Ahí lo tienen. Todo un campeón del mundo. De balonmano. De un deporte popular pero no tan gigantesco como el fútbol, y por eso choca su disponibilidad, su naturalidad. La de alguien que ha tocado casi el cielo más alto de su deporte, porque, como su compañero Jorge Maqueda, piensa que «lo más» es una medalla olímpica. Es Ángel Montoro, lateral de la Selección española de balonmano reciente campeona del mundo. Toledano, para más señas.
A unos cuantas semanas ya de la maravillosa histeria del Mundial, admite que, tras la semifinal, el equipo estaba «asustado y preocupado» por el tibio apoyo de la afición barcelonesa, pero esa carencia se corrigió, y con creces, en la final contra Dinamarca: «Ya rugían en el túnel de vestuarios; el público en la final estuvo de ’10’, de sobresaliente, no se le puede reprochar nada».
Admite que no esperaba que todo salera tan bien, ni a la Selección ni a él mismo. «Esperábamos fallos, sí, y no que todo saliese tan bien, aunque detrás de todo hubo mucho trabajo», matiza quien, como todo el mundo, no tiene una respuesta para la contundencia de la victoria hispana en la final ante los aparentemente temibles daneses. En este punto recuerda que durante la final tuvieron tiempo de disfrutar del éxtasis, de los cánticos, de las caras de felicidad de los compañeros.
Al pisar el Mundial era poco menos que un novato. Los compañeros le ayudaron, le decían que jugase como sabía, que solo eran unos partidos más… Todo fuera para no añadir más presión que la que ya sentía.
¿El chistoso, el gracioso del grupo? Sí, el que se vislumbraba por la tele, el también toledano Jorge Maqueda: «Le gustaba todo el día andar de bromas, y eso está bien para descargar la tensión», dice.
¿Con qué partido, de «los suyos», se queda? «Con el de Hungría, en el que contribuí a darle la vuelta al marcador», responde.
¿Y el mejor gol? «El último del Mundial», responde sin titubear, «el que cerró tan buen sabor de boca al grito de ¡campeones, campeones!»
Ángel Montoro fue forjado en el Beatriz Hoteles Amibal, de la experta mano de Rafael Sierra. Dice que probó con el fútbol y el basket (este último no le gustaba, a pesar de su talla). Fue cuando Sierra le metió el gusanillo del balonmano… hasta coronarse en el Mundial.
¿Qué le ha quedado más del magisterio de Rafael Sierra? «La ilusión y la diversión por este deporte, y también el trabajo de coordinación que hubo que hacer conmigo», contesta.
Ángel Montoro aún no ha hecho de hijo pródigo, no ha vuelto a su Toledo tras la gesta del Mundial. Pero, al comprobar la «gran ilusión» que le ha exhibido el presidente de la Federación regional, se imagina lo que le espera cuando retorne a su patria chica. Y con razón.
Ángel Montoro: todo un campeón del mundo que aún parece aquel chico al que no le gustaba el basket.