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lunes, 25 de noviembre de 2024
Las broncas en el Congreso suben de tono y llegan a los insultos - 20 diciembre 2018 - Madrid
Agustín Yanel Agustín Yanel

Cuanto más crispada está la vida política, y en la actualidad lo está mucho, más insultos, groserías machistas y descalificaciones personales se escuchan desde algunos escaños del Congreso durante las sesiones del pleno. A algunos diputados se les calienta la boca demasiado con facilidad y gritan sus exabruptos desde el escaño mientras interviene algún adversario político en la tribuna de oradores. Deberían controlarse, porque no dan buen ejemplo cuando se comportan en el Parlamento como si estuvieran en un bar o en una tertulia de televisión, de esas en las que a quien grita más que quien está enfrente le llaman más veces para participar en el programa.

El miércoles 19 de diciembre, durante la sesión de control al Gobierno, la vicepresidenta del Ejecutivo, Carmen Calvo, respondía a una pregunta de la portavoz del PP, Dolors Montserrat. Afirmó que, después de 40 años, vivimos en «una democracia madura» y, en ese momento, un diputado del PP comentó desde su escaño: «Tú sí que estás madura».


El PSOE protestó posteriormente, recordó que éste no es un caso aislado sino que se producen frecuentes insultos machistas desde la bancada «popular» dirigidos a su portavoz, Adriana Lastra, y a otras diputadas socialistas, y pidió al presidente del PP, Pablo Casado, que tome medidas. No les van a hacer ni caso.

La diputada que gritó «¡que se jodan!»

El 11 de julio de 2012, la entonces diputada del PP Andrea Fabra se convirtió en noticia en todos los medios de comunicación y la frase #andreafabradimision fue el tema más comentado en las redes sociales. Y no logró ese récord por su trabajo en el Congreso, que hasta entonces era bastante desconocido por la ciudadanía, sino porque Mariano Rajoy anunció en el pleno que el Gobierno iba a aprobar recortes en las prestaciones por desempleo, para evitar abusos de los parados, y ella lanzó entonces un sonoro «!que se jodan!». Después dijo que con esa frase no se refería a los parados, sino a los diputados socialistas que gritaban desde sus escaños. Pero lo cierto es que el presidente de la Cámara la reprendió y su partido la amonestó, por escrito y sin ninguna consecuencia para ella, eso sí.

La presidenta del Congreso, Ana Pastor, llama la atención a sus señorías en reiteradas ocasiones, cuando sus comentarios en voz alta desde los escaños alcanzan tal volumen que impiden escuchar a quien está hablando desde la tribuna. El 21 de noviembre último expulsó del hemiciclo al diputado Gabriel Rufián, de ERC, quien dijo a Josep Borrell que es «el ministro más indigno de la democracia, una vergüenza», y le llamó «fascista». No fue expulsado por pronunciar esas palabras, sino porque se mantuvo de pie en su escaño y haciendo aspavientos con las manos mientras el ministro intentaba responder a su pregunta. La presidenta le llamó tres veces al orden sin que hiciera caso y, tal como indica el Reglamento de la Cámara, a la tercera llamada de atención le ordenó que abandonara el pleno.

La regañina de Ana Pastor

Tras ese enfrentamiento, Ana Pastor se dirigió a los diputados: «Esta es la casa de la palabra, pero la palabra no se puede utilizar por ninguno para insultar». […] «Estamos demostrando, especialmente en el pleno del miércoles, que no utilizamos bien la palabra que nos han dado los españoles para representarles y tampoco utilizamos bien nuestro modo de estar, porque no solo hay insultos verbales en este hemiciclo, hay falta de respeto a la Presidencia, hay actitudes que son absolutamente impresentables».

Esos son solo unos ejemplos, pero con frecuencia hay algunos diputados que traspasan la línea de la crítica o el comentario inoportuno para entrar de lleno en la descalificación personal e incluso el insulto.

Es lógico y habitual, porque es su obligación, que los parlamentarios de los partidos de la oposición critiquen al Gobierno, que el presidente y los ministros les critiquen a ellos y que los diputados de un partido no ahorren críticas hacia sus adversarios cuando discrepan de sus planteamientos. Se puede aceptar que los miembros de un Parlamento hagan algunos comentarios desde sus escaños, siempre que no impidan que se escuche a quien habla en ese momento.

Lo que no se debe tolerar nunca a los representantes de la ciudadanía son los insultos, las frases machistas o las descalificaciones hacia un adversario no por su actividad política sino por alguna característica de su persona. Sus señorías, no todas sino esas a quienes se les calienta la boca con tanta facilidad, deberían morderse la lengua antes de pronunciar algunas palabras desde su escaño. Seguro que la ciudadanía se lo agradecería. Y mejorarían la mala imagen que tiene la sociedad de una actividad tan necesaria como es la política.

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