lunes, 23 de septiembre de 2024
Exposición en Cuenca 12/11/2013junio 12th, 2017

El Museo de Arte Abstraco de Cuenca, dependiente de la Fundación Juan March, acoge hasta el 16 de marzo una exposición en la que grandes figuras del arte como Dalí, Miró, Cuixart, Tàpies, Torner, Zóbel o Canogar plasman su firma y su creativividad sobre un original soporte: el abanico.  

Los 59 abanicos que conforman esta exposición -que lleva precisamente por nombre «59 abanicos de 59 artistas»- tienen un mismo origen y es que en 1971 el grupo de artistas y escritores representados en la muestra fueron instados a trabajar y personalizar un abanico con motivo de una subasta benéfica. El conjunto de todos ellos fue presentado ese mismo año en la galería Trece de Barcelona y ha permanecido desde entonces en una colección particular.


El grupo de pintores y escultores que participó en este proyecto es muy representativo de la escena artística española del momento, en la que convivían artistas de distintas generaciones. La colección de abanicos engloba a artistas de las vanguardias históricas y de la Escuela de París, a los renovadores de los últimos años 40 que trabajan en torno a la revista Dau al Set, y cuenta también con representantes del informalismo y la abstracción geométrica, tanto en su vertiente catalana como madrileña. El paso a los años 60 lo marca principalmente la presencia de artistas catalanes y el conjunto, finalmente, se cierra con una serie de artistas activos en la década siguiente.

Entre aquellos a los que se propuso la decoración de un abanico estaban muchos de los pintores y escultores cuyas obras forman parte de la colección expuesta en el Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca, especialmente aquellos vinculados a la generación de los 50. Para hacer visible la más que evidente relación entre la trayectoria de los artistas y el modo en el que resolvieron el encargo del abanico, la exposición muestra también una selección de obra gráfica perteneciente a la colección de la Fundación Juan March.

La colección da buena cuenta de la escena artística española del momento en la que convivían pintores y escultores de distinta índole. Abarca a artistas de las vanguardias históricas (Caballero, Dalí y Miró) y de la Escuela de París (Clavé y Grau Sala), dando paso a la renovación de los últimos años 40 de la mano del grupo que nació en torno a la revista Dau al Set (Cuixart, Guinovart y Tàpies). Asimismo, están representados los artistas vinculados al informalismo, tanto en su vertiente catalana (Hernández Pijuan y Ràfols Casamada), como madrileña, con el grupo El Paso (Canogar, Millares, Rivera, Serrano y Francés) y los artistas en torno a él (Farreras, Hernández Mompó y Lucio Muñoz). La abstracción viene también acompañada de su vertiente geométrica (Gabino y Sempere), así como de los artistas que trabajaron en torno al Museo de Arte Abstracto Español (Torner y Zóbel). El paso a los años 60 lo marca principalmente la presencia de artistas catalanes (Arranz-Bravo, Artigau, Llimós y Sala) y la selección se cierra con una serie de artistas activos en la década siguiente (Gudiol, Maya, Muntadas y Soler Pedret).

El abanico, en general, ha estado presente en la pintura española como elemento parlante desde los retratos femeninos de Sánchez Coello. Sin embargo, lo que los artistas contemporáneos españoles proyectaron en esta ocasión dista de los planteamientos de la tradición pictórica española. Ante el reto del encargo, decorar un abanico, los pintores plasmaron sus preocupaciones artísticas como si el soporte no fuera distinto de un lienzo o un papel. Aunque indudablemente el abanico limitaba el radio de acción, muchos de los desarrollos planteados estaban en completa consonancia con la trayectoria artística del pintor en cuestión.

Tal es el caso de Joan Miró, que desarrolla con enorme soltura grafismos coloristas de gran simplicidad que entroncan con sus Constelaciones; de Antoni Tàpies, quien aplica la pintura directamente recurriendo a planteamientos informalistas y utiliza la cruz propia de su imaginario artístico; de Eusebio Sempere, que aplica una alternancia cromática en cada uno de los pliegues para remitir a la abstracción geométrica de efecto óptico que caracteriza su producción; y de Manuel Millares, que entiende el abanico como otro soporte en el que desarrollar la suerte de escritura antigua, misteriosa e indescifrable, en la que trabaja a partir de los primeros años 70.

Destaca también la distinta manera en la que cada uno de los artistas se enfrentó a este encargo. Mientras algunos de ellos concibieron el abanico de una manera más decorativa, dejando la fuente -nombre que recibe la base rígida y plegable- sin intervenir, otros decoraron el país, la tela adherida, y la base entendiendo el soporte como un todo. En este sentido, resulta interesante el uso que Rafael Canogar hace de la fuente: se sirve de ella para ocultar los cuerpos de los personajes que protagonizan una composición marcada por la denuncia social. Pero no fueron únicamente artistas los que participaron en el proyecto, también algunos literatos aficionados al dibujo (Alberti y Neruda) desarrollaron composiciones.

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