¡Qué difícil es encontrar la línea que separa la alarma de la concienciación social! La denuncia de la sospecha generalizada. Los justos términos de la sinrazón. El acoso sexual es un terreno que se presta a todos los extremos y sobre el que toda sensibilidad es poca. Pese a ello, creo que lo peor de todo es pecar por defecto de silencio que por exceso de palabras.
Tantos años de silencio con las situaciones de acoso han provocado una reacción que creo que puede llegar a desvirtuar el grave problema que es y situar su foco solo en un escenario. Y a lo mejor no precisamente donde se dan los casos de las mujeres más indefensas.
Aplaudo la decisión de las mujeres que en Hollywood, en España o en otros lugares del mundo han decidido contar que fueron acosadas y violentadas por productores o magnates que quisieron sus favores sexuales a cambio de darles la oportunidad que buscaban o simplemente trabajo en el difícil mundo del séptimo arte.
Acoso sexual fuera del escenario
Aplaudo el “Me too” y me conmueve el discurso de Oprah Winfrey. Valoro tantas y tantas intervenciones que en las últimas galas del mundo del espectáculo denuncian una situación callada durante años y con la que han cargado una gran parte de las mujeres, víctimas de la violencia machista y de género que se perpetúa dentro del hogar y fuera de él.
Pero… No perdamos la perspectiva. Millones de mujeres son víctimas de acoso sexual para conseguir un simple empleo de limpiadora. No hace falta tener un cuerpo escultural ni aspiraciones a actriz para que un depredador caiga sobre una mujer.
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Esta forma de violencia de género puede afectar a cualquier mujer. Las más famosas del mundo lo han demostrado con su testimonio. Pero seguramente sean más las que siguen amordazadas por el miedo y la necesidad en platós de la vida menos glamurosos. Muchas mujeres siguen hoy en garras de acosadores. En silencio.
Callaron las víctimas de la escena que hoy hablan. Pero muchas otras mujeres agraviadas siguen amordazas porque sus vidas no les permiten levantar la voz. Porque no tienen detrás el respaldo de la fama ni los focos. O porque siguen siendo víctimas y presas de la misma situación que les dejó a merced de las manos de los miserables que acosan aprovechándose de la necesidad o la vulnerabilidad ajena.
Casos que han llenado ríos de tinta, como lo destapado en el juicio por la violación de una joven en Pamplona o las barbaridades denunciadas este mes por una estudiante de la Universidad de Castilla-La Mancha, tras ser avisada de los términos en que se referían a ella otros miembros del campus de Albacete, evidencian que queda mucho por hacer. En todas partes. A todas las edades. En todos los segmentos.
Estremece pensar que jóvenes excluidos socialmente, carne de cañón desde su más tierna infancia, víctimas de todo tipo de violencias puedan llegar a escribir en un charla frases como «¿Nuestro oficio es violar?»… Pero aterra comprobar que lo puesto en el chat de Albacete lo hayan escrito jóvenes universitarios que nada tienen que ver con los perfiles de la exclusión, la marginación o cualquier otra explicación para una conducta tan fuera de los principios morales y sociales que hoy deben regirnos.
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