Nunca ha salido de la iglesia de Santo Tomé de Toledo, ni siquiera para someterse a limpiezas y restauraciones, trabajos que siempre se han realizado en el emplazamiento original. El lienzo de «El entierro del señor de Orgaz» de El Greco es, hoy por hoy, el cuadro más visitado del mundo. Considerada obra cumbre de la pintura mundial, en 2015 recibió 595.121 visitas, una cifra solo superada por las 700.000 que tuvo durante el Año Greco –en 2014-, lo que le convierte en uno de los lugares que completan –junto a la Catedral y los museos del Ejército, Sefardí y El Greco- la milla de oro del turismo de la ciudad.
SI NO PUEDE VER LAS IMÁGENES PINCHE AQUÍ.
Si bien El Greco fue un autor que no conoció en vida el éxito que él mismo esperaba –el redescubrimiento y revalorización de su obra tuvo lugar en torno a 1900-, lo cierto es que la historia del arte le ha situado finalmente donde le correspondía: como un adelantado de su tiempo que, entre otras cosas, abrió el camino a los futuros artistas impresionistas que tendrían que llegar tres siglos después. Sus trazos llamaron la atención de Picasso y Manet, llegando a decir este último que al Museo del Prado fue a estudiar a Velázquez y acabó descubriendo a El Greco. Fue también pionero en introducir, tal y como se aprecia en «El entierro del señor de Orgaz», la profundidad de campo y en hacer el primer retrato de conjunto del arte español.
El cuadro representa la escena del entierro de Gonzalo Ruiz de Toledo, conocido como el señor de Orgaz -posteriormente conde de Orgaz-, mostrando además el milagro que ocurrió ese día con la aparición de San Agustín y San Esteban. Notario mayor del reino de Castilla, preceptor del futuro rey Alfonso XI y alcalde de Toledo, Gonzalo Ruiz destacó, sobre todo, por su labor caritativa, llegando a restaurar varios templos y financiando en 1300 la reforma de la iglesia de Santo Tomé en la que quiso ser enterrado. Predispuso para ello un emplazamiento humilde, a la entrada del templo, en la capilla de la Concepción. Años después, en el siglo XVI, el párroco de entonces quiso ensalzar su figura remodelando la capilla y encargando una inscripción en latín y un gran lienzo en el que dar cuenta del milagro ocurrido durante su sepelio. Se lo encargó a El Greco en 1586 y éste lo terminó en 1588.
Desde entonces el cuadro ha permanecido siempre en Santo Tomé. Solo se intervino en él a principios del siglo XX, con las limpiezas y restauraciones que llevaron a cabo Matías Moreno y Madrazo; posteriormente, durante la Guerra Civil, cuando fue bajado de la pared y cubierto con sacos para protegerlo de los bombardeos; y en 1975, momento en el que –gracias a la colaboración del Museo del Prado- fue movido a la pared contigua, dentro de la misma capilla, para facilitar la visita del público.
Respecto al mensaje religioso que encierra el lienzo, no es menos curiosa la manera que tiene el pintor cretense de representar la muerte, no como el final de algo sino como el comienzo de una nueva vida, como una especie de alumbramiento. Así, está dividido en dos partes: la inferior, que sería la terrenal; y la superior, donde se recoge la celestial.
En la zona inferior, se reconocen algunas personalidades del Toledo de momento: eclesiásticos, eruditos, nobles… El Greco se descubre como un gran retratista. Aquí está clara la figura del sacerdote humanista Antonio de Covarrubias, muy amigo del artista. También la de su hijo, Jorge Manuel Theotocópuli, representado en la imagen del niño que señala la escena del milagro y de cuyo bolsillo sobresale un pañuelo en el que está la firma del autor del lienzo. Más dudas hay sobre el autorretrato que se pudo hacer El Greco. Muchas voces afirman que es el personaje –el único del cuadro- que mira al espectador. Para otras El Greco no caería en tal vanidad y aseguran que lo más probable es que fuese un rostro que aparece casi escondido. También son controvertidas las interpretaciones que indican que el párroco que le encargó el cuadro sea el clérigo que oficia la ceremonia. De esta parte terrenal sobresale la única figura que aparece de espaldas y con los brazos abiertos mirando a la Gloria. De ella se ha dicho que podría ser el párroco, pero si por algo resalta es por que a través de ella El Greco -70 años antes de las Meninas de Velázquez- pinta la profundidad de campo.
En la parte superior del cuadro está representada la llegada del alma del señor de Orgaz al cielo a través de una especie de vulva materna. La muerte aparece aquí como un alumbramiento a la vida eterna, un trance doloroso pero lleno de esperanza. El Greco coloca en este lugar a Jesucristo, como luz que ilumina la escena; a la Virgen María, que acoge maternalmente el alma; a San Juan Bautista y los apóstoles, entre los que se identifica a San Pablo, Santiago el Mayor y a San Pedro, en un lugar preminente con las llaves del cielo y la tierra. También son repesentados Noé, apoyándose en el arca; Moisés, con las tablas de la ley; David, tocando el arpa; e incluso al monarca Felipe II.