Analistas, encuestadores, políticos y expolíticos, banqueros, brokers, empresarios y colectivos de todo pelaje se devanan los sesos tratando de influir en la solución, o al menos adivinarla y posicionarse lo mejor posible. Pero el sudoku en el que se ha convertido la política española es una prueba de dificultad alta y complicado desenlace.
En este laberinto cualquier salida conduce a un nuevo enredo de imprevisibles consecuencias.
No solo es difícil llegar a un final feliz que nos saque del atolladero, sino que también es un obstáculo más la posición que tienen los principales actores. Quizás es eso, la debilidad del reparto, por distintos motivos, lo que hade tan difícil la resolución del problema. España se ha visto ante inciertos panoramas en numerosas ocasiones, desde luego el escenario en la Transición no era mucho mejor, pero los actores sí. Y eso hizo que aquel sudoku se resolviera bien, mientras en estos momentos aún estamos en la casilla de salida.
El papel principal le corresponde al PP, partido que ha ganado las elecciones y que debería estar protagonizando todas las noticias sobre la formación del Gobierno. Pero el Partido Popular está cercado por casos de corrupción que afectan a sus principales graneros de votos y hasta a su propia sede. La corrupción hace del PP un partido tóxico con el que nadie quiere juntarse y la inacción de su líder, Mariano Rajoy, limita considerablemente la empatía necesaria en cualquier negociación.
El PSOE, como segundo clasificado, jugaba un papel de suplente en el partido. Pero las circunstancias lo han puesto de titular. “Pedro, calienta que sales”, se ha dicho a sí mismo el líder socialista, a quien el instinto de supervivencia ha empujado a una huida hacia delante que nadie sabe cómo acabará, aunque muchos temen lo peor. “Pedro Sánchez: O césar o nada”, suelen decir los analistas. El PSOE no es un partido tóxico, aunque lo fue y mantiene en Andalucía una mancha importante, pero es una organización dividida y hasta ahora los españoles han castigado más las diferencias internas que la deshonestidad. Sánchez ha demostrado tanto coraje como temeridad y aunque la audacia suele llevar a la victoria nadie saben determinar con certeza aún si la estrategia del líder del PSOE es alto riesgo o suicidio.
Podemos, el tercero en discordia. Nunca mejor dicho lo de discordia porque el partido de Pablo Iglesias parece buscar más la destrucción del PSOE que la gobernabilidad del país. Es como el pescador que se frota las manos ante el río revuelto, pensando que cuanto más agitadas bajen las aguas más peces caerán en sus redes. Más dados al efectismo político y al show televisivo que al rigor que exige la vida institucional, los «morados» solo han pedido sillones para llegar a un acuerdo y han dejado a la vista que su combinación de siglas es más inestable de lo que parecía. Ada Colau amenaza con hacer a Pablo Iglesias en Cataluña lo que éste le ha hecho a IU en España y se propone repetir con el PSOE, fagocitarle. Además, los gallegos y los valencianos negociarán por su cuenta si así las va mejor.
El cuarto de la fila, Ciudadanos, disfruta las mieles de ser el menos expuesto, así que su desgaste es menor. Es el partido más unido, la marca que los grandes quieren sumar a la suya, el que mejora la imagen del PP o del PSOE si se pone a su lado, pero su cosecha de escaños es insuficiente para hacer frente al invierno político que tendría que atravesar el próximo Gobierno.
Así las cosas, lo único cierto es lo que quedó claro el 20-D: que cualquier solución necesita de tres actores y que todas las salidas conllevarán que todos hagan sacrificios y renuncias. Todas las soluciones posibles dejarán algo de sabor amargo en quienes las firmen y también en sus votantes, porque nadie podrá salirse con la suya al completo, ni con elecciones ni sin ellas.
No es el momento de buscar la plena satisfacción de nadie, sino lo mejor para España, cueste lo que cueste a quienes les cueste.