reconstruir el Toledo del siglo XVI con sus palacios, iglesias… Mientras escribía he venido varias veces para conocer los escenarios y para tratar de imaginarme la España de la época. Creo que uno de los mayores errores de la historia de España fue que Toledo dejase de ser la capital. Fue una ciudad muy importante durante los siglos previos y, a mi modo de ver, la decrepitud de la monarquía hispánica tiene mucho que ver con la marcha de los reyes a Madrid porque Madrid era empezar de nuevo, no tenía historia detrás. Se produjo entonces una ruptura, quizá no todavía con Felipe II –quien bebe aún de la tradición familiar y estaba obsesionado por completar la labor de su padre- pero a partir de los Austrias menores la ruptura es evidente. España cambió y cambió para mal. En la novela podría haber centrado más la historia en Pastrana, que es donde estalla el conflicto entre la princesa de Éboli y Santa Teresa, pero añado toda la parte de Toledo porque para entender bien la época y los personajes tenía que ponerlos en una ciudad que representase aquella España.

«LA TELEVISIÓN ES NOCIVA PARA EL ESCRITOR»

Además de «El castillo de diamante», este año también ha publicado el libro de artículos «Dinero, demogresca y otros podemonios». Está siendo un año fructífero literariamente para usted.

Sí, la verdad es que lo está siendo. Empecé mi carrera publicando mucho. Luego tuve una época en la que me despisté personalmente y me dediqué mucho a las tertulias televisivas, que me hicieron mucho daño personal y profesionalmente. Desde hace unos años decidí dejar la televisión, que creo que es especialmente nociva y ahora dedico mucho más tiempo a escribir. Decía Camilo José Cela que los escritores nos quejamos de vicio y que exageramos la dificultad de nuestro trabajo. Recordaba que con escribir un solo folio al día ya tenía escrita una novela al año y esto es cierto. Según vas haciéndote viejo tienes que procurar que lo que hagas se acerque lo más posible a lo que te gusta hacer.

¿Por qué opina que la televisión es nociva?

Es nociva porque en televisión lo primero que te llega es el impacto visual y esto hace que tu cabeza duerma. Además, es nociva para el escritor porque degrada mucho su imagen y la tergiversa. Al final la televisión no está interesada en ti como escritor sino como personaje que opina sobre cosas diversas. Yo estuve saliendo en tertulias televisivas no más de año y medio y todavía hay gente que, sin saber a qué me dedico, solo me recuerda de aquella etapa.

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