Habrá quien se haya sorprendido por el cambio de opinión del líder de Ciudadanos, Albert Rivera, respecto al reparto de los cargos en la Mesa del Congreso de los Diputados. Él había criticado mucho a los partidos que hablaban de los sillones hasta que, llegado el momento, ha hecho exactamente lo mismo que otros para conseguir dos puestos que no correspondían a su partido en ese órgano de la Cámara Baja. Vivir para ver.
La Mesa del Congreso es un órgano muy importante porque dirige y organiza el trabajo parlamentario, decide qué asuntos de los que proponen los partidos son tramitados, elabora y controla los presupuestos de la Cámara y tiene otras competencias. Por eso, al inicio de cada legislatura siempre hay tiras y aflojas para negociar qué grupos parlamentarios deben estar representados en ella y en qué proporción.
A Ciudadanos, con 32 diputados, no le correspondía ningún puesto en la Mesa. Pero Mariano Rajoy y Albert Rivera han negociado que ocupe dos de sus nueve sillones: la Vicepresidencia primera y la Secretaría cuarta. Demasiada presencia para la cuarta fuerza política del Congreso, dicen en otros partidos.
«A CAMBIO DE TUS VOTOS YO TE DOY…»
Rivera y su gente dicen que, a cambio de tener esos dos puestos, no van a modificar su posición de rechazo a Rajoy: en la primera votación del debate de investidura votarán no; en la segunda se abstendrán, para facilitar que sea investido presidente aunque no les gusta, con el fin de que se pueda constituir el nuevo Gobierno. Pero hay quien sospecha que, cuando llegue la hora de apretar el botón para votar, los 32 diputados de Ciudadanos presionarán la tecla del «sí». Algo así como «a cambio de tus votos yo te doy… dos puestos en la Mesa».
No es negativo, sino todo lo contrario, que la Mesa del Congreso sea lo más plural posible en su composición y que estén representados en ella cuatro partidos: PP, PSOE, Unidos Podemos y Ciudadanos. Lo que sí está mal, porque es una flagrante contradicción, es que un político diga una y otra vez una cosa y después haga lo contrario y, además, busque torpes argumentos para intentar justificarlo.
En el caso de Albert Rivera no es ése el único asunto en que ha dicho una cosa y luego ha hecho otra distinta. También había afirmado reiteradamente que la Presidencia del Congreso debería recaer sobre una persona que no pertenezca al partido del Gobierno, y por eso votó al socialista Patxi López en la anterior legislatura; pero ahora, por el contrario, no ha tenido inconveniente en apoyar a Ana Pastor, del PP -que ha sido una buena ministra de Fomento y seguramente será una buena presidenta-, a cambio de lograr dos puestos en la Mesa para Ciudadanos. Y habrá que ver si esa es la única contrapartida.
SOLO LA «GENTE NACIDA EN DEMOCRACIA»
En la campaña para las elecciones autonómicas y municipales de 2014 Albert Rivera dijo que la regeneración democrática en España debería encabezarla «gente nacida en democracia y sin las mochilas de corrupción política», es decir, menor de 40 años.
No tuvo en cuenta, quizá porque en su partido no le facilitaron los datos, que la gran mayoría de la dirección de Ciudadanos y de los números uno de sus candidaturas superaban esa edad. Ante el revuelo que provocó semejante ocurrencia, tuvo que rectificar sus propias palabras.
Rivera, un político que no es mal valorado en las encuestas, lidera un partido que ya ha comenzado a padecer las consecuencias de su repentina constitución fuera de Cataluña, para poder presentarse a las elecciones en toda España. En solo seis meses ha perdido ocho diputados y ha sufrido crisis en varias comunidades autónomas, entre ellas Castilla-La Mancha.
Se presenta como modelo de la nueva manera de hacer política, para regenerar la democracia en España y combatir la corrupción, pero en este comienzo de legislatura ha sido un buen ejemplo de que la nueva política actúa en algunas cosas -no en todas- como la política más tradicional. Pablo Iglesias, líder de Podemos, también lo es, aunque desde posiciones ideológicas opuestas. Ahora, a esperar.