Hablamos de la muerte (por Covid-19), esa palabra que ha estado, y está aún, en nuestro vocabulario diario, como una pesadilla de la que parece que empezamos a salir gracias a la vacuna. O quizás sea, esa vacuna, la única esperanza ante tanto hartazgo…
El primer contagio que se conoció en Castilla-La Mancha fue en la provincia de Guadalajara. Era marzo de 2020, sí, ese maldito mes de ese olvidable año que cambió por completo nuestras vidas.
A lo largo de los últimos nueve meses y medio la muerte se cebó con nosotros. Por miles.
Y podrían haber sido más si no hubiéramos tenido héroes, la mayoría de ellos anónimos, quienes no dudaron en poner en juego sus vidas para que los demás tuviéramos pulmones para respirar. En ocasiones hasta nos prestaron los suyos…
He aquí algunos de ellos…
La jefa de la UCI que tuvo que decir que no y se le partía el alma…
Recuerdo la historia que, a mediados de julio, nos contó María José Sánchez Carretero, jefa de Servicio de Medicina Intensiva del Complejo Hospitalario de Toledo. La jefa de la UCI, donde llegaban los pacientes más graves. Cuando en pleno pico de la pandemia, entre finales de marzo y principios de abril, vivió situaciones que nunca hubiera imaginado. Y tomó situaciones duras… Muy duras. Llegaba a casa y apenas podía pegar el ojo, «solo dormía tres horas seguidas. Y al día siguiente me levantaba pensando en conseguir cómo conseguir camas, personal…».
Fue una historia real, llena de sentimientos, de verdad y de profesionalidad. Sí, porque los sanitarios tampoco son de hierro forjado, aunque lo parezcan. «Algunos somos más flojos, pero hasta el más fuerte ha tenido que llorar», nos decía.
En la UCI de Toledo pasaron de 30 a 84 camas, «no sabíamos ni dónde colocarlas». Recuerda, sobre todo, «dos semanas horrorosas. Llegabas al hospital y no dábamos abasto, estabas deseando que llegara el relevo».
Nos recordó, con emoción, cuál fue el momento más duro que vivió. «Han sido muchos. El que más recuerdo, por algo puramente personal, fue cuando me hicieron la petición de una cama para traerme a un paciente de otro área y tenerlo en la UCI. Me rogaron que me lo trajera porque quien me lo pedía sabía que no lo iban a ingresar en la UCI y confiaban más en nosotros. Pero fue imposible y fue horroroso, no pude…».
¿Se imaginan tener que tomar una decisión de esas características?
Cuando los farmacéuticos se vieron «solos ante el peligro»
«Han sido días complicados, muy difíciles», sobre todo las dos primeras semanas, cuando se sentían solos ante el peligro para «cubrir las necesidades de los compañeros».
Así nos lo explicó Francisco Javier Jimeno, presidente del Colegio de Farmacéuticos de Toledo, quien agotaba la batería del móvil tras hablar durante horas y horas recibiendo llamadas de axilio, pidiendo material de protección o buscando proveedores para abastecerse. Porque «cuando cerraron los centros de salud, el único agente que había en las poblaciones era el farmacéutico, ahí es cuando realmente vimos que estábamos solos en la trinchera».
Estremecedor fue también el testimonio de Paloma Moya, jefa del Servicio de Farmacia del Complejo Hospitalario de Toledo. «Lo peor era la incertidumbre de no saber si ibas a llegar a todos, no solo porque se incrementaba la actividad asistencial, sino porque nosotros íbamos siendo menos, porque se empezaron a contagiar compañeros y no se sustituía a nadie”.
Pero nunca olvidará la brisa de solidaridad que aflora cuando vemos el mal tan cerca, «vimos lo mejor de la gente, lo daban todo. No había horarios, ni sábados ni domingos y los que salían de una guardia y se iban a casa se ofrecían a ayudar con teletrabajo… Ese tesón, esa solidaridad y ese talento que ha aflorado ha sido muy bonito. Todo el mundo estaba dispuesto a hacer cualquier cosa, a cualquier hora, a ayudar al compañero».
«Lo mejor, la solidaridad de los vecinos», afirma la Policía Nacional
Se emocionan recordándolo y reviviendo su propio miedo para no contagiar a sus familias, separados de sus hijos o sin poder abrazarlos… A veces siendo presa del Covid, que logró atrapar a numerosos miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad. Con ellos también hablamos.
Ernesto Nogales, subinspector de la Unidad de Prevención y Reacción (UPR), habla en primera persona: “Cuando empezó el pico gordo de la pandemia caí enfermo, no sé dónde lo cogí porque en aquellos tiempos mi Unidad estaba viajando bastante. Fiebre muy alta, pérdida total de olfato y gusto y me confirmaron que tenía coronavirus… Aislamiento total en el domicilio, solo…”. Separado de sus hijos para protegerlos; familiares y amigos le llevaban la compra y la comida, con mención especial su sobrina enfermera en la UCI.
Recuerda que en la época dura de la pandemia, al principio, lo único que veía por la calle «eran ambulancias, ambulancias, ambulancias y coches fúnebres… Eso era muy triste”. Lo mejor, sin duda, “las muestras de solidaridad de vecinos que te veían y te paraban y te regalaban mascarillas.
O Noelia Sánchez, policía de la Brigada de Policía Judicial de la Comisaría Provincial de Toledo, dejó su tarea habitual para volver al uniforme y la patrulla, porque donde más gente se necesitaba era en la calle, “en seguridad ciudadana”.
Allí percibió el miedo, la angustia, la confusión de los primeros momentos ante la gravedad y la imprevisibilidad de la situación.
Sin olvidar a José Luis Soriano, subinspector jefe del Cimacc-091 (Centro Inteligente de Mando, Comunicación y Control) en la Jefatura Superior de Policía de Castilla-La Mancha, en Toledo, ha visto como se triplicaba «y más» el volumen de llamadas diarias, casi todas referentes a la pandemia, pero también las de «los servicios operativos comunes y habituales».
«Llamamos a un padre para notificarle la muerte de su hijo y…», el recuerdo de la Guardia Civil
Acompañar a «familias rotas» por una pérdida a causa de la Covid-19, velar por el cumplimiento de las medidas impuestas en el estado de alarma, e informar y ayudar a los ciudadanos en los momentos de máxima incertidumbre fueron algunos de los cometidos de la Guardia Civil durante los meses más duros de la pandemia.
El sargento Francisco Gabriel Izquierdo, de la Unidad de Seguridad Ciudadana Usecic; y el guardia Civil Francisco Javier Acedo. Ellos nos recordaron cómo se pasó de la «incertidumbre» de esas primeras semanas a los casos un poco «jocosos» como quienes se compraron un perro solo para poder salir, hasta los momentos más duros, como cuando el agente Acedo tuvo que comunicarle a un padre mayor que su hijo había fallecido por el maldito coronavirus y que no iba a poder asistir a su entierro.
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