La primera jinete sordociega en competir, Cristina Landete, volvió a emocionar y a ilustrar con su naturalidad y simpatía a un auditorio que tuvo a suerte y la oportunidad de escucharla. Fue en las III Jornadas «Rompiendo barreras en el deporte de Castilla-La Mancha», celebradas en el Auditorio de Tarancón.
Mar Gómez Illán, directora de ENCLM (organizador de las Jornadas), moderadora del coloquio, recordó que nació pesando 500 gramos. «Solo vivir era un reto y lo consiguió». Conforme crecía, perdía la vista, el oído y su equilibrio se vio afectado. Pero ella y Mari Ángeles, su madre, que siempre está con ella, no son de rendirse precisamente.
Con siete meses sufrió desprendimiento de retinas y se quedó ciega total.
¿Por qué la equitación? Cuenta Cristina que de pequeña, de tanto que lo era, andaba «como un pato mareado». Necesitaba equilibrio, y el caballo se lo daba, al tiempo que le permitía trabajar la parte inferior del cuerpo. Con tres años empezó a montar. Pero tenía miedo a todo, a las texturas, al pelo de los caballos, a la arena, a las plumas de los pájaros (su madre le compró una paloma), al algodón (su madre le compró un conejo), «a todo». No podía tocar nada. Pero el caballo le hizo además acostumbrarse a las texturas.
Con 11 años perdió el oído, gran parte del mismo. En ese momento quería competir, ya que ya llevaba unos años montando y veía a sus compañeras compitiendo. Lo hablaron con su entrenadora y lo hizo.
En su caso, ya que es sordociega, necesita voceadores en la pista y una mediadora en el centro de la misma. Cuando el juez suena la campana, ella la llama por la letra.
Ahora ya lo lleva muy bien con las texturas. Lo puede tocar todo. «Lo que sucedía de pequeña era que, como no veía, me dada miedo todo. Y las sombras también me daban miedo, como la sombra de una persona al sol, me quitaba de en medio, me dada miedo»