Hace ya tiempo que el Congreso de los Diputados, el órgano constitucional encargado de aprobar leyes para que mejore la vida de la ciudadanía, se parece a un plató de televisión. Ayer, 21 de noviembre, quienes siguieran la habitual sesión de control al Gobierno de los miércoles pudieron comprobar que hubo momentos en que el Pleno parecía más una bronca de los lamentables programas de telebasura que un debate entre representantes de la soberanía popular. ¿Y así quieren que la ciudadanía recupere la confianza en la política?
Al diputado Gabriel Rufián, de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), le tocaba preguntar al ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell. Pero antes advirtió a la bancada de Albert Rivera: «Cada vez que Ciudadanos nos llame golpistas (como hace el partido naranja cuando habla de los independentistas catalanes), les llamaremos fascistas», dijo. A continuación arremetió contra Borrell. «Llevo tiempo queriendo decirle esto: usted, y míreme bien, es el ministro más indigno de la historia de la democracia española. Usted no es un ministro; usted es un hooligan, usted es un militante de Sociedad Civil Catalana, una vergüenza para su grupo parlamentario, más que nada porque es una organización de extrema derecha», afirmó.
Hubo protestas en voz alta de algunos diputados, rumores y comentarios desde los escaños y reiteradas peticiones de silencio por parte de la presidenta del Congreso, Ana Pastor. Finalmente, el ministro pudo contestar a Rufián: «Yo creía que iba a tener la ocasión de intercambiar con usted argumentos sólidos sobre política exterior, pero ya veo que no se trata de eso. Una vez más, señor Rufián, ha vertido usted sobre el hemiciclo esa mezcla de serrín y estiércol, que es lo único que usted es capaz de producir». Fue aplaudido por los diputados del PSOE y Ciudadanos, puestos en pie, y también por los de PP.
Expulsado del Pleno del Congreso
Rufián se puso en pie con los brazos abiertos, aunque en ese momento no debía hacerlo porque tenía el uso de la palabra el ministro Borrell para acabar de responderle. La presidenta le pidió silencio, él seguía hablando desde el escaño, ella le llamó al orden, volvió a decirlo y, al hacerlo por tercera vez, le expulsó del hemiciclo tal y como establece el reglamento de la Cámara. Sus compañeros de ERC se marcharon con él. Josep Borrell dijo después que otro diputado de ERC le había escupido cuando salía y pasó frente a él, algo que Joan Tardá negó en nombre de todos los diputados de ese grupo.
Después se ha discutido si un diputado de ERC escupió al ministro o no, si fue solo un amago, si esto o lo otro… En el caso de que eso haya ocurrido, es una guarrería y una evidente falta de respeto y educación, pero no es lo más importante en este caso. Lo grave de verdad es que mientras sus señorías discuten sobre estas cosas y algunos montan su numerito no se dedican a aquello para lo que han sido elegidos: a buscar soluciones a los problemas de la ciudadanía y no a protagonizar broncas propias de la barra de un bar.
Los diputados pueden ser muy críticos con sus adversarios políticos y muy duros en sus intervenciones. Eso ocurre en muchos parlamentos de todo el mundo y no pasa nada. Pero la dureza en la crítica no obliga a insultar. Es probable que los seguidores de Gabriel Rufián aplaudan sus intervenciones y las polémicas que protagoniza de vez en cuando, tanto en el Pleno como en las comisiones, pero es más que dudoso que vaya a conseguir más votos por provocar y descalificar a sus adversarios. La ciudadanía espera de los políticos argumentos serios y respuestas a los problemas, no numeritos para buscar un minuto de gloria en los telediarios o un titular en los periódicos.
El Congreso, «un gran botellón»
El periodista Iñaki Gabilondo ha dicho en El País esta frase: «Por higiene, y por alejarles de las malas compañías, hay que mantener a los niños a prudente distancia de la vida parlamentaria porque la pomposamente llamada sede de la soberanía popular se ha convertido en un gran botellón, donde las muchas cosas buenas que allí se hacen quedan ocultas por la bronca, el ruido, la furia y los exabruptos de unos pocos pero jaleados por unos muchos».
No le falta razón al conocido periodista. Si los políticos continúan por la deriva que algunos han iniciado, habrá quien quiera imitar esos carteles que se ven en algunas fincas rurales de «cuidado con el perro» y promuevan otros en los que se lea «¡Atención, peligro: diputados a la vista!».
Según la última encuesta realizada por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), los políticos y los partidos son uno de los tres principales problemas de España, después del paro y al mismo nivel que la corrupción. Hace mucho tiempo que se produce ese resultado. Esta opinión tan negativa no se debe únicamente a lo que la ciudadanía ve en el Congreso de los Diputados, desde luego que no; pero espectáculos tan lamentables como el de ayer influyen mucho.