Lo menos que se podía esperar de los habitantes de la isla italiana de Lampedusa -tristemente famosa estos días por la muerte de más de 300 inmigrantes africanos sin documentación, que pretendían llegar a ella en busca de una vida mejor- es que recibieran con abucheos y protestas al presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, y al primer ministro de Italia, Enrico Letta, durante la visita que ambos han realizado el lunes 7 de septiembre para mostrar allí sus condolencias, hacer promesas y pronunciar sentidos discursos. Y así los han recibido.
«Asesinos», les gritaron algunas de las personas que esperaban su llegada en el pequeño aeropuerto para protestar ante ellos; «vergüenza», dijeron otras, resumiendo en esta rotunda palabra lo que siente buena parte de la ciudadanía de esta Europa que no es la de los ciudadanos sino la de los mercados ante su impasible actitud. El mandatario de la Unión Europea y el de Italia no son, desde luego, responsables de la muerte de esos inmigrantes ni de la de otros muchos que se han ahogado en tragedias anteriores, también en su desesperado intento de alcanzar una vida mínimamente digna y humana. Pero son responsables políticamente, en la parte que les corresponde, de que ni Europa ni, en este caso, el Gobierno italiano hayan sido capaces de adoptar medidas concretas para frenar esta sangría de vidas humanas.
NIÑOS QUE EMBARCARON SOLOS
Basta leer o escuchar las informaciones que han difundido en la última semana los medios de comunicación para estremecerse. «Están todos pegados unos a otros. Hay pilas de hombres y mujeres en la bodega del pesquero», decía uno de los buzos que ha participado en el rescate del centenar largo de cadáveres que permanecían en el fondo del barco. De los 518 sin papeles que iban a bordo, tras pagar importantes cantidades a los mafiosos que se dedican a este negocio criminal, hubo 155 supervivientes; de éstos, 40 son niños de entre 11 y 17 años que viajaban solos y que necesitan tratamiento psicológico porque están traumatizados, según la ONG Save the Children.
¿Qué vida llevarán y cuánta desesperación habrán acumulado en sus países africanos de origen las madres que, pese a saber que peligra seriamente su vida en el viaje, se arriesgan a embarcar con sus bebés o embarazadas en una patera rumbo a las costas españolas o en un viejo barco lleno de remiendos con destino a Lampedusa?
SOLO BUENAS PALABRAS
El aldabonazo en las conciencias de los mandatarios europeos ha sido en esta ocasión más fuerte simplemente porque el número de muertos es notablemente superior al de otros naufragios: 302 cuerpos sin vida habían sido rescatados hasta el miércoles 9 de septiembre y aún había más de 70 sin localizar. Pero ni siquiera la magnitud de la tragedia ha sido suficiente para que los 28 países de la Unión Europea hayan sido capaces de ponerse de acuerdo para adoptar medidas concretas encaminadas a acabar con este drama humano.
La Comisión Europea les ha propuesto poner en marcha una gran operación para reforzar la vigilancia de las fronteras en los países africanos, con el fin de evitar la salida de pateras y de barcos clandestinos, y también establecer un plan de salvamento en los casos de naufragio. Su respuesta ha consistido únicamente en buenas palabras: los 28 ministros de Interior, reunidos en Luxemburgo, han sido incapaces de concretar cuánto dinero van a aportar para poner en marcha esas iniciativas ni en qué plazo se podrían llevar a cabo. O, lo que es lo mismo, que todo se queda en promesas y gestos de buena voluntad. Europa, una vez más, está al pairo, sin hacer nada.
EL HAMBRE DESESPERA
El hambre produce desesperación. ¿Todavía no saben los gobiernos de la Unión Europea que mientras no ayuden a desarrollarse a los países más pobres de África, en muchos de los cuales la gente muere de hambre a diario, continuarán los intentos desesperados de llegar a Europa, aunque sea en barcazas de plástico?
El Papa Francisco, ese hombre que está removiendo los cimientos de la jerarquía de la Iglesia Católica con el aplauso de millones de cristianos de todo el mundo, lo dijo muy claramente en cuanto conoció la tragedia: «Sólo me viene la palabra vergüenza, es una vergüenza», afirmó. Los vecinos de Lampedusa -un territorio de solo 20 kilómetros cuadrados de superficie y menos de 6.000 habitantes, pese a ser la isla más grande del archipiélago de las Pelagias, que es el objetivo de muchos inmigrantes porque se encuentra a 113 kilómetros de las costas de Túnez- también se lo han dicho a los mandatarios europeo e italiano: «vergüenza».
Entre tanto, mientras en el centro para refugiados de esa isla se hacinan en condiciones miserables más de 1.000 inmigrantes, en un espacio previsto solamente para 300, los países de la UE siguen debatiendo si están dispuestos a aportar dinero para poner en marcha esas propuestas de la Comisión Europea, e incluso algunos ya han dicho que no están por la labor. ¿Cuántos inmigrantes sin documentación morirán antes de que ellos adopten una decisión, en busca de una libertad llamada Lampedusa o hacia las costas andaluzas o canarias de España? Tienen razón el Papa y los vecinos de la isla italiana: ¡qué vergüenza!
Y EN CASTILLA-LA MANCHA…
¿En qué quedamos? El consejero de Educación del Gobierno de Castilla-La Mancha, Marcial Marín, asegura que la Universidad regional es la mejor tratada por su consejería en los presupuestos para el próximo año, y que la Junta ha pagado religiosamente a esa institución más incluso de lo que era su obligación, incliuyendo las deudas que había dejado el anterior Ejecutivo socialista.
Sin embargo, el Consejo de Gobierno de la Universidad castellanomanchega ha acordado iniciar acciones legales contra la Junta que preside María Dolores de Cospedal para reclamar una deuda que estiman en 83 millones de euros. Las cuentas no cuadran y es urgente que el consejero comparezca en las Cortes regionales, tal y como ha solicitado, para aclarar esta contradicción… si es que existe una aclaración convincente.