A sus 37 años Víctor Manuel Martín, director general de Caja Rural CLM, es el timón del barco más codiciado para las fusiones entre cajas rurales. Dentro y fuera de esta comunidad autónoma. Con un balance en crecimieno sin necesidad de fusión, una morosidad de otros tiempos, concretamente de los buenos tiempos, y un espíritu independiente que unos envidian y otros critican por endogámico, es hoy el hombre sobre el que están puestas todas las miradas en Castilla-La Mancha.
Los datos de su balance en medio de un sistema financiero hecho jirones y de una región entrampada hasta las cejas, sin economía productiva suficiente y con un tejido empresarial de micropymes hambrientas y sedientas, le convierten en el novio más deseado, por la dote que representa, la Caja Rural de Castilla-La Mancha, heredera de la orgullosa y poderosa Caja Rural de Toledo, que siempre fue segunda en su tierra y que ahora es la salsa sine qua non para el mejor guiso financiero en la región.
Empresarios, políticos, sindicatos o profesionales de toda condición apuestan por la bondad de un entendimiento entre su entidad y Globalcaja. El Gobierno ha metido la quinta a la operación y la presión está sobre los hombros de este financiero que adora los videojuegos, las máquinas pinball de los bares y salones de siempre, la familia, los libros de inteligencia emocional y las publicaciones económicas.
Mañana le conocerán un poco mejor a través de sus respuestas en la entrevista de encastillalamancha.es, de la que les adelantamos algunos contenidos.
Con Globalcaja o con cualquiera de los novios que llaman a las puertas de la Caja Rural de CLM para proponer matrimonio financiero, la norma de la casa es la misma, asegura el director general: «Abrir los cajones y ver lo que hay» por ambas partes. Sobre si conoce las intenciones del Gobierno regional de impulsar la fusión de las dos cajas rurales castellano-manchegas más importantes y la disposición de Globalcaja a la operación, dice que nadie ha hablado claramente con ellos sobre el particular, pero reconoce que «indirectas» han llegado y, en cuaquier caso, lo que tiene claro es que él no se va a mover, porque «si alguien necesita algo, que lo pida».
Presume de que las cuentas que la asamblea general de la entidad le acaba de aprobar valen su peso en oro o, utilizando sus propias palabras, «el balance de la Caja es oro macizo, de lo poquito bueno que hay en España en entidades financieras en este momento».
Una operación complicada, porque ya fallaron antes los acuerdos con Ciudad Real y Albacete, cuando la Caja la dirigía su padre, Rafael Martín Molero, a quien admira y cuyo modelo bancario basado en la prudencia sigue a pies juntillas. Los fracasos envenenaron las relaciones personales hasta el punto de hacer imposible cualquier conversación hoy.
Seguramente este hombre que aún no ha llegado a los 40 se debate entre el deber de preservar lo conseguido, la sana ambición de no dejar pasar el tren que llega a su puerta y la incertidumbre de no saber de quién se puede fiar en la partida que se le avecina y en la que seguramente todos ocultan algo.
Mucho tendrá que salir a la pequeña terraza -cuatro metros cuadrados, insiste- de su casa en el casco histórico de Toledo, «una sabia decisión de mi mujer», y en la que encuentra paz mirando al Valle.
De momento, respira satisfecho tras presentar a la asamblea general un balance con un 30 por 100 de crecimiento, un 2,3 de morosidad en tiempos de impagos y créditos fallidos y ratios de solvencia del 15 por 100, casi el doble del exigido por la ley.
La asamblea general acaba de aprobar, por no decir asentir, las cuentas de 2011, satisfecha del funcionamiento de una entidad pequeña, pero sana y muy solvente, que es una de las piezas más deseadas de su sector para hacer fusiones y crecer en buen músculo financiero. Víctor Manuel Martín presume de su decisión más criticada externamente, la apertura de nuevas oficinas mientras el sector financiero las cierra en toda Europa. Es más, la expansión es responsable de una buena parte del crecimiento del balance, porque asegura que «nos han recibido con los brazos abiertos en otras provincias».
Quizás su autodefinición explica los resultados y la personalidad de esta entidad, aferrada a la independencia. «A lo mejor somos como la aldea de irreductibles galos, una mota en medio de un gran imperio, pero resistimos holgadamente». ¿Una confesión de libro de estilo o un aviso a navegantes?
Quizás la lectura de la entrevista que publicaremos mañana les resuelva las dudas.
En ella también aclara que Caja Rural Castilla-La Mancha no necesita ni un céntimo de euro de esos 100.000 millones del rescate bancario aprobado en Bruselas para España. Aunque a Víctor Manuel Martín le llevan los demonios que tengan que pagar justos por pecadores y que las entidades sanas, que han cumplido la norma a rajatabla, tengan que acabar dotando operaciones que no concedieron de manera dudosa.
Y es que haber hecho los deberes sin perder la cabeza en pro de suculentos beneficios en tiempos de vacas gordas no es suficiente escudo frente a la granizada general, pero sí permite poder levantar la voz en un sector en el que muchos tienen bastante que callar: «Nos decían que no sabíamos ganar dinero y, ahora, ¿qué?».
También tiene claro que en el mundo sin alma de las grandes finanzas las cooperativas de crédito, como las cajas rurales, no deben olvidar su fin social. Por eso afirma que no cerrará oficinas por la única razón de que estén en un pueblo perdido y no sean rentables, que es lo que recomiendan los cánones de la moderna eficiencia bancaria. Cerrar una oficina en un pueblo pequeño y perdido sería como matarle, afirma, y eso en la Caja solo pasará «por encima de mi cadáver».
Este financiero atípico y sin pelos en la lengua también ha dado su opinión sobre los protagonistas de la actualidad castellano-manchega y mañana podrán leerlas en encastillalamancha.es.
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