El 13 de marzo ya no hubo clases presenciales en Castilla-La Mancha. Era el preludio de lo que se avecinaba: el confinamiento de toda la población. Una suspensión de la actividad docente que hizo al sistema educativo reinventarse a marchas forzadas para continuar con la enseñanza, pero desde casa, en un año donde docentes y alumnos fueron claros protagonistas, en buena parte por la incertidumbre que surgió con la vuelta al cole.
Lio con la UCLM y aprendiendo desde casa
El 12 de marzo, cuando ya sentía la pandemia encima, el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, convocaba una rueda de prensa en la que informaba de que no se suspendían las clases a pesar de que en Madrid ya lo habían hecho desde el lunes. La UCLM se desmarcó y, sin consultar con el Gobierno regional, canceló las clases universitarias presenciales, algo que criticó Page en la rueda de prensa de esa mañana, pero por la tarde todo cambiaría.
El presidente Pedro Sánchez instó a mediodía a las comunidades autónomas a suspender las clases y la Junta lo anunció por la tarde. Era la antesala de lo que conoceríamos al día siguiente, el viernes 13 Sánchez anunciaba el estado de alarma y el confinamiento domiciliario de toda la población. Una fecha que a buen seguro pasará a la historia.
Pero retomando el hilo educativo, desde el viernes 13 las clases fueron desde casa. Todo un reto para el sistema educativo. El primer escollo a salvar, la brecha digital. La Consejería de Educación comenzó a movilizar material para que los alumnos pudiesen seguir la actividad docente desde casa. Así, desde el mes de abril se comenzaron a repartir tablets, ordenadores y tarjetas 4G.
Una vuelta con incertidumbre y sin trasparencia
Fue el tema del verano. Mientras germinaba la segunda ola, durante todo el mes de agosto prácticamente no se habló de otra cosa: la vuelta al cole. La incertidumbre planeo sobre todo el colectivo educativo. Los más pesimistas pensaron que solo durarían los colegios abiertos unas semanas, pero lo cierto es que la vuelta cumplió las expectativas y, a pesar de que hubo y sigue habiendo que cuarentenar clases, la actividad docente se ha podido ir desarrollando.
Unas primeras semanas en las que iban apareciendo casos poco a poco por toda la geografía regional hasta superar las 100 clases confinadas en las dos primeras semanas abiertos. Pero, aunque ese cifra parezca alta, ningún centro fue cerrado en esos primeros pasos y no sería un tiempo después cuando llegaría el cierre provisional del Instituto de Educación Secundaria (IES) «Juan D’Opazo», de Daimiel (Ciudad Real).
A pesar de la demanda de información, desde el Gobierno regional se limitaron a confirmar los casos que iba conociendo la prensa, pero en en esas primeras semanas no se informó del número total de clases que estaban afectadas. En algunas ocasiones, tanto la consejera Rosana Rodríguez como el presidente Emiliano García-Page, informaron del porcentaje de alumnos que estaban confinados, que nunca fueron más del 1 por 100, pero en ocasiones esos pequeños porcentajes significaban que miles de alumnos estaban en cuarentena en esos momentos.
El único dato sobre clases confinadas lo hizo público el viceconsejero de Educación, Amador Pastor, el 17 de noviembre, cuando aseguró que había 69 clases confinadas en toda la región, el 0,38 por 100 de total.
El regreso, un «éxito»
A pesar de los casos y los contagios que se han detectado en los centros educativos, las autoridades han calificado este regreso a las clases presenciales como un «éxito». Desde la ministra Celaá, pasando por la consejera Rodríguez o el presidente Page todos han coincidido en que ha sido una buena decisión la vuelta a la presencialidad. También los sindicatos coincidían en que eran necesario, pero estos han reclamado más medidas como bajadas de ratios e instalación de filtros y otras medidas que no se han llegado a desarrollar.
Pero lo cierto es que la vuelta al cole ha sido positiva por varios motivos. Los centros educativos también han servido como «instrumento de prevención», tal y como recordaba Rosana Rodríguez, puesto que aseguraba que la escuela no era un «vector de contagio», sino que servía para «detectar casos importados de fuera».
Pero sobre todo para lo que ha servido para recuperar, aunque sea un poco, la vida que muchas familias tenían antes de la pandemia.
Si ya era complicado conciliar antes de la pandemia, con los niños sin acudir a la escuela la tarea habría sido mucho más compleja y, de este modo, se ha podido completar un pasito más en la vuelta a la normalidad, aunque todavía quede tiempo para ello.