El 14 de octubre amanecía en la ciudad de Toledo con el susto por el desprendimiento de un trozo de cornisa de 20 kilos de la torre de la Catedral.
Aunque el derrumbe tuvo lugar a una altura de 36 metros, afortunadamente en ese momento -eran aproximadamente las 7:30 horas de la mañana- no pasaba nadie por allí y no hubo que lamentar daños personales.
Media hora antes se había producido una pequeña y breve tormenta de aire y lluvia.
No tardaron en llegar los Bomberos de Toledo para asegurar y limpiar la zona, la cual quedó cortada al tráfico a lo largo de toda la mañana.
[ze_gallery_info id=»271088″ ]En el origen de este suceso -según los estudios realizados- estaba el agua de las lluvias caídas a lo largo de los años y la erosión y el deterioro de las juntas de las piedras de la torre. La acción del agua habría protagonizado pérdidas volumétricas en los paños y superficies de la zona inmediatamente inferior al plano de incidencia de la lluvia, además de erosionar y deteriorar las juntas de las piedras debido a la escorrentía (agua de lluvia que discurre por una superficie).
Como medidas preventivas para evitar nuevos derrumbes, el cabildo de la Catedral encargó a la empresa Geocisa -especialista en conservación y mantenimiento de Bienes de Interés Cultural- una inspección directa de las fachadas de la torre mediante el sistema de descuelgue vertical.
Humedades en el Transparente
Ya en el interior del templo primado, el agua de lluvia y la humedad provocaron igualmente deterioros en las pinturas de la zona más baja del Transparente, concretamente en el óculo o ventanal redondo. Los daños en el tejado de pizarra que recubre estas pinturas hicieron que la humedad fuese impregnando de humedad las paredes.
El deán de la Catedral de Toledo, Juan Miguel Ferrer, explicaba a encastillalamancha.es que uno de sus próximos proyectos será reparar los problemas de humedad y, a continuación, proceder a la restauración de las pinturas.
La restauración del «alma de la Catedral», la Sala Capitular
Además, en 2018 la Catedral de Toledo abordó la restauración de su Sala Capitular, construida por el cardenal Cisneros hace 500 años y que aglutina 125 metros cuadrados de pinturas al óleo sobre muro de yeso realizadas por Juan de Borgoña, obras que retornaron a su belleza original tras los repintes.
La restauración de la sala, que se acometió coincidiendo con el quinto centenario del fallecimiento de Cisneros, posibilitó cambiar la iluminación y la climatización, lo que ayuda a preservar las pinturas y el artesonado.
La principal dificultad del equipo restaurador fueron los repintes realizados en las pinturas de los murales, algunos hechos apenas 50 años después del trabajo que realizó Juan de Borgoña. Se llevaron a cabo labores de limpieza, eliminación de repintes y barnices que perturbaban las pinturas y la fijación del artesonado.
Considerada el «alma de la Catedral», la restauración de la Sala Capitular -que concluyó en otoño- costó cerca de 300.000 euros.
Y la luz volvió a entrar en la cripta
Debajo del Altar Mayor de la Catedral de Toledo, en 2018 abrió al público un espacio que ha estado cerrado durante cuatro siglos: la cripta central en la que se guardan los restos de Santa Úrsula. Lo hizo tras las obras de reforma y acondicionamiento realizadas.
Veía así la luz una nueva aportación patrimonial del templo primado, un lugar que habla de su historia, de su riqueza y de la leyenda que envuelve a una mártir santa, cuyo esqueleto comparte emplazamiento con obras del escultor Diego Copín de Holanda y del pintor Francisco Ricci.
Ocupando el epicentro de la Primada, durante años albergó diferentes reliquias y lo hizo hasta que el cardenal Quiroga mandó construir a finales del siglo XVI la sala de El Ochavo con el fin de reunir aquí todas las que se encontraban dispersas por la Catedral. Décadas después, ya a mediados del siglo XVI, en época del cardenal Pascual de Aragón, éste recibe de la duquesa de Feria los restos de Santa Úrsula, pertenecientes al papa Clemente XVI. El cardenal decide que el esqueleto -del que se conserva el cráneo (sobre una almohada y coronado con una diadema), el cuerpo y las extremidades- quede en una urna de madera y cristal, con el escudo cardenalicio, en el altar central de la cripta.
Frente al altar central, tres altares en semicírculo vigilan los restos: uno dedicado a San Julián; el central dedicado al Santo Entierro, con el grupo escultórico de Diego Copín y con Juan de Borgoña como autor de la policromía original; y un tercero dedicado a San Sebastián, con pinturas de Francisco Ricci.
Dos pasadizos laterales con sendos tramos de escalera dan acceso a este espacio abovedado en el que también destacan unas grandes rejas de hierro.