¿Alguien sabe qué va a pasar el 20-D?… Escribídnoslo, por favor.
Porque yo solo veo dos cosas ciertas en las encuestas. La primera de ellas, y la más importante, es que nada hay cierto de cara al resultado de las elecciones generales del 20 de diciembre. Cada muestra da una probabilidad nueva, un susto mayor a casi todos los partidos, sobre todo al PP, el que más tiene que perder, porque es el que ostenta el poder en el Estado.
La segunda conclusión cierta que arrojan los estudios de opinión que se suceden es que habrá una gran participación, lo que aún hace más incierto poder pronosticar con exactitud qué va a pasar. Porque ya no votan solo los de siempre, sino los que no lo hacían por desgana, por falta de confianza en los partidos tradicionales, por estar fuera del sistema, por edad, o por cualquier otra razón.
No es fácil saber qué van a votar exactamente los que nunca lo hicieron. Y es que, aunque entre los integrantes de este grupo de nuevos electores hay una ventaja clara para los nuevos partidos, cuando se habla de que la victoria y los pactos para el futuro gobierno pueden ser posibles o imposibles por décimas la incertidumbre se acrecienta.
Además, los que siempre votaban ya no votan igual. Son en gran medida imprevisibles. Antes se pasaba del descontento con tu opción a la abstención. Ahora hay nuevas formaciones que recogen con brío a los desencantados. Y estos varían de opción de un mes para otro, como poco.
Lo que valía hace un año ya es historia incumplida. Lo que se leía hace seis meses ya no existe. En el firmamento actual solo emerge un estrella, Albert Rivera. ¿Lo hará durante el tiempo necesario para cumplir con sus objetivos el 20-D? Cuentan los cronistas que en la recepción ofrecida por los Reyes de España el Día de la Hispanidad, el líder de Ciudadanos era el más solicitado. También lo fue en su momento Pablo Iglesias y ahora su aura parecer apagarse con los mismos pasos agigantados con los que se encendió.
Así las cosas, solo se puede confesar con impotencia que no se sabe nada, aunque yo de todo ello sí que extraigo una conclusión cierta: no era la política la que no interesaba, sino los políticos desconectados de la realidad a bordo de partidos que trataban a los ciudadanos como ganado proveedor de papeletas.
Los nuevos partidos tendrán más fácil subir, porque no tienen pasado y por lo tanto nadie ha de perdonarles, ni olvidarles nada aún. Pero también tendrán más fácil caer en cuanto fallen.
Los viejos partidos solo podrán sobrevivir cambiando de verdad, no basta con nuevos rostros en las tertulias. Tienen en su contra los errores, peor a favor la experiencia y el conocimiento del país.
Todo es posible, pero todo es incierto. A este paso, el futuro inmediato de la política española va a resultar más fácil de desentrañar para la imaginación de un guionista que para la sociología electoral.