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27/03/2014junio 9th, 2017
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No se me ocurre mejor manera de rendir homenaje de admiración y gratitud a Adolfo Suárez que poniendo su nombre en mayúsculas en el titular de este artículo. Como española y como periodista lo considero un acto de justicia y creo que así es como pasa a la Historia de España este hombre, con mayúsculas y con pasaporte a la galería de los mejores políticos españoles de todos los tiempos. 

Suárez prendó a España, que se enamoró de él y luego lo abandonó a su suerte y lo trató con despecho aunque, finalmente, se volvió a rendir y lo está despidiendo en medio de una ola de cariño y agradecimiento que tardará mucho en volver a repetirse con cualquier otro expresidente del Gobierno. 


Se hizo cargo de un país abierto en canal políticamente, arruinado, analfabeto en democracia, plagado de intrigas, conspiradores y golpistas, con elefantes del franquismo incapaces de irse y con jóvenes progres deseando llegar, a veces a cualquier precio. Esa fue la herencia que él recibió, pero como el hijo sabio de la parábola de los talentos y eligiendo rodearse de las personas adecuadas para las tareas más difíciles, pudo enjaretar la crisis con los Pactos de la Moncloa; instauró una democracia plena coronada por la Constitución que más estabilidad, paz y prosperidad ha traído a España; se enfrentó con dignidad a los golpistas del 23-F hasta dejarlos como seres ridículos ante la historia mientras se acrecentaba su figura… Sus méritos son incontables y muchos los cuentan estos días con más conocimiento y oficio que yo.

Yo, hoy, solo pretendo darle las gracias como española que ha podido vivir en libertad y en paz gracias a su obra política, anclada en la personalidad de un hombre irrepetible en muchas décadas. Por los gestos, las palabras, el talante que queda patente en los testimonios rescatados estos días pareciera que las cosas eran fáciles. Porque con él parece fácil lo que era casi imposible, llevar a buen puerto a la convulsa España de la Transición.

¿Que no era perfecto? ¡Claro! En tal caso hubiera sido inhumano y él desbordaba humanidad. Y, la democracia española aún no ha sido capaz de parir otro con su liderazgo y su carisma. En mi humilde opinión.

Su figura política se asentaba sobre una personalidad arrebatadora, que los que le conocieron relatan como una mezcla de valentía, generosidad, dignidad, coraje, simpatía y carisma. Antes que el político fue el hombre. De eso estoy segura, porque se lo oí contar a su hijo, Adolfo Suárez Illana.

No tuve el honor de conocer personalmente a Adolfo Suárez, solo le vi una vez como periodista en prácticas en un mitin y una rueda de prensa en los últimos tiempos del CDS. Pero sí tuve el placer de escuchar a su hijo hablar de él. Y no se me ocurre un testimonio mejor ni más directo del ADN de Adolfo Suárez que el que pude escuchar alguna vez del depositario de su memoria. Sí, porque a Adolfo Suárez Illana le contaba todo a su hijo, siempre, en cada momento, para que un día, ojalá lo haga, lo transmita él. No, la memoria de Suárez no está perdida, la guarda, muy celosamente, su hijo.

Por la adoración, la devoción y la admiración que plagaban los recuerdos que le asaltaban de su padre en sus conversaciones más espontáneas, supe que el hombre que yo conocía por los libros de historia reciente era aún mejor.

Recuerdo una acalorada conversación con Adolfo. Con la apasionada franqueza que nos caracteriza a los dos, confrontamos opiniones sobre política, periodismo y poder. Yo le echaba en cara que el poder transforma y que saca de los hombres lo peor. Él me dijo: «No es el poder, son las personas; los que han fallado ya eran así, el poder no cambió a mi padre; al contrario». El relato de quienes han convivido en Moncloa con todos los presidentes de la democracia así lo confirma. Secretarias o asistentes del palacio relatan con claridad que la familia Suárez fue la más normal, sencilla y respetuosa de cuantos inquilinos han ido pasando por el edificio que simboliza el poder político en España.

No cayó nunca en el rencor ni en la venganza y bien que se lo hubiera podido permitir, a tenor de cómo España engrandecía su figura con el tiempo mientras empequeñecía la de todos sus sucesores. Siempre trató al rival como a un adversario y no como a un enemigo. Se ha ido un gran político pero, sobre todo, se ha ido un gran hombre. Sin sus cualidades humanas no hubiera podido acometer la obra que nos entregó a todos.

Los españoles le adoraron en cuanto le conocieron porque querían ser como él. Luego… Pero ahora…

Hoy, que todos se deshacen en elogios, acabo esta columna con las palabras de Alfred Boch, portavoz de ERC en el Congreso, que no es santo de mi devoción, pero que me parece que tiene mucha razón cuando poco después de su muerte escribió en twitter: «Los que tanto lo adulan podrían emularlo más». Y una frase de su amigo Fernando Ónega: Adolfo Suárez ha sido el hombre adecuado en un momento clave de España… Que cunda el ejemplo y no se pierda su memoria».

Gracias, presidente Suárez. Un abrazo, Adolfo.

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